12 de marzo
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@MarioA_Serrano

Cronista municipal de Tepetlixpa

Mario Alberto Serrano

(Parte II)

Cuando el arte urbano está perfectamente apoyado por las autoridades o cuando ellas mismas la solicitan, el concepto de intervención puede fallar: los artistas se vuelven meros decoradores del espacio público y las autoridades se convierten en tiránicos jueces de lo que debería ser el gusto de toda la comunidad.

En la entrega anterior analizábamos cuál fue el inicio del muralismo hace un siglo y la manera en que las nuevas propuestas debieran repensar su papel histórico, sus funciones como arte público y algunas ideas que intentan proponer ciertas soluciones a las contradicciones de este interesante arte que comienza a poblar las paredes de nuestras comunidades en la Región de los Volcanes.

            En esta entrega seguimos ahondando en estas propuestas.

Los problemas de urbanizar a un pueblo

El arte urbano, su nombre lo dice todo, es de la ciudad.

Desde fines de los ochenta se ha ido haciendo más y más aglutinante a partir de su origen anglosajón Street Art , porque si bien comenzó con la expresión del grafiti poco a poco ha ido englobando otras manifestaciones urbanas y callejeras como la música, y cada vez resulta menos irreverente en tanto las ciudades mismas lo patrocinan y fomentan.

Intervenir un edificio, pintar una barda, hacer grafiti, están asociados a la ciudad y sus elementos; entonces, como algún día me comentó uno de los grandes promotores culturales de este país, el maestro Lucio Lara, el necesario estilete es el siguiente: ¿cuál sería la razón para llevar elementos urbanos a un entorno rural?

El dilema consiste en la pregunta si es más importante promover el conservacionismo de un lugar con paisaje y naturaleza propios, incluso característicos (ahí están los lugares que han optado por pintar las casas del mismo color); o modificarlo con imágenes de gran formato y altos contrastes visuales.

El punto es que, en realidad, un exceso de arte urbano de hecho sí puede alterar la imagen e identidad de una comunidad rural. El temible proceso de urbanización se acelera exageradamente con la simple manipulación del entorno, haciendo que la máxima sea simple y cruel: más que adornar, satura.

Una posible solución

Por principio se pueden tomar elementos del arte urbano como la apropiación, la intervención o el performance junto con discursos que este tipo de arte enarbola (como el género, la lucha social, la oposición a la violencia, los derechos humanos, la defensa ecológica, en fin) para realizar obras más allá del mural. Usar el fondo pero no necesariamente el contenido. Desde luego, asumo que es más fácil escribirlo que ponerlo en práctica pero valdría la pena.

Propongo hacer murales que no solo “ilustren” un tema o sean como la versión pintada de un relato, sino que permitan explorar las dificultades y anhelos de este tiempo. Imaginen si en lugar de un mural se hace una intervención lineal de toda una calle con elementos decorativos más que ilustrativos (grecas, motivos geométricos, colores, formas abstractas) que no tengan por mera intención el “hablar de un tema” sino de hecho, modificar el espacio, hacerlo más amable, conseguir emociones positivas, establecer un diálogo permanente entre el artista y sus posibles espectadores.

            Para demostrar que no estoy inventando el hilo negro, me gustaría traer a cuento la historia de la artista suiza Miriam Cahn.

Entre 1979 y 1980 comenzó a hacer pintas en los muros de la Nordtangente, una autopista periférica que se estaba construyendo en el norte de su Basilea natal.

El asunto es bien interesante porque la policía suiza al tomar la investigación de ese “vandalismo” tomó fotos de las pintas, siguió el estilo de las mismas y con ello identificó a Cahn (correctamente) como su autora, de manera que la detuvieron y posteriormente sometieron a juicio.

La defensa que la artista esgrimió en el proceso es completamente ilustrativa de lo que estoy tratando de exponer.

Primero refirió que sus obras no eran pintas vandálicas como se etiquetaba en ese entonces a todo el conjunto del grafiti y sus derivados, sino intervenciones al espacio público.

No tiene que ver si lo dibujado es muy realista o impactante, si está bien hecho o son rayones, sino como Cahn insistía, que fuera una propuesta bien definida en su concepto: si vas a protestar, protesta; si vas a decorar, decora.

En esas obras que hoy en día solo se conocen irónicamente por las fotos que le tomó la policía, se aprecia que al pintarlas no quería efectivamente vandalizar sino llamar la atención sobre el trabajo artístico de las mujeres, la oposición a los “elefantes blancos” que tan bien conocemos en esas obras enormes pero que a pocos o a nadie benefician, y la defensa a la naturaleza.  Cahn insistió además en que cuando el arte urbano está perfectamente apoyado por las autoridades o cuando ellas mismas la solicitan, el concepto de intervención puede fallar: los artistas se vuelven meros decoradores del espacio público y las autoridades se convierten en tiránicos jueces de lo que debería ser el gusto de toda la comunidad.

Pensemos esto último y vayamos cerrando estas ideas al aire.