13 de marzo
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 Las pataventuras de una rescatista

Nashrú López Rascón

Saludos perrófilxs y demás afectxs lectores, que cada quincena acompañan un nuevo episodio de historias perrunas y otras peludeces, a veces medio pelonas.

La entrega pasada estuve hablando de Chiquis y la manera en que terminó viviendo en nuestro predio.

   Aprovecho para hacer una rectificación, resulta que las vecinas a las que aludí, donde pasaba la peluda pasaba parte del tiempo, leen esta columna -lo cual agradezco- pues quieren bien a los animales, y ya me aclararon que Chiquis se tuvo que ir de su casa porque se la pasaba mordisqueando los hermosos pétalos de los rosales tan preciados para la mamá (qepd), a quien tuve el gusto de conocer desde que era jovencita.

De hecho, como la querían bien le aguantaron tres años el mal hábito, pero como todo hábito mal habido, a la larga se vuelve vicio, así que -como dijera Cantinflas- ahí estuvo el detalle.

Y sí, siempre me encantó ver cómo tenían su jardín, tan colorido, lleno de frondosas rosas de múltiples colores.

De hecho, ahora viven ahí dos perros que también fueron rescatados, así que vaya un saludo fraterno para ellas y mis disculpas por la confusión.

Y ya que hablamos de Chiquis, ella es el eslabón de la historia de hoy. Recordarán, quienes me leyeron el 20 de febrero, que nuestra heroína se iba a un terreno que está en la calle de atrás con la comida en el “buche” a regurgitarles a un par de cachorritos que así lograban comer.

Violeta se percató de la situación y con esos cachorros empezó una larga historia, que, seis años después, sigue teniendo vínculos.

Me explico…

Chiquis se quedó a vivir con nosotras, pero diariamente había que llevarle comida a las criaturas, que a los pocos días fue sólo una, pues la perrita fue atropellada y murió; el sobreviviente llevó por nombre el “Muinas”, ya se podrán imaginar el carácter que tenía.

Violeta no llevaba ni 15 días alimentándolo cuando vio aparecer a la madre famélica con dos nuevas cositas peludas queriendo jalarle la chichi.

Fue cuando se dio cuenta de que Chiquis, Muinas, esos dos y sabe Dios cuántos más, venían todos de la Flaca -así quedó bautizada- y de uno que conocemos en el barrio como Rambo.

De inmediato Violeta puso patas a la obra y se llevó a la Flaca a esterilizar, si tendría que hacerse cargo de toda esa banda, por lo menos que ya no se siguiera multiplicando.

En esos años, por ahí de 2016, todavía se les preparaba “el sopas” a toda la raza del rancho, o sea el caldo de bofe troceadito con arroz, avena, tortilla, sobritas de comida y croquetas.

Todos los días había que echarle más de agua al caldo, otro puño de arroz, otro de avena y rellenar con más croquetas, luego recorrer casi tres cuadras para alimentar a la Flaca y a todo el séquito de perros, que rápido agarraron la “buena costumbre” de comer diario. Recuerdo que por esa razón Violeta instaló en la parte de atrás de su bicicleta una de esas cajas de recaudo, para poder transportar la cubeta de comida con los respectivos platos, que terminaron siendo como siete, pues no faltó el perrito de por ahí que también se arrimaba a que le dieran un poquito para incrementar -aunque sea en algo- la raquítica dieta a la que los sometían sus dueños o dueñas, algunos tan pobres -hay que decirlo- como sus animales.

Después de dos años de hacer esta tarea diaria, mi hermana ya había entablado relación con los vecinos y vecinas de esa cuadra, muy próxima ya a la carretera local que une a Amecameca con una de sus delegaciones.

Les ayudó a esterilizar a todas las perritas de por ahí y se encargaba de los que no tenían dueño, así vio crecer a Cenizo y Kalimán, aquellos cachorrines que llegaron con Flaca cuando alimentaba al Muinas, quien hizo honor a su nombre siempre con ese malhumor que lo caracterizaba; así como al Mocho, una especie de scarface sin una oreja y con cicatrices aquí y allá de tantos agarrones que se había dado (seguramente en sendas riñas alrededor de perras en celo, como buen macho alfa callejero).

Entre las relaciones que estableció, se encontraba una niña ya grandecita que se ofreció a ayudarla con la alimentación de la manada cuando ella no pudiera, fue así como Joana se hizo cargo en varias ocasiones.

En particular hubo un mes en que Violeta salió de viaje y le dejó el suministro de un costal de croquetas para que la jovencita se encargara de darles diariamente a la mayor parte de ellos, aunque otro vecino colaboró también haciéndose cargo del Muinas.

Sin embargo, para cada solución puede aparecer un nuevo problema: Por un lado, más de un vecino oportunista vio la forma de aprovecharse para soltar a su perro a la hora de la comida, “total había quién se encargara”.

Cada vez se acercaban más peludos a mendigar su platito y eso se estaba volviendo insostenible; por otra parte, como los canes se arremolinaban en torno a la comida, empezaron a hacer manada y a ladrarle a cuanto carro, moto o bici pasara por ahí.

 Eso sí los ponía en peligro de ser envenados, era cuestión de tiempo que se suscitara una desgracia para algún transeúnte mordido o para los propios animales.

Era momento de actuar.

Resultó que había comunicación entre ese terreno y el nuestro y a través de unos caminitos los perros encontraron el rastro de mi hermana, y así comenzaron a moverle la colita desde una alambrada que colinda con nuestro predio.

Desde entonces, hace casi cuatro años, puntualmente, llegaban Mocho, Flaca, Cenizo y Kalimán a recibir su ración; Muinas no se vino, encontró quién lo atendiera por allá, y después, tristemente, encontró también la muerte por atropellamiento.

Mocho murió dos años después, a finales de 2019, también atropellado, no sabemos si por ir correteando un carro o persiguiendo una perra en celo ¡era tremendo! Flaca murió de cáncer hace año y medio y los otros dos ahí siguen, asistiendo rigurosamente al alambrado, entre una y dos de la tarde, porque ya saben que su hambre será saciada.

Hay más de una enseñanza que sacar de esta historia.

Con sus contrastes agrios y amables podemos reflexionar sobre lo siguiente:

Cuando hay colaboración entre vecinos y vecinas siempre hay ganancia para tod@s, nadie carga con todo el trabajo y se pueden establecer relaciones que perduren y se enriquezcan, en pro de toda la comunidad, en este caso, hubo un periodo largo (al menos tres años) en que dejó de haber perritos desamparados en toda la manzana y se paró la proliferación de cachorros gracias a los UNICOS métodos efectivos de control canino; a saber: esterilización, adopción y no comercialización de cachorros.

Sin importar la condición económica de las y los vecinos hubo colaboración y aceptable bienestar para los animalitos.

Por el contrario, el abuso de unxs vecinxs sobre otrxs, genera distanciamiento y eso termina por perjudicar a todxs.

Ante el creciente número de perros hambrientos que no eran atendidos por sus dueñxs, Violeta dejó de frecuentar esa calle y, por lo tanto, de apoyar las esterilizaciones, haciéndose cargo nada más de los cuatro ya mencionados. Recientemente ha visto merodear nuevamente a uno que otro perrito que seguramente viene de madres no esterilizadas, quién sabe cuántos más hayan nacido por ahí y ya estén muertos por las diversas circunstancias que aquejan a los que no tienen dueño que se responsabilice.

Así pues, entendamos que un o una rescatista no es alguien a quien le sobra tiempo y dinero y se quiere entretener.

Lejos de eso, a menudo son personas tremendamente ocupadas que tienen que hacer esfuerzos extraordinarios para realizar su labor.

Si cuentan con el privilegio de tener cerca a un o una rescatista, procuren ayudarle, porque, de paso, ustedes también se beneficiarán.

Lo que sí no se vale de ninguna manera es complicarles el trabajo o querer abusar de su generosidad, es falto de ética y, dicho sea de paso, falto de inteligencia, pues tampoco lo van a tolerar y lo más probable es que se vayan a apoyar a otro lado, especialmente donde encuentren empatía con gente más solidaria.

Nos leemos en la próxima entrega, hasta entonces -y siempre- no dejen de ver por cualquier animalito en problemas, es bueno para ellos y aún mejor para nuestro espíritu: Salvarlos puede salvarnos a nosotrxs mismxs.