
De pelos y huellitas…
Nasrhú López Córdova
Las pataventuras de una rescatista
La depresión de Nina
Saludos estimad@s, lo prometido es deuda, así que hoy toca pataventura perruna. Del interminable anecdotario de Violeta les tengo preparada la historia de Nina y su paso por el refugio temporal que le dio mi hermana; pero para llegar ahí, primero sigamos con el recuento que dejé pendiente de detallar en el pasado artículo, pues nos conecta mejor con la historia de Nina.
Es importante que nos demos una idea de lo que realmente significa ser una o un rescatista profesional/seria/formal, o como quieran ponerle a quien sabe lo que hace y lo hace bien.
Escena Uno. Perro/a en problemas, por abandono casi siempre, jovencito las más de las veces, cuando ya no parece peluche y se volvió un estorbo el regalo de navidad, de cumpleaños, los novios ya no lo son, etc.
Escena dos. El animal es rescatado por una de estas o estos guardianes.
¿Qué sigue?
Primero voy a destacar que el 90% de las rescatistas son mujeres (hoy no, pero volveremos sobre este punto en otra ocasión).
Con frecuencia hay hombres que rescatan un perrito y lo adoptan como mascota, ¡excelente labor! pero eso no los incluye en el gremio, pues quienes pueden ser llamadas/os así son quienes lo hacen de manera recurrente y los mantienen en un albergue que ellas mismas sostienen (va de 25 a 300 perros ¡o más!), o bien, canalizan a través de diferentes medios para que sean adoptados, dándoles un refugio temporal entretanto.
Pero aquí viene el detalle de lo que significa ese refugio temporal, pues es la modalidad que implementa mi hermana en su calidad de rescatista:
Escena tres. El proceso entre que el perrito es rescatado y se pone en adopción va de dos a cinco a meses en promedio.
¿Y qué pasa en ese tiempo? ¡Ah! Primero lo primero, que empiece a comer bien, a la vez que se desparasita para fortalecerlo, por dentro y por fuera, o sea lombrices, amibas, pulgas y lo que pueda traer.
Si no viene enfermo ni requiere tratamiento médico -cosa que casi nunca sucede- se le empiezan a administrar sus vacunas, normalmente cinco para cachorros y tres para adultos, distribuidas a lo largo de un mes; pero, normalmente hay que agregar al menos una semana de tratamiento médico, suelen llegar enfermos de algo.
Ya que el animal agarró tono saludable, viene la esterilización, y, finalmente, cuando todo está en orden, su bañada, esponjada, peluqueada y lo que se necesite para dejarlo bien guapo o guapa y tomarle sus fotos.
Escena Cuatro. El peludo hace su triunfal aparición en redes para conseguir su adopción.
El proceso de adopción es tan variable que puede tardar entre cinco días y… hay algunos guapos que ya se quedaron a vivir aquí porque no salieron ni en rifa.
Pero de los que sí se han ido -calculo unos 50-, la que más tardó fue Pulga, nueve meses, porque no cualquiera estaba dispuesto a sostener su tratamiento antiepilepsia que será de por vida (en el artículo dedicado a Princesa hablamos ya de este caso).
En cambio, su adopción más veloz, diría relámpago se llevó sólo 18 horas, pues era una perrita de casa que la dueña había decidido dormir y otro miembro de la familia acudió a Violeta para que fuera rescatada.
Siendo de raza y con todo su protocolo de salud y esterilización completo fue pedida y entregada al día siguiente.
Esa es la Escena cinco, el momento conmovedor en que el o la nueva dueña conoce en vivo a su futura mascota, aunque no necesariamente es la última escena, pues, como novios de pueblo, son presentados para ver si sí, o si no eran uno para la otra o viceversa.
En esta escena, se firma un contrato de adopción, a partir del cuestionario que el aspirante llenó previamente, donde se da conocer su perfil como dueño/a.
A veces aquí termina la parte pesada del trabajo de la rescatista, aunque, todavía se le lleva seguimiento a su adaptación durante unos meses.
Escena seis. Violeta regresa a su casa con amplia sonrisa y con un perro menos, que ahora está en buenas manos, adoptado a menudo, no como mascota sino como perrijo o perrija.
Una vez descrito brevemente el proceso, pasemos a la historia de Nina.
Se trata de una Schnauzer miniatura que tendrá ahora unos siete años; su dueño murió de Covid en 2020, y lo mejor que se le ocurrió a los familiares fue encerrarla en una covacha donde no entraba ni la luz del día.
Así pasó un año, hasta que Violeta supo del caso, hace un año justamente, porque le preguntaron cuánto costaría dormirla.
Muy piadosos los “encargados” iban a dormirla antes de que la depresión la matara; razas como esta son particularmente apegadas a sus dueños, así que pueden imaginarse la tristeza de este animal, casi tan grande como el hongo que se le había extendido en la piel por falta de sol.
Violeta la pidió y de inmediato entró en acción para ayudarla.
Nina tardó dos meses en sanar el hongo, gracias a los cuidados constantes y los siete mil pesos sonantes que invirtió en sus múltiples tratamientos, etólogo incluido, es decir, psicólogo de perros que la valoró y fue guiando a mi hermana para ayudar a la perrita a sacarse el trauma, primero de perder a su amado dueño y luego de ser refundida un año en un cuartucho con el duelo encima.
Siendo perrita de raza y miniatura, normalmente se publican y al día siguiente hay 10 o 20 solicitudes para adoptarla, pero Nina tardó dos meses, porque en el protocolo de adopción se condicionaba su entrega a darle seguimiento con un etólogo para que la viera periódicamente.
Luego les cuento eso del contrato de adopción, ya no me cabe en esta entrega.
La escena final de este drama, que hizo correr lágrimas, es que la adoptó una mujer de Coyoacán y ahora es una ñoña en cangurera, fue una rota para una descocida, pues quién sabe quién tiene más dependencia de quién; pero la buena noticia es que ya prescindió de los servicios del etólogo, gracias al amoooortz de su nueva dueña -obviamente- y a unas flores de Bach que le suministran cada tanto.
Esa historia toca especialmente mi cucharón (o sea, mi corazoncito) por la historia misma, sí, y también porque fue la primera partner de mi mamita, antes de que se hiciera cuais de Tomás*, durante julio y agosto, en que ella estaba convaleciente. Ambas vivieron juntas una recuperación que en el caso de Nina terminó muy bien, no así la de mi bella madre que ya descansa en el seno de nuestros sagrados volcanes.
Siempre en mi memoria y en mi corazón madre querida.
Nos leemos en la próxima, y mucho amor para las y los perritos que sufren, la tarea es de tod@s, no sólo de las o los rescatistas.
*Ver artículo Mi mamá y Tomás, publicado en los primeros de febrero.