
Arqueólogo Jaime Noyola Rocha
Cronista Municipal de Chalco
Segunda parte
A la derecha del patio se emplaza el gran salón de eventos, al cual se accede a través de un portón de madera que sigue en pie con marco de piedra, pasando ese umbral hay una especie de vestíbulo o recibidor ante el cual se abre el magnífico salón de altísimos muros, sostenidos por elegantes y esbeltas columnas de madera que rematan en zapatas que sostienen robustas gualdras de madera que dividen la techumbre en dos lados, desde las cuales se emplazan series de vigas, con separaciones de 20 o 30 centímetros con tejamanil de madera y entortado de mortero, de la cual queda una buena parte como evidencia, posteriormente se colocó una estructura metálica y techo de lámina. Las seis columnas descansan cada una en basas de cantera.
Un ejercicio de imaginación, ayudados por los textos de los historiadores[1], nos puede conducir un domingo de medidos del siglo XIX hasta las puertas de la hacienda, los peones acasillados y algunos peones que sólo vienen por temporada de los pueblos hacen fila para cobrar su raya en el corredor donde se ubica la administración, la oficina de correos, el administrador los va llamando para pagarles $l.86 pesos, correspondientes a los seis días laborados a razón de 0.31 centavos diarios; los peones que ya cobraron su semana van saliendo de la hacienda en dirección a la Tienda de Raya, donde pagarán deudas y llevarán a casa un cuartillo de maíz, ceras, manteca, piloncillo de Cuautla y chiles, algunos llevan algunos metros de manta, hilos y agujas. En el patio de la hacienda hay gran animación la familia del administrador acudió a misa con sus hijas que visten sus mejores galas, con vestidos que llegan hasta el piso, el escribiente y el preceptor con sus familias ríen y se saludan al salir de la pequeña capilla. Los hacendados permanecen en la Ciudad de México, pero han dispuesto todo con el administrador y el mayordomo para que se realice en el gran salón la comida y el fandango, conmemorativo al onomástico de doña Perfecta la esposa del sucesor del Conde de Heras, dueño de la hacienda, donde los jóvenes bailarán el sarao, a causa de ello el patio empieza a llenarse de personas y siguen llegando calesas y carretas de las haciendas vecinas de La Compañía y de Atoyac. El portero emplazado a la entrada del zaguán revisa quién entra y quién sale, nada escapa a su vista. El mayordomo dispuso en el vestíbulo del gran salón varias mesas con agua de chía para las jóvenes y pulque y vino Rioja para los señores. Ya hay grupos de hombres elegantemente vestidos con levitas, que platican animadamente acerca del precio del maíz, los problemas con los remeros que demoran el envío de las cosechas a la ciudad y del costo de las mulas en el tianguis del viernes en Chalco, mientras brindan cada vez con mayor entusiasmo.
Como ya se esbozó en el párrafo anterior, a un costado del gran salón hay una pequeña puerta que es el acceso exclusivo para el administrador y los ayudantes que manejan la tienda de raya, un enorme espacio con salida a la calle, ubicada al lado izquierdo de la fachada principal de la hacienda, en medio está la entrada y a la derecha se ubica el troje.
La tienda de raya está animada los empleados no se dan abasto para despachar granos, y las básculas sobre los mostradores tienen una gran dinámica, guardando piezas de piloncillo, maíz, cal, harina, sal, aguardiente y pulque. Las barricas de pulque, los sacos de maíz y frijol, las piezas de manta, los huaraches y las novedades llegadas de España, como vinos y muebles vieneses atraen la atención de los peones que a esa hora llenan la tienda. La tienda es oscura, sólo iluminada por pequeñas y altas ventanas con rejas de madera, algunas mujeres que acompañan a sus maridos regatean algunos precios con el dependiente y cuando les despachan ceras y piloncillo piden el correspondiente pilón, que el dependiente avienta en el cucurucho con un gesto en la cara.
Seguimos haciendo el recorrido, entre la capilla y el gran salón hay un estrecho paso por el cual se accede a las dependencias propiamente productivas en donde se ubican los talleres, el depósito de aperos de labranza y herraje de ganado, el comedor de los peones, al fondo de este espacio hay una puerta que conduce a la parte trasera de la hacienda donde se emplazaban las barracas de los peones acasillados que vivían permanentemente en la hacienda. Hay otras dependencias a la derecha de los talleres se localizan el establo, el taller del herrero, las caballerizas y al fondo está el troje, un enorme almacén de granos que da a la fachada principal y tiene su propia entrada para surtir los embarques de maíz. El troje que al parecer fue reutilizado hasta hace cuatro o cinco décadas con ladrillo porque sus muros habían caído, es un salón de gran tamaño con muros altos y cubierta de lámina que descansa en una estructura metálica.
Al amanecer el caballerango abría la puerta por donde entraban a la hacienda por la puerta trasera grupos de peones dispuestos a iniciar su jornada de trabajo, escoger las mejores herramientas y esperar que se les asignara la tarea, aún a oscuras ya revisaban las coas y los arados de madera de encino con punta de metal, uncir a los toros o a las asémilas y prepararse para salir al campo, por la misma puerta entraban el herrero, el sobresaliente, los orilleros, el triguero, el hortelano, boyeros pastores y vaqueros que sacarían el ganado a pastar, coleadores, arrieros y monteros convertían la oscuridad en una algarabía donde algunos de hacían bromas, los señores mayores concentrados en los preparativos de la jornada. Empezaba a oírse el yunque del herrero quien siempre tenía trabajo acumulado cambiando herraduras a las mulas, apresurado por la demanda de los arrieros que querían llevar sus cargas de maíz al tianguis o al embarcadero y sufrían a la vez los gritos del caballerango que los urgía a trasladar sus cargas y a salir de una vez por todas. Ya para ese momento aparece en escena el vaquero quien carga dos cubetas de leche que acaba de ordeñar y que lleva presuroso a la casa grande. El montero preparando su escopeta bromea con el portero que lentamente se acercará al zaguán porque los funcionarios de la hacienda, el escribiente y el administrador apenas empezarán a trabajar y el segundo iniciará su rutina de gritos y órdenes a diestra y siniestra. Los ayudantes corren apresurados hacia el troje, pronto habrá que cargar las mulas con los sacos de maíz y empezarán los gritos de los enérgicos arrieros, que tratan con dureza a los ayudantes y cambian de piel y de tono de voz al hablar con sus clientes que les contratan para los embarques.
Contentos de nuestra visita a la hacienda y sólo lamentando su estado ruinoso nos despedimos de su guardián y nos vamos por dónde venimos.
Llego a casa y reviso algunos libros buscando información sobre la Hacienda Guadalupe y encuentro unas tablas[2] en donde Marco Antonio Anaya Pérez dice que en 1893 la hacienda tenía una extensión de 13 Caballerías (556.4 hectáreas), con un valor fiscal de 56,500 pesos, habitaban en las inmediaciones de la hacienda 70 habitantes de los cuales 40 eran trabajadores fijos, por entonces cultivaban 3,000 cargas de maíz, 200 cargas de trigo y 500 cargas de cebada; el inventario de cabezas de ganado arrojaba 190 vacas, 449 borregos, 191 caballos y 18 mulas; la hacienda también producía 1800 zontles de leña y 1000 cargas de carbón; los salarios de los peones por jornal era de 0.31 centavos.
Como señala Elvia Montes de Oca: “…las haciendas de Chalco antes de la introducción del ferrocarril, contaban con sus propios medios de transporte: carretas, mulas y canoas. Llevaban sus productos a la Ciudad de México y hasta la región de Cuautla, de donde traían caña y la melaza para la destilación de aguardiente que vendían en la capital. Además, llevaban y traían granos y harina a las aldeas que rodeaban el lago, en cuya orilla existían almacenes de granos y productos propiedad de los hacendados…”[3]
Una reflexión final, éstos inmuebles que han quedado confinados en medio de unidades habitacionales, como en este caso la ex hacienda Guadalupe, que es un monumento histórico catalogado por el INAH y que afortunadamente en este caso la Constructora ARA tiene bajo su resguardo, lo cual ha impedido que se realicen actos vandálicos y destructivos, por su carácter de monumento habría que restaurarlo y refuncionalizarlo para convertirlo en espacio para servicios sociales y culturales que esa gran comunidad necesita. De hecho, necesitamos visualizar que el destino de esos espacios tendrá que ser de beneficio para los habitantes que circundan los inmuebles, porque son monumentos históricos catalogados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y por lo tanto no pueden ser demolidos, porque los resguarda la ley. Es necesario reivindicar esa vocación, no importa si hay que esperar varios años o incluso décadas para que la restauración se realice, pero es irrenunciable para la comunidad. Si la comunidad de esa unidad mantiene eso en mente, cuidarán que el espacio no se vandalice y pugnarán porque al futuro haya ahí servicios municipales, tal vez algunas oficinas gubernamentales, pero también salones de exposición, salas de usos múltiples, capilla, auditorio, áreas verdes, cafés Internet, nevería, museo, cajero automático y como espacio público sea resguardado por vigilantes y reciba su debido mantenimiento. Para que las cosas se realicen hace falta primero soñar con ellas, un ejercicio que en esta época de desesperanza y cuarentena haría bien a nuestro espíritu. ¡Háganlo, nada les cuesta!
[1] xico, Tribunal Superior de Justicia, Toluca, 1998.
[2] Anaya Pérez, Marco Antonio, Rebelión y revolución en Chalco Amecameca, Estado de México 1821-1921, Tomo I, p. 152.
[3] Montes de Oca op. cit. p. 388.