13 de marzo
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**Cronista municipal de Tepetlixpa
@MarioA_Serrano
Facebook: Tepetlixpa: En la cara del cerro

Fue hasta 1777 cuando el cerrito comenzó a llamarse Sacromonte (monte sagrado) a instancias del primer párroco que tuvo Amecameca, don Lino Nepomuceno Gómez y Guerrero.


Espacio tutelar para la antigua Amaquemecan, el cerro del Sacromonte tiene la historia mejor documentada de cuanto paraje, lugar, población o linaje existen en toda la Región.


Desde que los primeros pueblos prehispánicos arribaron a esta región, el Chalchihumomozco, que según Chimalpahin era el nombre original del cerro, fue un espacio sagrado. El abuelo de todos los cronistas indica que fue en 1262 cuando los totolimpanecas así lo llamaron. Otro nombre mítico que tuvo el cerro fue el de Tamoanchan: el paraíso terrenal, ni más ni menos.

Considerando que es un espacio donde coexisten diversas energías (el panteón más antiguo de Amecameca se ubicado en su cima, es el Santuario católico más concurrido de esta parte del Estado de México, es el punto de encuentro de las danzas chichimecas de Conquista), aunque muchos le den un uso condenable, en realidad sí estamos frente a un espacio completamente espiritual.


Fue hasta 1777 cuando el cerrito comenzó a llamarse Sacromonte (monte sagrado) a instancias del primer párroco que tuvo Amecameca, don Lino Nepomuceno Gómez y Guerrero.


El sacerdote pretendía hacer un lugar de ejercicios espirituales y por eso “copió” el nombre de una famosa abadía española que se encuentra en la ciudad de Granada, España.

Don Lino por cierto, de su propio dinero, embelleció la calle que conectaba el Arco Humilladero con la ermita de Santa Elena; hasta 1900 la calle se llamó Calzada del Sacromonte.


Hablar sobre este lugar tan místico ha rendido a más de una persona. Desde el gran cronista agustino Agustín Dávila Padilla en el siglo XVI hasta ese ícono del periodismo moderno que fue Carleton Beals, los que nos dedicamos a hurgar en el pasado hemos ido trenzando la gran historia del Sacromonte con granitos de arena.


Por tanto, solo quisiera enumerar un par de anécdotas que expresen el respeto que siento por las personas que han hecho lo propio.


El Sacromonte era en el siglo XIX el tercer santuario más visitado de México, solo después de la Villa de Guadalupe y San Juan de los Lagos.


Hacia 1914, en lo más cruel de la revolución carrancista, a los pies del cerro se construyó un cuartel de soldados. A raíz de tales obras y algunas refriegas con los zapatistas, más de setenta árboles de encino fueron destruidos; el ayuntamiento pasó a rematarlos y se comisionó a Bartolo Flores para que hiciera el peritaje sobre su valor: en una época donde polines, vigas y duela estaban presentes en todas las casas de Amecameca, se entienden los motivos de tantas diligencias.


Para no abrumar quisiera recomendarles un pequeño y bello libro que recrea algunas historias del Sacromonte. Se trata de Cuentos de Amecameca, de la ya fallecida escritora veracruzana Isabel Suárez de la Prida. Publicado en 1986, en él pueden acercarse a uno de los lugares más enigmáticos del cerro además de la cueva: el agujero de la entrada.


Algunas historias orales cuentan que es un respiradero del volcán, una conexión o brazo de mar, un túnel que conecta a otras partes de Amecameca… en fin. Suárez escribe una historia que vale mucho la pena leerla.


Porque al final, lo que el agujero sea no es el problema, sino saber quién se atreve a entrar ahí.