12 de marzo
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Arqueólogo Jaime Noyola Rocha

Cronista Municipal de Chalco

Primera de dos partes

   Fray Bernardino de Sahagún, monje franciscano autor de la mayor obra[1] escrita por cronista alguno en el siglo XVI acerca de la cultura de los pueblos indígenas conquistados por los españoles.

Sahagún acuciosamente reunió y escuchó a los sabios y caciques indígenas en la escuela de Santa Cruz de Tlatelolco.

El franciscano vivió cuatro años en Tlalmanalco y eso lo convierte en uno de los más grandes personajes que residieron la región de los volcanes.

            Entre los múltiples temas abordados por el padre Sahagún se cuenta el de la Atadura de los Años, ceremonia que realizaban todos los pueblos del Anáhuac cada 52 años.

A esa gran ceremonia le llamaban Toxiuh molpilia, que significa: Encendido del Fuego Nuevo.

            Al primer año del nuevo siglo indígena se le llamaba ome ácatl (1-Caña), la fecha mitológica del nacimiento del dios Quetzalcóatl.

Comenzaba así el inicio de otros 52 años, un nuevo siglo y a este inicio lo designaban como xiuhtzitzquilo.

 Era entonces que sacaban Fuego Nuevo y en las vísperas del día señalado cada vecino de México arrojaba a la laguna o a acequias las imágenes de barro de sus dioses que resguardaban en sus casas, las piedras del tlecuil o fogón y los molcajetes, después limpiaban muy bien sus casas y apagaban todos los fuegos.

            El Fuego Nuevo se sacaba en la cumbre de un cerro llamado Uixachtlan (Cerro de la Estrella) situado entre los pueblos de Iztapalapa y Colhuacán y se encendía dicha lumbre a media noche.

Un sacerdote auxiliado por sus palos para hacer fuego, encendía el fuego sobre la Tabla de la Cuenta de los Años, colocada sobre el pecho de un cautivo capturado en batalla. Después de sacar el fuego, sacrificaban al cautivo, le sacaban el corazón y lo arrojaban al fuego.

            Un sacerdote del barrio de Copolco era el encargado de sacar el fuego nuevo. Durante la vigilia de la ceremonia, cuando se ponía el sol, sacerdotes ataviados con los atuendos de los dioses, parecían –dice Sahagún- que eran los mismos dioses. Apenas caía la noche éstos enigmáticos personajes empezaban a caminar poco a poco y muy despacio, con mucha gravedad y silencio, y por eso les decían teonenemi, los que caminan como dioses.

            Partían de Tenochtitlan y llegaban al cerro Uixachtlan cerca de la media noche y el sacerdote encargado de encender el fuego portaba en sus manos los palillos para hacer fuego.

            La noche en que era encendido el Fuego Nuevo producía un gran temor en toda la población, porque era su creencia que si no se pudiera sacar lumbre daría fin el linaje humano y que aquella noche y aquellas tinieblas serían perpetuas y que el sol no volvería a salir. Entonces descenderían las malignas tzitzimine y se comerían a los hombres y a las mujeres.

            Los vecinos de los pueblos se parapetaban en las azoteas de sus casas sin que ninguno osara bajar.

            A las mujeres embarazadas las encerraban en las trojes, cubiertas sus caras con pencas de maguey, porque temían que, si el fuego no se encendía, ellas se volverían fieras y devorarían a las personas. Lo mismo hacían con los niños, sus padres no los dejaban dormir dándoles cada rato empujones y voces, porque era la creencia que si se dormían se volverían ratones.

            Con gran expectación pillis y macehuales mantenían la mirada fija en el Cerro de la Estrella esperando el momento en que se encendiera el fuego observando desde sus techos el resplandor en la lejanía.

            Luego de sacar el fuego nuevo, se hacía una inmensa hoguera, tan grande que podía verse desde muy lejos, cuando los vecinos de los pueblos veían el fuego, con navajas de obsidiana se sangraban las orejas y esparcían su sangre en dirección del resplandor. Con eso hacían penitencia, todos se sangraban incluidos los niños de cuna, sus padres les hacían un pequeño corte en sus orejas. Los ministros de los dioses abrían entonces el pecho de un cautivo -sobre una piedra de sacrificios- con un pedernal agudo.


[1] Sahagún, Fray Bernardino de, Historia General de las cosas de la Nueva España