
De pelos y huellitas
Nashrú López Rascón
SEGUNDA PARTE
El otro caso es Xolete.
La historia con este perrito comienza en abril de 2020, cuando era un cachorro con sarna que vivía en la calle a unas cuadras de aquí.
Viole lo estuvo tratando por un mes hasta que se curó.
Nunca lo trajo a la casa, siempre lo atendía en la esquina donde solía estar y aunque había vecinos que lo procuraban con agua y comida, 4 meses después de su primer encuentro con mi hermana, el perro decidió que se mudaba con ella. Poco le importó que la manada de aquí se le fuera encima, él adoptaba actitud de sumisión y aguantaba estoico hasta que Violeta lo rescataba subiéndolo a su vehículo o los canes dejaran de ponerle atención.
Por más que mi hermana lo llevara en su camioneta a dejarlo en su esquina, él aparecía en la reja de nuevo, aguantando los ladridos amenazantes del perrerío; no tenía ninguna intención de ser alfa, pero sí de quedarse, así que fue ganando aceptación poco a poquito y, poco a poquito también, se fue quedando cada vez más tiempo, hasta que la manada se acostumbró a él y dejó de acosarlo.
Al principio habitaba en el jardín -donde tenía su casita de resguardo- y se le solía ver metido en la camioneta, pues le gustaba ir de damo de compañía a las diligencias de Violeta (esa costumbre se le quedó porque un bicitaxista de por acá solía traerlo en su bicitaxi cuando vivía en la calle).
Para no hacerles el cuento más largo, Xolete terminó metiéndose -literalmente- hasta la cocina, ahora duerme en un mullido cojín dentro de la casa de mi hermana so pretexto de que está un poco reumático -su infancia desnutrida le dejó secuelas- es tratado con consideraciones especiales, además de que es otro que hay que encerrar cuando mi hermana sale porque si no se va siguiéndola ¡al fin del mundo! si es preciso.
Actualmente hay una nueva perrita en tratos con mi hermana, se llama Lizzy y medio tiene dueños, aunque siempre se le ve junto con otro perrito afuera del portón, pues según relata uno de sus propietarios, le gusta tirar la basura (¿será que tiene hambre?).
El caso es que cada vez se le pega más a Violeta, o dicho más apropiadamente, se les despega menos; otra que ya aparece por nuestro terreno sin importarle el riesgo de toparse con la manada.
Por más que mi hermana la sube a su camioneta para dejarla de nuevo en su domicilio, la otra sale corriendo atrás de ella o, de plano, se viene directo para acá. De hecho, ya convenció a Violeta, la cuestión ahora es que se vaya acoplando a una de las manadas, pues han de saber que ya no hay sólo una, sino tres, que se tienen que estar alternando el espacio para no agredirse.
De eso vamos a hablar la próxima entrega, pues es un reto permanente para las y los rescatistas que tienen muchos perros, y, como dijimos en algún artículo anterior, las razas y sus historias de vida les forjan distintas perronalidades, con diferentes grados de territorialidad y tolerancia, así que se vuelve un desafío permanente tener las condiciones para sostener a tantos en una relativa armonía. Les adelanto que Xolete fue el primero de una manada completa que terminó viviendo aquí, pero abundaremos en la próxima entrega, pues esa historia merece su propio artículo. Para cerrar el tema de hoy concluiría diciendo que en el caso de los peludos que adoptan humanos no hay tanto misterio, un perro que sufre maltrato puede ser lo suficientemente listo para buscar un nuevo