13 de marzo
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Cronista municipal de Tepetlixpa

@MarioA_Serrano

Sobre el arte de la memoria

    Cuando preguntamos a los mayores el famoso ¿cómo era antes?, nuestra imaginación comienza a nutrirse de muchas imágenes que a veces, con más o menos fortuna tratamos de convertir en nuevas historias y narraciones.

    José Luis Martínez decía que el novelista practica un arte de la memoria porque retiene y reinventa una enorme cantidad de datos con los que luego trata de crear una historia.

            Concuerdo con el maestro, pero su idea aplicaría no sólo para el novelista sino para todos los que nos emocionamos con el lugar en el que vivimos y su pasado.

    Cuando preguntamos a los mayores el famoso ¿cómo era antes?, nuestra imaginación comienza a nutrirse de muchas imágenes que a veces, con más o menos fortuna tratamos de convertir en nuevas historias y narraciones.

    A veces sin embargo no es asunto de preguntar sino de observar con atención. Así me ha pasado con las recientes obras que suceden en el centro de Amecameca.

   Al observar la plaza de la Constitución despejada y enorme, no puedo sino imaginar su larguísima historia como jardín público.

   Porque en ese espacio se han experimentado casi todas las modas del ornato a partir del porfiriato: tuvo columnas, paseos techados, quioscos enormes o minúsculos con y sin rejas, arboledas gigantescas que le daban un aire de escenario de terror y ya hacia mitad del siglo pasado, parterres modernistas.  

    Comenzó con tierra apisonada, luego con empedrados, por ahí de los años cuarenta le volcaron una horrible capa de asfalto… y así seguirán los cambios según el gusto se vaya transformando, inevitablemente.

            Pero aún tuve más esa impresión al caminar la calle de Abasolo en días pasados y toparme un espacio casi imposible: de tierra, casi despejada.

    De inmediato pensé en cómo se habrá visto en sus épocas de más gloria, esto es, entre 1880 y 1914.

   Al inicio amplia y llena de personas caminando o bien, montadas en sus caballos o burros. Luego cruzada por las vías del ferrocarril de Xico.

            Por ahí hay una fotografía que nos demuestra una calle amplia, terrosa, llena de transeúntes de todo tipo.

Lo mismo se ven los indígenas que han venido a vender sus productos que la pequeña burguesía local, a la que he dado en llamar “porfiriato en miniatura”: señoras de elegantes vestidos, sombreros, chales y borceguíes; señores patilludos con sombrero bien calado y traje de lana a tono con su posición social. Por otro lado, gallinas y patos corretean en el “cañito” que cruzaba la calle junto a perros y niños descalzos.

Así de contrastante fue y es la vida cotidiana de Amecameca.

            En estos días que he caminado Abasolo mi mente viaja al “¿cómo habrá sido?” inevitablemente. ¿Cómo fue la vía?, ¿cómo era el bullicio? Hacia 1890 en Amecameca había 5 carretones y para 1910 ya se contaban 2 bicicletas recorriendo calles como esa, llenas de tierra y de bullicio.

 Por otras fotos de antes del tren de Xico, afirmamos que Abasolo siempre ha sido una calle comercial: hay tiendas que ofertan petróleo y abarrotes, una pulquería… pero hay un negocio que me llama la atención porque es bilingüe y oferta clarísimo “coffee & water”, un indicio de que el turismo, hace más de 100 años era próspero y en una de esas puede que más relevante que el de hoy en día.

            Amecameca no puede separarse de la región, incluso hacen metonimia, es decir, Amecameca es la región y la región hace referencia a esta pequeña ciudad. Ha sido la capital cultural y política de esta zona del estado de México y al asentarse aquí sus servicios, su posición era envidiable.

            Pienso en los asuntos forestales.

Desde que el Sacromonte es parque nacional, así decretado por Lázaro Cárdenas en 1939 junto a toda la Sierra Nevada, en esta ciudad se asentaron las oficinas de la autoridad responsable.

Los pueblos como Tepetlixpa se venían dedicando desde la época virreinal a la elaboración de carbón vegetal para completar sus ingresos.

   Luego, era bastante común que por razón de permisos y, sobre todo, de multas y castigos, mis paisanos se vieran en la necesidad de venir a Amecameca para los respectivos trámites.

            Les comparto una anécdota para cerrar este escrito.

Mi abuelo solía contarme que en su familia siempre fueron carboneros; pero su principal mercado estaba justamente en Amecameca, en primer lugar, porque habían “casas ricas” que les pedían cargas de este combustible de manera fija.

De hecho, en las pocas casonas antiguas que existen en Amecameca todavía se conservan sus hermosos braceros de concreto y parrillas de metal.

            La segunda razón de venir caminando desde Tepetlixpa (más o menos tres horas porque tenían que arrear a sus burritos y solían descansar antes de llegar debajo de los primitivos puentes de la carretera: el de Popo Park y el del río de los Reyes) era que en Ameca existían fondas.

 En mis libros he documentado que, en el mismo año de las bicicletas, 1910, ya había una fonda de comida corrida además de los 5 hoteles repartidos en el centro.

Entonces, valía la pena vender aquí el carbón.

Pero aún quedaría hablar de las efectivas relaciones que ha tenido Amecameca con sus pueblos vecinos, incluso con sus propias delegaciones, porque claro, no es lo mismo haber vivido en una ciudad que en 1937 ya tenía agua potable y desde 1890 luz eléctrica, que en un pueblo de carboneros como Tepetlixpa que en 1937 ya tenía un obispo en su parroquia, pero en lo demás seguía en sus costumbres y formas de vida ancestrales.

            Me he extendido un poco, de manera que acabo.

Mi abuelo acababa su anécdota con una gran carcajada cuando recordaba que en algunas fondas del mercado les compraban cargas completas de carbón y les pagaban razonablemente bien, pero… pero les decían que para poder comprarles había un requisito. ¿Un requisito?, ¿cuál? –le preguntaba con esa ansia de ver el pasado que les comento al inicio de esta pieza.

            —Pues nada, que sí nos compraban, pero a fuerza teníamos que desayunar ahí. Si no, nada.

 Hasta pronto.