
Arqueólogo Jaime Noyola Rocha.
Cronista Municipal de Chalco.
“…Nadie en el mundo podrá destruir jamás ni borrar
la gloria, la honra y la fama de México Tenuchtitlan…”
Chimalpahin
Los mexicas según las Relaciones de Chimalpahin, hablaban de un agüero que Huitzilopochtli, su dios tutelar, les expresó desde los antiguos tiempos de la migración en el lejano año 10-Casa, 1271, mucho tiempo antes de la fundación de México-Tenochtitlan, pero que el pueblo mexica tuvo siempre en su memoria durante ese largo lapso de peregrinaje en que no encontraban su lugar y que de todos lados eran expulsados.
Los mexicas habrían de regresar al lugar señalado por su dios, según el agüero que había sido comunicado 50 años antes por su guía Cuauhtlequetzqui, [Águila Ensangrentada].
El profético mensaje habría de cumplirse en 1321, cuando los mexicas se asentaron en medio de los tulares y carrizales en lo que más tarde sería la gran ciudad de México-Tenochtitlan.
Este año en que el pueblo mexicano celebra los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlan, la gran capital de los aguerridos mexicas vino a mi memoria la fuerte impresión que recibí hace cerca de tres décadas, al leer por primera vez el extraordinario relato hecho por Chimalpahin acerca de la fundación mitológica de Tenochtitlan ordenada por Huitzilopochtli durante la migración mexica, coincidente con la formación del mito fundacional de la nación mexicana.
La imagen del águila parada sobre un nopal devorando una serpiente ha estado en la mente de todos los mexicanos desde la más tierna infancia, y pese a ello, el relato de Chimalpahin me sacudió porque nunca había tenido contacto con esa parte esotérica en donde intervienen el dios Huitzilopochtli y sus intermediarios, quienes preparan mágicamente el asentamiento tenochca en un islote al noroeste del lago de Texcoco y siembran ahí una valiosa ofrenda, al tiempo que a través de un agüero, proyectan la construcción futura de la capital mexica como un acto de predestinación de la grandeza que llegará a tener la ciudad de México-Tenochtitlan anunciada por su dios.
La historiografía de ese momento estelar está siendo discutida intensamente por los especialistas, la escuela americana, como nos dice en un artículo reciente Andrea Martínez Baracs, fue iniciada por James Lockart en la Universidad de California y continuada por sus discípulos.
Es una corriente que desestima las fuentes históricas escritas por “españoles” y se concentra en los escritos nahuas, cuidadosamente editados y analizados.
Esta corriente pone en duda la autenticidad de las fuentes históricas, las posturas más radicales descalifican no sólo a fuentes como el Códice Florentino recopilado por Sahagún, sino también estudios clásicos sobre el momento de la conquista como los de León Portilla; Charles Gibson, Nigel Davies, entre otros.[1] Martínez Baracs tiene una visión más equilibrada acerca de los aportes de los grandes historiadores especializados en el siglo XVI, sin renunciar a una lectura crítica de las fuentes. 0
Estoy de acuerdo en la necesidad de no tomar literalmente lo dicho por las fuentes históricas, por ejemplo, los escritos de Chimalpahin, pero también me queda claro que su uso, lectura y utilización histórica es irrenunciable para nosotros, pues es una fuente inestimable de información regional desde el siglo VII hasta el siglo XVII.
He aquí el estrujante relato de Chimalpahin que, aunque no tenemos la certeza sobre la autenticidad de estas voces provenientes del siglo XIV en época prehispánica, en cambio tienen un enorme atractivo y un valor literario, expresado en un español peninsular usual en la Nueva España del siglo XVII, época en que este autor escribió sus Anales.
Juzgue usted las voces indígenas que llegan a nosotros a través del fondo de las edades y tanto han dado de qué hablar en la historia de México:
“…Cuando sea de noche, le caemos encima al mexica para matarlo.” Porque muy valerosos eran los mexicas. Y el Ténoch Tlenamácac [El incensador”] de ellos, se sabe que le había dicho al Teomama [Cargador de la deidad”] Cuauhtlequetzqui: “¡Escuchad, sabed que yo sabré conducir al Mexica, como lo sabe porque yo se lo he dicho, el mago llovedizo Cópil, el Texcaltepeca que vive con los malinalcas; ¡como lo sabe el Tolloca, que yo os conduciré avante! “Repondióle el Cuauhtlequetzqui: Como soy macho, que voy a agarrarme al Cópil apenas lo vea, aunque tenga que estarme de vigía en Chapoltépec.” Y de veras en el peso de la noche llegó el astrólogo Cópil con su traída la joven nombrada Xicomoyahualli. Trabóse una mortal lucha entre el brujo o nahual del Cópil y Cuauhtlequetzqui; se agarraron en Tepetzinco. El Cuauhchollohua o Cuauhtlequetzqui hizo caer al astrólogo y mago Cópil; apenas lo tuvo bien asegurado, allí mismo le dio muerte Cuauhtlequetzqui al referido mago Cópil. Lo sacrificó apederneándole el costado con un cuchillo de pedernal; abierto, arrancóle el corazón el Cuauhtlequetzqui, y violentamente ordenó al Ténuch Tlenamacac [“El ofrendador de fuego] diciéndole: “Oh Tenuché, aquí está el corazón del astrólogo Cópil sacrificado, corred a enterrarlo en aquel paraje de los tulares y carrizales.” El Ténuch tomó el corazón y corrió con gran prisa a soterrarlo en aquel lugar que habían descubierto en Tultzallan y Acatzallan [“en medio de lo tulares y carrizales”], lugar que, según dicen, es donde se encuentra ahora la Iglesia Mayor.
“…Pero el sitio en donde fue sacrificado Cópil es el pequeño monte que ahora y por razón de aquel duelo es llamado Acopilco. Después de que Ténuch llevó con toda premura el corazón de Cópil y lo enterró, inmediatamente incensó y ofrendó frente al Huitzilopochtli…”
“…Nuevamente recibió órdenes de Cuauhtlequetzqui: “Oh Tenuché, poned atención a lo que vais a oír: hay que vigilar ahora el lugar que sabéis, el que está en medio de los carrizales y los tulares, no sea que otros osen llegar allí donde depositaste el corazón que arrancamos al mago Cópil, porque… ¿Qué otra cosa de más valor hubiéramos podido recabar para honrar [a] nuestra divinidad Huitzilopochtli? En ese lugar nacerá y germinará el corazón de Cópil, y vos, Tenuché, vos iréis a observar y a tener cuidado cuando brote ahí un Tenuchtli [“Nopal de tuna dura colorada”] que nacerá del corazón de Cópil, y acecharéis el momento preciso que en la cima de ese nopal se pose de pie un águila que esté sujetando entre sus patas, apretadamente, una serpiente medio erguida a la que estará aporreando, queriendo devorarla, mientras ésta lanzará silbidos y resoplos. Y cuando esto aparezca, Tenuché, porque vos eso sois, el Ténuch, el Nopal de tuna dura colorada, y el águila que veréis, Tenuché, esa águila seré yo, yo mismo, Tenuché, con los labios ensangrentados por lo que devoro, porque eso soy yo: Cuauhtlequetzqui [“Águila ensangrentada”]. Se realizará entonces el agüero que significa que nadie en el mundo podrá destruir jamás ni borrar la gloria, la honra, la fama de México Tenuchtitlan…” [2]
Sirva esta rememoración como un discreto homenaje al mayor símbolo mitológico de México, resumido en la enseña nacional y plasmado por escrito por nuestro cronista indígena Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, oriundo de Amaquemecan, justo ahora en la conmemoración de los 700 años de la Fundación de México Tenochtitlan.
[1] Martínez Baracs, Andrea. Últimas noticias de la Conquista, Revista Letras Libres, Año XXIII México Julio 2021, pp. 8-13.
[2] Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Francisco de San Antón Muñón, Relaciones originales de Chalco Amaquemecan, Paleografía y traducción por Silvia Rendón, Fondo de Cultura Económica, México 1965 pp. 54-55.