
Nashrú López Rascón
En la entrega anterior comencé a hablar de cómo se hizo rescatista mi hermana Violeta, y de Itita, su primera cachorra rescatada.
En realidad, la vocación por el rescate no se generó de un día para otro, quienes hemos desarrollado empatía con cualquier ser viviente sabemos que ese sentimiento es parte de una educación y se manifiesta lo mismo por una mujer, un niño/a, un perrito o un árbol.
Es algo que aprendemos desde la infancia, con nuestra familia y entorno inmediato, o bien, por algún suceso en nuestra vida que cambia nuestra perspectiva volviéndonos más sensibles al dolor ajeno.
En el caso de mi hermana Violeta fueron ambos factores.
Cuando trabajaba en un lugar turístico de la Riviera Nayarita, hace unos 10 años, adoptó un perrito eléctrico al que llamó Frijol.
Se convirtió en su gran compañero, y cuando una vive sola en un lugar distante, la calidez de un amigo peludo vale oro; los perros son especialistas en procurar ese afecto.
Frijol no fue su primer rescate, sino su primera adopción. ¿Cuál es la diferencia? El rescatista es quien recoge al animal en situación de calle, lo alimenta, desparasita, esteriliza, lo baña, le pone las vacunas básicas y le procura cualquier tratamiento que necesite (a menudo contra la sarna, problemas intestinales o respiratorios); en resumen, lo prepara para darlo en adopción sano.
Por su parte, quien adopta será el o la dueña definitiva del animalito, firma un contrato de adopción donde se compromete a cuidarlo y mantenerlo en condiciones dignas y con su cuadro de vacunas completo.
De ahí en adelante será el o la adoptante quien se encargue de todos los gastos y cuidados de la mascota.
Frijol fue un fiel compañero de Violeta, de hecho, ella dice que más bien él la adoptó a ella, pues quienes lo rescataron fueron unos vecinos italianos que se la terminaron dando al ver que le movía más la colita a ella que a sus propios dueños; así vivieron en alegre armonía durante un año y medio.
Frijol no abandonó su costumbre de salir a pasear por el pueblo, al fin era hijo de la calle y a la calle le gustaba salir, especialmente de la casa al trabajo de Violeta, sabía muy bien ir y volver.
Tristemente, uno de tantos días, el peludo salió de la casa para alcanzarla en su trabajo, pero cuando llegó temblaba y tenía la cara marcada por el dolor; poco se pudo hacer, estaba deshecho por dentro a causa de envenenamiento, el veterinario más cercano estaba en el pueblo de al lado y el perro murió 5 minutos después de llegar.
Ese día en el pueblo murieron 2 perros más por la misma razón.
Fue un trancazo muy duro para mi hermana, tan duro que a los 15 días regresó a Amecameca a vivir; la muerte de Frijol no fue la única razón, pero sí la decisiva para que mi hermana dejara aquel lugar donde ya nada la arraigaba.
Sólo quien ha desarrollado un vínculo sólido con una mascota entiende el dolor de verla morir, en el momento es casi como perder un familiar, aunque se supera más rápido, pero también hay duelo y el recuerdo queda grabado por siempre; y si el animal murió con dolorosa agonía el sufrimiento de los dueños se triplica, se convierte en un evento traumático que tarda mucho más en asimilarse. Recordemos que, especialmente los perros son capaces de demostrar un amor incondicional, siempre están ahí para nosotros, no les importa de qué humor estamos o si tuvimos un mal día, ellos jamás nos abandonan (¡a menos de que sean huskies! ya hablaremos de ellos en alguna otra entrega).
Les recomiendo ver a los ojos atentamente a cualquier perrito vulnerable en situación de calle, difícilmente podrán evitar que les robe el corazón, pues ellos son especialistas en entregar el suyo.
Por cierto, estoy en la parte final de esta columna y todavía no hablo de quien prometí en la entrega pasada.
Resulta que hace un año la organización de rescatistas Somos su Voz recogió a un perro viejo sordo, ciego, medio cojo y, por supuesto, en los huesos; así, aventado en la calle de Mina y López Mateos como si fuera basura.
Publicaron el rescate y Violeta, que ya lo había visto un poco antes se ofreció a adoptarlo para darle la mejor calidad posible los pocos días que le quedaban de vida.
El veterinario lo desparasitó y le dio a mi hermana pronóstico reservado para “el Abuelo” -como fue nombrado- estaba en muy mal estado.
Pasaron días, semanas y meses, y ahí sigue: Munra El Inmortal, (ameritó ser rebautizado) se niega a morir, al parecer le gustó su nueva vida, cohabita con Itita en el mismo corral y en la misma casita, aunque cada uno tiene su propia cama. Está tan tísico que puede salir de su casa en las mañanas, pero no regresar, así que todas las tardes hay que cargarlo y llevarlo de regreso para que la noche no lo enfríe.
A menudo Violeta se lo encuentra acurrucado en uno de los hoyos que la loca Itita disfruta en rascar, se cae y ya no se puede levantar, sin embargo, tenemos la impresión de que le gusta la tierra calientita, así que muy quietecito se queda hasta que llega la tarde y es rescatado del agujero para ser depositado en su cama otra vez.
Tres días antes del 2 de noviembre mi hermana me comentó que ahora sí veía al Abuelo en las últimas, pues ya ni siquiera se paraba de su cama y no estaba comiendo, pensó que sería conveniente dormirlo para que no empezara a sufrir de más, y el 2 de noviembre era una buena fecha para que se fuera con las ánimas de nuestros difuntos.
Resultó que el 2 era festivo y los veterinarios no trabajaron, así que lo pospuso para el 3 Y cuál sería su sorpresa al visitarlo el 3, 4, 5 y días subsiguientes… ¡Munra El Inmortal estaba de regreso! Tieso, cojo, sordo y ciego, pero caminando, tomando sol y comiendo con singular entusiasmo.
Ustedes dirán si no merece el apelativo…
Por hoy aquí paramos, después de esta primera descripción de lo que hace un/a rescatista, vayan haciendo cálculos de todo lo que llegan a gastar, ya retomaremos esa parte, pues es necesario hacer más conciencia sobre el desgaste económico que viven la mayoría de los rescatistas, a quienes se les llega a acusar de hacer negocios, cuando es todo lo contrario.
Nos leemos en la próxima entrega, hasta entonces -y siempre- no dejen de ver por cualquier animalito en problemas, es bueno para ellos y aún mejor para nuestro espíritu: Salvarlos puede salvarnos a nosotros y nosotras mismas.
rescate.regiondelos [email protected]
FOTOS PAG 10-COLUMNA NASRHU
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