
Arqueólogo Jaime Noyola Rocha Cronista Municipal de Chalco.
REGION ORIENTE, Méx.- En la
actualidad ya hay muy pocas personas
que puedan recordar como una de
sus vivencias el haber viajado en
alguno de los trenecitos de vía
angosta que tanto impactaron a
nuestros abuelos.
Es comprensible, dado que en las
últimas cinco décadas el movimiento
a través del ferrocarril por la región
fue escaseando hasta prácticamente
desaparecer.
Además, las personas que tuvieron
esa experiencia, o ya murieron o son
muy ancianos.
Esto fue muy diferente en el
pasado, el ferrocarril llenó toda una
época que cubre las dos últimas
décadas del siglo decimonónico y las
siete primeras décadas del siglo XX,
inclusive fue en este medio de
transporte donde se da la transición
entre las tres décadas del porfirismo y
el choque de ese régimen con los
grupos revolucionarios, el cual
produjo profundos cambios en el país.
Contrastan los lujosos coches
pulman porfiristas, con los trenes
a t e s t a d o s d e r e v o l u c i o n a r i o s
zapatistas de calzón blanco.
Estas líneas tienen por objeto
recordar cómo se establecen los
ferrocarriles en los años ochenta del
siglo XIX, qué motivó su traza original,
de dónde a dónde corrían, en qué
momento se cambió la traza a finales
del siglo XIX, cómo evolucionaron,
cuáles líneas fueron suspendidas, y en
qué momento, así como traer la mesa
algunas voces de entrevistas que hice
a personas de la región sobre su
vivencia con los ferrocarriles a
principios del siglo XX.
La primera línea que entró a la
región de Chalco fue el segundo
r a m a l d e l f a m o s o F e r r o c a r r i l
Interoceánico, cuya primera traza era
de México a Veracruz vía Jalapa
(inaugurada en 1873), la traza que
iniciaba en la estación de San Lázaro
cruzaba el lago de Texcoco, la actual
calzada Ignacio Zaragoza, en medio
de las aguas hasta llegar a Los Reyes,
donde continuaba hacia Texcoco y
Otumba en su destino a la costa del
Golfo de México.
De ese punto, en Los Reyes partía
la vía que enlazaba a la Ciudad de
México con Cuautla, de Los Reyes se
prolongaba por Tlalpizáhuac, Santa
Bárbara hasta llegar a la hacienda de
“La Compañía”, de ahí se bifurcaba,
rumbo a Miraflores y Tlalmanalco, y la
otra línea corría por Temamatla y
Ayapango, que en el momento en que
comenzó a operar en 1881 se le
conoció como Ferrocarril de Morelos.
Me gustaría decir que el ferrocarril
porfiriano fue un enlace entre los
pueblos de Chalco Amecameca, pero
la verdad es que la motivación
principal de los inversionistas fue
conectar a las ricas haciendas con la
capital de la república para la
extracción de las cosechas de maíz, el
pulque, el papel, la madera, la resina y
la leña de los montes.
Con posterioridad y más bien
después de la revolución, los trenes
cruzaron por los pueblos y cambiaron
su propósito original una vez que las
haciendas perdieron la primacía ante
el Estado.
Recuerdo haber oído más de una
vez el relato de que para ir de Chalco a
la Ciudad de México en la época
porfirista había que caminar hasta la
estación de la hacienda de “La
Compañía”.
Uno de estos relatos fue el de Jesús
Cruz, un hombre de Ayapango que en
esa época tenía 94 años, quien ratificó
esta historia:
“Pues de aquí a Chalco se iba uno a
“La Compañía”. Si conoce usted
dónde es la estación, antes de llegar a
Ayotla. Aquí pasaba el tren, el
ferrocarril y llegábamos allí hasta “La
Compañía” y ya de “La Compañía” que
s e r á n , u n t r amo d e a q u í ( d e
Ayapango) a Ameca para llegar a
Chalco. Ya lo hacía toda la gente
caminando.
El 18 de junio de 1881 se inauguró
la línea de México a Cuautla, más
tarde se prolongó hasta Yautepec y
para agosto de 1894 las vías llegaron
a través de Jojutla, a su punto final en
Puente de Ixtla sobre el río Amacúzac.
Es por demás interesante, no sólo
ver que la línea principal conectaba a
las grandes haciendas, tales como
Acozac, “La Compañía”, Santa Bárbara,
la fábrica textil de Miraflores, sino que
además las haciendas de Jesús María,
San Francisco Acuautla, Zoquiapan y
“Buena Vista” introdujeron sus
r e s p e c t i v a s e s p u e l a s p a r a l a
extracción hacia la Ciudad de México
de sus cultivos comerciales y
productos industriales.
Como se evidencia en un plano de
1885 firmado por el general Carlos
Pacheco. Contrasta la traza mostrada
en ese plano con otro, titulado Carta
Hidrográfica de la parte sur del Valle
de México, elaborado por el ingeniero
Tito Rosas, fechado en 1900, en donde
evidentemente el régimen porfirista
hace un cambio en el tramo de Ayotla
y Tlapacoya enviándolo directo hasta
Temamatla (es la misma línea del
actual libramiento de Chalco), de ahí
la ruta sigue por Tenango, Ayapango,
Amecameca, Ozumba, Nepantla y
Cuautla.
El Ferrocarril Interoceánico llegó a
tener cuatro grandes líneas, todas de
vía angosta, a saber: México-Veracruz,
vía Jalapa, México-Puebla-Oaxaca,
México-Cuautla-Puente de Ixtla y
México-Cuautla-Puebla.
La Estación de San Lázaro sirvió
durante muchos años de estación
terminal. La estación estuvo en
funciones hasta los años setenta del
siglo XX, década en que fue demolida.
Al parecer se trataba de un
elegante edificio, construido por
Delfín Sánchez Juárez, nieto de Benito
Juárez, según los recuerdos de
personas que la conocieron y que
según todos los indicios y una
fotografía que hemos rescatado era
una hermosa estación.
Así lo atestiguan las palabras de
don Gilberto Ponce Oliva, vecino de
Ozumba, quien además de darnos
una idea de la atmósfera que privaba
en torno a la estación, también
describe el trayecto del tren por la
avenida Zaragoza, que en esa época
significaba cruzar las aguas de lago
de Texcoco.
“El ferrocarril era el transporte más
seguro para nosotros. Yo iba a México
con mi mamá y nos bajábamos allí en
San Lázaro. Una estación muy bonita.
¡Muy bonito San Lázaro! Y allí a
caminar. Estaba muy cerca La Merced.
A caminar a la Merced. A hacer
compras, yo que sé. Ya después en la
tarde a San Lázaro de nuevo, para
llegar aquí a las ocho de la noche. Era
un viaje muy bonito. En el transcurso
del viaje. En Ameca las empanadas,
hacía parada ahí el ferrocarril. Se
estaba harto tiempo. Por eso se hacía
muy largo el recorrido y ya entrando
a México había nada más la vía del
ferrocarril y una carreterita muy
angosta donde pasaban los carros. Y
todos los lados, los lados era lago. Y
eso sí me tocó verlo todavía. Tengo el
recuerdo. Todos los lados era lago y
había mucha gente de los lados,
recogiendo tequesquite, juntando
mosco, a los chichicuilotes. El
chichicuilote lo compraban y lo
vendían en México, porque era el
depredador de los moscos. Y si usted
lo compraba se habituaba a su casa,
lo ponía allí en su cocina o en su mesa
y se comía las moscas. Por eso ve que
hay una canción. “Chichicuilotito
c h i c o . . .” Po r q u e v e n d í a n l o s
chichicuilotes. ¡Tequesquite! Y el
mosco que sacaban de ahí. Pero era
inmenso el lago. Le estoy hablando
de Texcoco. ¡Inmenso! Yo me acuerdo
que el límite de la Ciudad de México
era la colonia Moctezuma. Ahí donde
está Aviación Civil, de Balbuena”.