
Arqueólogo Jaime Noyola Rocha,
Cronista Municipal de Chalco.
Primera de dos partes.
Como todas las crisis que el mundo ha sufrido, un día, la causada por la pandemia del coronavirus pasará.
Es cierto, ya no seremos los mismos, pero seguramente estaremos luchando por recuperar la vida que el virus nos quitó, saldremos a la calle sin miedo y retomaremos aquellos paseos que hacíamos o soñábamos hacer.
Una actividad que podremos retomar es el turismo interno, cualquier sábado o domingo podemos enderezar nuestros pasos hacia alguno de los pueblos antiguos de la región.
Los invito a hacer este ejercicio de planear un viaje a un pueblo con mucha historia, repasar las etapas del viaje, las paradas, buscar los argumentos para dar a cada lugar el sabor que sólo los hechos otorgan, saborear el andar puebleando en completo relax, sacando plática a las personas y conversando sobre todo aquello que subyace en los callados edificios, testigos de piedra de un ilustre pasado, tomar buenas fotografías y preguntar a los vecinos sobre lugares para comer.
Podemos escoger un pueblo como Ayotzingo, de manera que la cita sería en la plaza frente a la parroquia de Santa Catarina Mártir y la referencia sería el quiosco. Ahí nos encontraríamos para iniciar el recorrido.
Es temprano, se siente fresco de manera que con un atole en una mano y un tamal en la otra esperamos la llegada de todos nuestros amigos. Y todos juntos ofrecemos una primera exposición.
En este apacible lugar se emplazó durante siglos un importante embarcadero que fue un espacio muy vivo, siempre disputado, de una movilidad enorme, bullicioso y vibrante.
Fue un lugar estratégico en donde estaba el único paso por tierra y por agua con dirección a México-Tenochtitlan en tiempos prehispánicos y a la capital de la Nueva España durante los primeros años coloniales.
Por aquí entraban los productos de Tierra Caliente provenientes de Morelos, Puebla y Guerrero.
En un reciente libro sobre Ayotzingo del Doctor Tomás Jalpa, su lectura nos hizo visualizar la vida vibrante del embarcadero y la sucesión de poderes fácticos que lucharon sin pausa por su control.
Desde el siglo XIII los tenancas llegaron a Ayotzingo y consideraban a este lugar como su espacio sagrado, más tarde se unieron a los Tlaylotlaques de Tzacualtitlan Tenanco y ejercieron un control de la región de Chalco y desde luego del embarcadero durante los siglos XIV y XV; la cruenta guerra en la cual los mexicas masacraron a la nobleza chalca, destruyeron su linaje y se apropiaron de sus tierras, además de arrebatar el control del embarcadero tras la derrota final de los chalcas en 1465.
Después de la conquista el embarcadero perteneció a Tenango hasta finales del siglo XVI; luego pasó a manos del gobernador de Tlalmanalco en el siglo XVII; después de la secularización de las parroquias entre 1754 y 1758, el curato de Ayotzingo, ocupado por los dominicos hasta 1570, fue cedido a los agustinos en 1580, quienes tuvieron sujetos a San Mateo Huitzilzingo, San Pablo Atlazalpan y la Hacienda de la Asunción.
En esta época el embarcadero era controlado por el curato de Santa Catarina Mártir y particulares; en el siglo XVIII el embarcadero estuvo bajo la supervisión de un funcionario español.
Desde finales del siglo XVII el embarcadero de Chalco empezó a opacar al de Ayotzingo.
Seguimos en el quiosco, todavía favorecidos por la lectura del libro del Dr. Jalpa, quien nos habla de cómo se formó la población de Ayotzingo. En 1536 el pueblo obtuvo sus tierras, se reconocieron sus límites al construirse su fundo legal de 600 varas castellanas a partir de su iglesia. (Mapa de la congregación de Ayotzingo y Mapa de linderos, Biblioteca Nacional de Francia). Jalpa escribe que primero se formaron los barrios de Tenochtitlan, Tlatelolco, Xochimilco y Coyoacán y en 1687 se formó el barrio de Techimalpa. Desde el siglo XVI el cabildo indígena “Ayotécatl” gobernó la población. (Anales del Pueblo de Ayotzingo 1519-1589). Hernán Cortés pasó por Ayotzingo en 1519 rumbo a Tenochtitlan.
Caminamos hasta la Parroquia de Santa Catarina que está a unos cuantos pasos, la mañana aún está fresca, pero brilla el sol, desde el arco de entrada el espacio se abre magnífico, al fondo de una calzada de baldosas de piedra se observa la magnífica fachada de templo agustino, al caminar hacia allá nos percatamos que a la derecha se emplaza el monasterio que está adosado al templo. Nos detenemos frente al templo. Allí hacemos el comentario de que originalmente fue una fundación dominica hasta 1570 y cedida posteriormente a los agustinos en 1580 quienes construyeron la iglesia primero con la advocación de San Agustín y ya concluido el templo con la advocación actual de Santa Catarina Mártir. El convento fue construido según Kubler entre 1540 y 1550 y el templo lo empezaron a construir los agustinos en el siglo XVII, concluyéndolo a principios del siglo XVIII. Jalpa dice que en su organización el culto religioso contó con las cofradías y hermandades, entre ellas La Candelaria, Las Ánimas, Santo Sepulcro y San Nicolás, éste último era el patrono de los remeros.
Penetramos al templo después de analizar la magnífica fachada. La planta de la parroquia tiene la forma de cruz latina, el retablo mayor data del siglo XVII, elaborado bajo el canon del barroco de modalidad salomónica. En la iglesia están resguardados cuadros religiosos de gran valor artístico, algunos de ellos atribuidos al pintor flamenco Simon Pereyns. Los temas sagrados ahí desarrollados son: la última cena, la Sagrada Familia, la adoración de los reyes, la divina providencia, Santa Catarina Mártir, la Purísima Concepción, el nacimiento del Señor, la Crucifixión, la Resurrección, la coronación de la Virgen, San Agustín, la Virgen de Guadalupe, el Señor de Tepalcingo, Señora Santa Ana, pinturas que fueron restauradas en 1978 por el pintor Leopoldo Mata, así como la cruz de piedra, situada junto al pozo de Mirandaco.
Salimos del templo y entramos en el claustro. Es un lugar cerrado que conforma la parte central del convento, y sus galerías se encuentran organizadas alrededor de un patio que une las diferentes dependencias del monasterio. El patio es de forma rectangular, rodeado por amplios corredores que se abren al patio por medio de grandes arcos de medio punto, en la parte alta, los corredores se abren al patio a través de ventanas de medio punto en igual número que los arcos del piso bajo.
Con techumbres con sistema de viguerías y terrado, los elementos que integran este claustro le proporcionan una sobriedad que fue característica de la construcción de origen agustina.