13 de marzo
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Cronista municipal de Tepetlixpa

@MarioA_Serrano

Tepetlixpa: El mundo de tiempo y tierra

Pueden llamarme iluso, soñador, ingenuo, como gusten, pero es cuando pienso en por qué nuestras comunidades no han alcanzado esa proyección internacional en las artes siendo que tienen motivos tan fuertes y puede que a veces más grandes que los de la isla de Chipre.

Comencé el año leyendo Chipre, un bellísimo libro del poeta griego Yorgos Seferis, premio Nobel de literatura 1963.

Se trata de un álbum que reúne poemas, fragmentos de su diario, reproducciones de sus manuscritos y fotografías que el también diplomático realizó entre 1953 y 1955 en sus viajes a esa isla del Mediterráneo.

Seferis fue un artista que no importando sus influencias, amistades, viajes y trabajos siempre añoró su tierra.

Lo mismo tradujo poesías inglesas y francesas que el Apocalipsis y a antiguos poetas helenos al griego moderno.

 “Soy un escritor obsesionado por unas cuentas cosas. Y no hago más que repetirlas”, como le dijo a Jaime García Terrés.

Para no redundar: durante la segunda guerra mundial, Seferis vivió exiliado en Londres; habría que imaginar la vida de una persona del clima mediterráneo viviendo en una ciudad, que palabras más, palabras menos, siempre describió como llena de bruma gris (y helada).

Pido disculpas por esta larguísima introducción, pero verán que tengo mis motivos. En Chipre se paladean las tradiciones y formas de vida de un pueblo muy antiguo, tan antiguo que aún se escuchan los ecos de su mitología.

En las páginas se pueden ver “árboles gallardos”, que cuando las personas se sientan debajo de su sombra no hacen nada; hay poblados en los que lo mismo se ven las ruinas griegas que a monjes ortodoxos; playas en las que la luna llena parece evocar a la famosa Helena.

También hay artesanos, murallas y columnas carcomidas por el polvo y el tiempo, una noria de madera, jóvenes viviendo la vida abrazándose entre sí, olores y la luz del sol: “la red dorada / donde las cosas tiemblan como peces / que un ángel saca / con las redes de los pescadores” [Ayánapa I, p. 16].

Entonces, si se dan cuenta, Seferis habla de una isla que a fin de cuentas se vuelve un paisaje universal.

Por eso me emocionó leer este singular librito, porque su pulpa no está hecha con los grandes temas, sino con eso que se puede ver en cualquier pueblo, en cualquier lugar donde aún existan tradiciones más o menos firmes, más o menos con la voluntad de que no se diluyan al mero paso del tiempo.

Ahora pueden llamarme iluso, soñador, ingenuo, como gusten, pero es cuando pienso en por qué nuestras comunidades no han alcanzado esa proyección internacional en las artes siendo que tienen motivos tan fuertes y puede que a veces más grandes que los de la isla de Chipre.

 Y el asunto se recrudece cuando pienso en que, en realidad, sí se ha hablado (o fotografiado o filmado o pintado o…) de esta región, pero el impacto ha sido mayor cuando lo han hecho los extranjeros: de Anna Murià y Agustí Bartra a Carleton Beals, Hugo Brehme y Grace Hazard, inclusive de Hernán Cortés a Jelena Galovic.

Porque no es la pulpa del lugar ni la nacionalidad de los artistas, sino una serie de eventos, suerte, calidad, relaciones, fama… lo que hace que de pronto lo local se pierda en el más profundo y literal localismo.

Será por todo eso que el libro de Seferis me hizo volver sobre mi propio pueblo, sobre todo el potencial que tiene este paisaje que domina al horizonte y la historia. A sus propias ruinas y muros arropados de años y olvido, a las lomas que no sólo invocan a las Helenas locales sino también a todas las mujeres que fueron construyendo reinos en cada uno de sus hijos.

Porque aquí también hay mitología, árboles añosos donde el viento silba la memoria de los ancestros, las ruinas de desastres próximos, las pisadas de sacerdotes que no fueron artesanos, pero tuvieron vidas de novela.

Aquí no hay mar, pero al voltear desde el atrio de la parroquia de San Esteban (Esteban por cierto, nombre griego: Stephanos  o lo que es igual: “Corona”) hacia el valle de Morelos, uno puede imaginar perfectamente el mar que le hace falta o que le sobraría a Tepetlixpa.

Porque aquí también hay luz de sol, puede que aún no haya un Seferis que nos de fama internacional, pero no tardaremos en escribir a su manera:

“El mundo / volvió a ser como antes era, nuestro, / hecho de tiempo y tierra.”