13 de marzo
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Por Leandro Medina Cabrera,

CODIPACS, Valle de Chalco.

El pasado martes 19 de septiembre a las 13:14 horas, en el territorio correspondiente a la Diócesis de Valle de Chalco, al igual que en muchas otras poblaciones del centro y sureste del país la tierra se cimbró de una manera inusual e inesperada, como nunca lo habíamos sentido. Nuestra preocupación nos llevó a recordar aquel otro 19 de septiembre, el de 1985, aquel que había dejado tantos estragos y dolor y que nunca imaginamos sentir en esta zona del oriente del Estado de México.

Bardas caídas, confusión, histeria colectiva y afectaciones aparentemente menores, parecían ser el único resultado de este sismo de 7.1 grados que, de acuerdo con el Sistema Sismológico Nacional (SSN), tuvo su epicentro en el límite estatal entre los estados vecinos de Puebla y Morelos, a 12 kilómetros al sureste de Axochiapan, Morelos, y a unos 85 kilómetros de nuestra región conocida como ‘Volcanes’.

Sin embargo, poco a poco se fue esclareciendo la situación, y después de reaccionar por ese nocaut emocional y escuchar los lamentables sucesos en la Ciudad de México, fuimos descubriendo paulatinamente lo que había ocurrido en esta región.

Los primeros reportes que nos llegaron de los municipios de Ecatzingo, Atlautla y Tepetlixpa nos dejaron entrever la magnitud de la situación: Había casas seriamente afectadas, varios templos y capillas resultaron gravemente dañados; en el caso de Ecatzingo y Tepecoculco los templos colapsaron totalmente y en Tepetlixpa la torre del campanario en la parroquia de San Esteban yacía desecha en el piso.

Más tarde llegó información confirmando que otros templos de la región presentaban diversos daños (casi en todos en cúpulas y campanarios) y se mencionó que las capillas de San Lorenzo Tlalmimilolpan, en Tlalmanalco y la “Gualupita”, del Santuario del Señor del Sacromonte, estaban derribadas.

Esa misma tarde nuestro Obispo se dispuso a recorrer las zonas más afectadas, para conocer la situación de las comunidades y valorar los daños en los templos, recorrido que por la dimensión de la situación se extendió hasta el miércoles y en el cual pudo dar cuenta de las graves afectaciones en viviendas de las comunidades de San Juan Tepecoculco, San Andrés Tlalámac, Tecomaxusco, Tlacotompan y Ecatzingo.

De inmediato surgieron dos centros de acopio de víveres para los afectados; uno en la Catedral de San Juan Diego (Valle de Chalco) y otro en la Parroquia de Santiago Apóstol (Chalco).

Asimismo, corroboró los fuertes daños estructurales de las parroquias de la Inmaculada Concepción (en Ozumba), San Esteban Protomártir (Tepetlixpa), Nuestra Señora de la Asunción (Amecameca) y San Luis Obispo (Tlalmanalco). También confirmó los destrozos ocurridos en el Santuario del Señor del Sacromonte, donde se cayó la torre del santuario, dañándose las escalinatas del mismo, el portal de arcos, el edificio adyacente y la emblemática figura de Fray Martín de Valencia, así como la irreparable pérdida de ‘La Gualupita’, de la que prácticamente sólo quedó el retablo del altar.

Ese día se ratificó el derrumbe de la capilla de San Lorenzo (Tlalmimilolpan), y ‘Las Ruinas’ (Tepecoculco), así como afectaciones en las parroquias de San Andrés (Tlalámac), San Miguel Arcángel (Atlautla), San Juan Bautista (Tehuixtitlán), San Antonino (Zoyatzingo), Santo Domingo de Guzmán (Juchitepec), Santiago Apóstol (Ayapango), San Juan Bautista (Tenango del Aire), La inmaculada Concepción (Cocotitlán), Santiago Apóstol (Tepopula), San Rafael Arcángel (Tlalmanalco), San Juan Bautista (Atzacoaloya) y algunas parroquias de Chalco, como Santiago Apóstol (Centro), San Martín Obispo (Cuautlalpan), San Pedro y San Pablo (Atlazalpan), San Gregorio Magno (Cuautzingo), Santa María (Huexoculco), Santa Catarina (Ayotzingo), San Marcos (Huixtoco) y la Capellanía de San Lucas (Amalinalco).

En el municipio de Valle de Chalco el reporte fue sólo de algunas bardas caídas y otras resentidas, así como fracturas menores.

El Obispo y los sacerdotes de la región sostuvieron reuniones inmediatas para resolver las medidas a seguir, acordando que en cuanto se obtenían los dictámenes de las autoridades correspondientes no se utilizaran estos templos para preservar la seguridad de la feligresía, realizando las celebraciones dominicales bajo lonas y carpas donadas para ese fin.

También se resguardaron cuadros, imágenes y objetos que forman parte del patrimonio cultural de las comunidades, y se abrió otro centro de acopio en la Parroquia de San Juan Bautista, Amecameca.

Debemos resaltar que la ayuda y el apoyo de diferentes sectores de la sociedad ha sido constante y muy alentador.

Nuestras carreteras han estado llenas de automóviles particulares y camiones cargados de diversos productos, rotulados con palabras de ánimo y solidaridad. Grupos de brigadistas, médicos, y voluntarios, se han hecho presentes para remover escombros, atender a la gente y ayudar en lo que se pueda.

La CEM (Conferencia del Episcopado Mexicano) a través de la Pastoral Social de nuestra Iglesia (‘Caritas’), nuestros hermanos de las diócesis que conforman la Provincia Eclesiástica de Tlalnepantla, el CELAM y las mismas pastorales, parroquias he instituciones de nuestra diócesis han mostrado su apoyo, lo cual agradecemos profundamente.

No obstante, vemos que esta situación, y levantar nuestras comunidades, nos llevará un tiempo aún considerable, por lo que pedimos que la ayuda siga llegando, de preferencia a través de nuestros centros de acopio, las parroquias y la pastoral social de nuestra diócesis, para que así pueda ser distribuida de manera ordenada, efectiva y equitativa a través de los grupos de apoyo en las comunidades, en las diversas etapas que dure esta contingencia. Actualmente, además de los víveres, se requiere de material menor de construcción (Clavos, madera, láminas de cartón y metálicas, lonas, alambre, herramientas, casas de campaña, colchonetas, bolsas de dormir, etc.).

La situación actual es muy dolorosa, ya que desgraciadamente sumamos dos pérdidas humanas hasta el momento, la vida de intemperie de cientos de familias afectadas por los daños en sus propiedades, y la irremediable perdida de bienes históricos y emblemáticos de nuestra región. Sin embargo, hay que agradecer a Dios que no hay más muertes que lamentar, y que, a pesar de la dimensión y efectos de este fenómeno, no tenemos heridos, gente lastimada ni que requiera hospitalización por este impactante evento.

En contracorriente, hemos sido testigos del valor de nuestra gente, de las piedras vivas de la Iglesia, que no se desanima y, por el contrario, está esperanzada y confía en tiempos de fortaleza y unidad; animados por nuestro Obispo y los sacerdotes de los lugares más afectados, quienes con sus mensajes han iluminado este oscuro momento:

“Tenemos que mantenernos unidos. Nosotros tenemos el consuelo y la fortaleza de la Fe, nosotros somos la Iglesia viva, las ‘piedras vivas’ que deben permanecer siempre unidas, y que nada puede derrumbar. Las piedras materiales se derrumban, pero las ‘piedras vivas’ estan unidas. Nuestra prioridad es que la gente que se quedó sin trabajar, sin ingreso, tenga que comer; segundo, que la gente que se quedó sin casa tenga donde vivir; y tercero, donde podamos restaurar lo hagamos ya. Somos un pueblo muy fuerte, y necesitamos estar unidos.” (Palabras de Mons. Víctor René Rodríguez Gómez, Obispo de Valle de Chalco).

El 19 de septiembre ya era una fecha tristemente memorable para muchos mexicanos que vivimos el año de 1985; y hoy nuevamente queda impregnada entre asombro, dolor y tristeza, pero también con ánimo, la fuerza y el coraje que nos vienen  de Dios, para levantar de nuevo lo que la naturaleza derribo.