
Las pataventuras de una rescatista
Nashrú López Rascón
Hace unos días me preguntaba ¿quién sigue en la lista de relatos? ¿Camilo?, ¿Princesa?, ¿retomo la historia de Manchas?… No, se me vino la historia de Chiquis, la primera perrita que Violeta atendió fuera de las rejas de su casa.
En 2016, en mi diario recorrido a la escuela de mi hija, comencé a notar que a 2 cuadras de mi casa había una cachorra con los primeros síntomas de sarna. Había una cazuela al pie de un poste donde veía que le echaban desperdicios de comida; el plato se veía muy poco apetitoso, incluso para un perro, pues le ponían sobras de comida sobre restos anteriores, lo cual hacía un platillo digno de un pequeño basurero.
Pues ahí se le veía merodeando a la perrita, a veces yo le llevaba un poco de croquetas y me cercioraba de que tuviera agua.
Sin embargo, al paso de los días me daba cuenta que la sarna cubría con velocidad su lastimada piel, y eso sí se me empezó a volver difícil de asimilar.
Un buen día le comenté a mi hermana la situación, y ella, ni tarda ni perezosa, se fue a averiguar con su veterinario cómo podía tratar la enfermedad.
Obtuvo las pastillas correspondientes y durante seis largos meses fue diariamente a la misma hora a darle su tratamiento, cubriendo la píldora en un bocadillo sabroso para asegurarse que la perrita se la tragara.
Poco a poco se fue viendo la notable mejoría de Chiquis: desparasitada, engordada y con nuevo pelo, ahora sí, hacía honor a su rozagante juventud.
Al paso de casi seis meses, cuando ya estaba bastante repuesta, llegó el momento de esterilizarla; había que emplear el mismo método para sedarla y poderla transportar a la clínica veterinaria, así que Viole implementó la de costumbre, le dio de comer sus croquetas y disfrazó la pastilla en un rico jamoncito, sólo que ahora había que esperar pacientemente a que surtiera efecto. En la espera la fue siguiendo para ver donde caía, y cuál no sería su sorpresa cuando se percató que a un par de cuadras Chiquis llegaba con dos cachorritos a regurgitarles su propia comida recién ingerida para que ellos comieran. ¿Se imaginan? Chiquis la solidaria, literalmente ¡se quitaba el alimento de la boca para darle a estos 2 desamparados! Sobra decir cuánto conmovió la escena a Violeta, Chiquis acababa de sacar boleto para ser plenamente adoptada y ahora habría que ver por esas dos almitas de Dios también.
Resultó que para Chiquis estaba bien gozar del privilegio de ser niña de casa: bien comida, atendida y con un mullido y calientito cojín para dormir; pero, también, el espíritu aventurero llama y esta peluda rebozaba energía, así que se empezó a escapar y agarró por vivienda un terreno que está a unos metros de nuestra casa, haciéndose medio guardiana de otras dos casitas que había ahí, donde vivía un perro ya viejo, tipo lobo, del que se hizo partner, o sea su amiguismiguis.
Agarró por guarida el techo celeste con manto estrellado, con una confortable cama de pasto crecido que le proporcionaba calorcito haciéndola de cobertor y hasta la mantenía oculta, a salvo de la mirada indiscreta de cualquier peatón que circulara por ahí.
¡Ay, hasta se lee poético! Lo que ya no era tan romántico era la temporada de lluvias con el señor Tláloc lanzando rayos a diestra y siniestra, ahí sí regresaba a la seguridad de su covacha, al igual que cuando la cuetería comenzaba -o sea cada semana- pues era menester refugiarse del terror que siempre le ha producido el ruidero de cuetes y truenos.
En resumidas cuentas, teníamos una inquilina de medio tiempo, aunque, eso sí, día a día sin excepción, había que ir a darle su plato de croquetas, el agua se la procuraban las vecinas de una de las casitas y hasta uno que otro bocadillo.
Llegó un momento en que para Chiquis el enorme terreno era ya un espacio demasiado olfateado, y bajo la lógica de que el manto estrellado era su techo, entonces cualquier lugar era propicio-mejor no aplica- para andar de pata de perro.
A menudo había que dejarle el platito de comida medio escondido para cuando llegara hambrienta de alguna de sus vagancias, con el riesgo de que otro perro vivales de la cuadra descubriera el suculento bocado y le diera baje.
Otras veces Violeta se la encontraba en algún lugar de Amecameca, lo mismo a dos que a 20 cuadras, y la Chiquis -con singular emoción- movía la colita y corría en pos de la bici o la camioneta de mi hermana; de hecho fue la primera que se hizo su copilota, pues siempre que se encontraba con el vehículo le abrían la puerta y, muy presta, se subía en el asiento delantero, dispuesta a acompañar a los múltiples mandados con la mirada siempre atenta al entorno callejero.
También hay que decir, que el poco arraigo al domicilio de Chiquis le trajo como consecuencia que la manada de aquí la desconociera, así que, por gusto primero, y por necesidad después, nuestra mascota a distancia se mantuvo la mayor parte del tiempo en su casa de campo, aunque ella siempre encontró la manera de escurrirse sigilosa a una bodeguita que tenemos cuando los truenos o cuetes comenzaban, su terror a ese ruidero siempre fue superior al miedo que pudiera tenerle al perrerío.
Y así como llegaba, silenciosa y prudente, se volvía a ir uno o dos días después, ya pasada la crisis.
Han pasado los años y Chiquis ya no es tan joven ni tan vaga.
Su domicilio alterno fue casi idílico por unos tres años, pero un día se murió su cuate el viejo lobo, y al poco tiempo se complicó su estadía cuando en aquellas casitas decidieron tener nueva mascota, de ésas de raza.
Este recién llegado desplazó la atención de las vecinas, que ya empezaron a ver a la criolla Chiquis como arrimada, con la consiguiente invitación -no muy cordial- a que fuera ahuecando el ala.
Así las pataventuras de Chiquis, hace ya dos años que estableció su residencia definitiva en una de las amplias jaulas de la casa, que compartió primero con la finada Abuela y ahora con Itita, la loca, que es una fea tan bonita (de ambas ya hablamos en otras entregas).
Cabe añadir, que por fin Itita compaginó con alguien, pues, salvo el Abuelo Munra (de quien hablamos ya también y que más parecía un costal que un perro) siempre se expuso a graves peligros por andar desmarcándose de la manada; a decir verdad, ha sobrevivido a tres ataques casi mortales que le ha propinado Manchas, así que no hay manera de sacarla a convivir con los otros.
Pero Chiquis vino a alegrarle la vida, realmente se llevan bien y nuestra inquilina de medio tiempo ya lo es de tiempo casi completo, pues, hay que decirlo, de repente se le vuelve a encender la hormona aventurera y de algún modo escala la reja o cava el hoyo para escaparse, sólo que ahora regresa pronto.
¿Y qué pasó con los cachorros que Chiquis alimentaba al estilo pelícano? ¡Ah! esa historia se queda pendiente para la próxima entrega.
Pero no quiero irme sin dejar una moraleja de este artículo: ¡Por favor! si van a darle de comer a cualquier perrito en desgracia, no le den cochinadas ni lo alimenten en suciedad, no es una buena obra; por si su conciencia se sentía tranquila de aventarle cualquier cosa en cualquier estado, lamento informarles que, por el contrario, hasta les puede dar sarna y otras enfermedades; y si lo medio comen es porque están muriendo de hambre, pero -como cualquiera- preferirían algo mínimamente decente en su plato.
Moraleja dos: A los perros de raza no les va ni les viene convivir con criollitos, no son tan acomplejados como los humanos, sus diferencias se miden en otros términos.
Bueno, dicho lo que se tenía que decir, nos leemos en la próxima. Hasta entonces -y siempre- no dejen de ver por cualquier animalito en problemas, es bueno para ellos y aún mejor para nuestro espíritu: Salvarlos puede salvarnos a nosotros y nosotras mismas.