
La otra manada
Nasrhú López Rascón
Buenas buenas estimad@s lectores.
La semana pasada andaba en la vagación y les quedé a deber el artículo, pero ya se van acabando y hay que cumplir con los deberes perrunos.
Quedamos en que esta vez conversaríamos sobre eso de tener más de una manada, y, pues, ahí les va esta historia.
Recordarán quienes leyeron la entrega anterior que Xolete es un joven reumático que se auto adoptó aguantando como pudo las hostilidades de la manada que aquí ya vivía y que contaba, entre otros, con el aprensivo de Camilo -que no deja acercarse a nadie a mi hermana sin aventarle el ladrido, la neurótica Ashtli -que ladra hasta al viento y no muerde, pero que tal incita a los demás- y la Hulk Manchas -gran danés de doble perronalidad con instinto asesino latente- o sea, franquear esa barrera no estaba fácil para Xolete, pero él encontró la manera, al punto de que terminó subyugando al xolo alfa de la manada, quien lo acosa persistentemente con el mismo entusiasmo que Pepe Le Pew a aquella gatita que se mancha con pintura blanca y parece zorrillo ¿se acuerdan? era una caricatura de las infancias de aquellos que ya andamos rozando los 50.
Pues así el Neztli con Xolete, con desbordado amor lo trae asoleado un día sí y otro también.
Cosas de perros…
Bueno, Xolete pertenecía a una manada que se formó en una esquina cercana a la casa, a unas tres cuadras.
Casi todos los perros aparecieron un día ahí, todavía muy jóvenes, porque vivían en una casa donde los inquilinos se fueron y decidieron dejar abandonados a sus animales en el jardín.
A la dueña de esa casa se le hizo fácil echarlos a la calle y ahí se quedaron. Eran unos cinco, y algun@s vecinos empezaron a alimentarlos y ponerles agüita, entre ell@s mi hermana.
Así se les sumaron otros más, entre ellos Xolete, Orejas y Leo, así que se armó el perrerío de la esquina.
Como buena manada, empezaron a hacer de las suyas y perseguían autos, motos y hasta ciclistas, lo cual ya no gustó en el barrio.
Cuando empezaron las propuestas de envenenarlos Violeta atajó de inmediato ofreciéndose a buscar otra salida que resolviera el problema sin lastimar a los canes.
La dueña de la casa tiene un terreno baldío de buen tamaño a media cuadra, así que mi hermana le propuso enrejar el predio y meter ahí a la jauría, ella pondría la malla y estaría pendiente de su alimentación.
La señora estuvo de acuerdo y así se hizo, pero al poco tiempo -ni un mes- comenzó a desdecirse y pedir que sacaran a los perros de su terreno; por más que Violeta trató de convencerla la señora y su familia se negó.
El coraje de mi hermana fue grande, pues ella, sin tener ninguna responsabilidad, acabó cachando a cinco de los siete que eran (los otros dos se quedaron con la señora en muy malas condiciones, según hemos podido constatar).
Hace ya más de un año que viven acá, además de los ya mencionados Xolete, Leo y Orejas, también están la vaga Julieta, la amiga de todos, y Canela la aérea, pues le encanta andar en las alturas, así que siempre que está la camioneta de Viole se le puede ver echada en el techo.
La verdad, son un encanto los cinco, tienen perronalidades completamente diferenciadas pero los machos son muy educados y las dos hembras son de lo más carismático que he conocido; de plano, ambas merecen que les dedique un relato aparte.
En su momento así lo haré.
Esta otra manada ha tenido sus encontronazos con la primera -que consta de otros nueve perros, entre pelones y peludos- a veces hay paz entre ellos, cuando no intervienen ni Camilo ni Ashtli, pero a veces se dan unos buenos agarrones, mismos que ya derivaron en una oreja mocha, contusiones y uno que otro agujero por mordida.
Es un desafío permanente, porque, además, hay otras cuatro perras y un perro, que tenemos en distintas secciones, pues han llegado en diferentes momentos, pero se les suelta a ciertas horas y también tienen sus altercados con la manada alfa (los que duermen dentro de la casa), así que es como un juego de espacios y hay horarios para guardar a unos y soltar a otros, lo que implica -podrán imaginar- dinámicas y ritmos.
El tema siempre son los o las alfas: territoriales y volubles.
No se mide en tamaño sino en temperamento, y en dos de las tres manadas tenemos alfas, por lo que a veces Camilo se expone al franco peligro cuando se le avienta a Matrushka, pues ahí el tamaño -y la fuerza- sí importan.
Por más que el shnauzer sea muy sacalepunta, la labradora es tres veces su tamaño, en masa corporal y en colmillos, así que, a falta de ubicación hay que andarlos cuidando.
Según raza, edad y temperamento, casi todos requieren un rato de espacio para correr u olfatear, así que siempre andamos con los horarios de encierro a unos para que salgan otros.
La manada que vino de la esquina es más tranquila, están más acostumbrados a convivir con perros y humanos, así que esos se mezclan con las otras dos, aunque también hemos llegado a tener encontronazos que sólo se disuelven con los varazos de las alfas ¡Alfas! o sea, Violeta o yo, que a veces nos ha costado hasta un colmillazo tratando de separar a las fieras.
Como ven, comporta sus malabares lidiar con el “quítate tú pa’ponerme yo”; a nosotras ha terminado por marcarnos el paso en nuestras rutinas.
Sí se puede, pero hay que conocer muy bien a cada uno de los animales, encontrar equilibrio entre unos y otros y saber imponerse con energía cuando así se requiere, y aun así, hay relaciones irreconciliables, donde la única solución es asegurarse de que estén siempre separados.
Por hoy aquí la dejamos.
Recuerden la cantaleta de siempre, ver por cualquier animalito en problemas, es bueno para ellos y aún mejor para nuestro espíritu: Salvarlos puede salvarnos a nosotrxs mismxs.