
Cronista municipal de Tepetlixpa
@MarioA_Serrano
Elogio de la crónica desde la FILEM 2022
Porque en una crónica lo mismo cabe el detalle pormenorizado de un reportaje, las imágenes de la poesía, la arquitectura de la novela o el desenvolvimiento paciente y lleno de sorpresas de un buen ensayo.
El pasado 2 de septiembre participé en la sala de profesionales de la Feria Internacional del Libro del Estado de México (FILEM) que este año regresó plena a las actividades presenciales en el marco de su edición número 8.
El asunto que me llevó al centro de convenciones del Estado de México, sede de la Feria, fue un conversatorio sobre un género literario que me apasiona y que llevo practicando desde hace varios años, intentando que sea con la mejor de mis capacidades: la crónica.
Inclasificable como pocos géneros dentro de las letras, la crónica está a un paso del periodismo, la historia y la literatura, en ese saco tan incómodo de lo que hoy se llama “no ficción”.
Eso no importa nada, porque la crónica está más allá de etiquetas, está metamorfoseándose cada tanto y tomando, como todas las buenas construcciones artísticas, elementos que dialogan con diversos recursos antes que con estilos. Porque en una crónica lo mismo cabe el detalle pormenorizado de un reportaje, las imágenes de la poesía, la arquitectura de la novela o el desenvolvimiento paciente y lleno de sorpresas de un buen ensayo.
Un asistente al conversatorio me preguntaba si tenía algún cronista favorito, pero antes de soltar la lista que evidentemente tengo, en realidad pensé que más que cronistas favoritos, los que nos dedicamos a esto tenemos lecturas favoritas que algo nos van a regalar cuando construyamos nuestras propias historias.
Hay elementos que aún no conocemos de la crónica como una definición absoluta y útil.
Por el contrario, conocemos perfectamente sus contradicciones, que la vuelven más interesante.
Para algunas personas, por ejemplo, la crónica es y sigue siendo periodismo, negando el título “crónica literaria” que se le ha impuesto para diferenciarla justamente del ejercicio de informar.
Otra contradicción radica en el hecho de que en estos años se hable de un nuevo “boom” de la literatura latinoamericana, justamente por sus cronistas (como los excepcionales Martín Caparrós, Gabriela Wiener, Leila Guerriero, Julio Villanueva Chang, Alejandro Almazán, Sabrina Duque, Marcela Turati o Selva Almada, entre otras) pero al mismo tiempo no queremos darnos cuenta que es el género germinal de nuestro continente, pues los primeros textos escritos en español hace quinientos años fueron justamente, crónicas. Y si estamos en el nuevo “boom”, la pregunta incómoda es “¿por qué no se lee crónica?”?
Estos y otros temas se comentaron en el encuentro cuyo objetivo central fue pulsar el estado en que se encuentran algunos géneros de la literatura contemporánea.
Antes de mi participación tuve oportunidad de charlar con la genial Laura Sofía Rivero cuyas observaciones sobre el ensayo en gran medida se comparten con la crónica: no se necesitan temas enormes, sumamente trascendentes; hay una búsqueda generacional por dar con un estilo; tenemos la enorme influencia de la literatura norteamericana detrás y el mercado editorial es parco por decir lo menos, con la no ficción.
Al abordar la actualidad del género, el conversatorio giró sobre el hecho de que la condición actual de América Latina y de México en particular, parece ser propicio para escribir crónicas, lo cual es una desgracia porque es un pulso de la sociedad y no solo un afán de expresión.
En la charla comenté, por ejemplo, el que no encuentre cronistas de fuste en Asia, Oceanía o África pero que en nuestro continente, repito, se hable de un “boom” cuyo germen acaso sea menos brillante porque no es solo la explosión de la creatividad sino una sociedad en llamas que lanza la voz antes de que se haga ceniza.
Sin embargo, no sólo es denuncia o hartazgo social lo que nos lleva a escribir estas piezas.
La crónica parte de un pacto con la verdad; lo que se va a escribir no es falso en absoluto y ahí está el núcleo de esta apasionante rama de las letras: que el exceso de verdad debe convertirse en algo más que la simple verdad para que resulte creíble.
Algo que va más lejos de lo que el mismo Aristóteles hubiera dictaminado, sin duda, puesto que no se trata de hacer malabares o de enredar una historia hasta rayar en la experimentación absoluta, sino en la honestidad y el oficio para que, no importando que sea una historia en un contexto dado, quizá pueda tener lectores un poco más adelante.
En la charla, moderada por la maestra Trinidad Monroy, subdirectora de Bibliotecas y Documentación de la Secretaría de Cultura, también hubo oportunidad para reflexionar sobre lo que los colegas que fungimos como cronistas municipales hacemos: recrear la historia local, difundir la cultura, rescatar el pasado… y sin embargo creo que no debemos ser un símil del “historiador oficial” que existió hace siglos en España, sino cronistas a secas que estemos atentos a las historias que valen la pena contar para el futuro de nuestras comunidades: sin el engolosinamiento del influencer o la inmediatez del periodista, sino en buena medida escribiendo para que los lectores futuros alcancen a percibir un poco de lo que es nuestra realidad a secas.
Rescato un último comentario del conversatorio porque muchos profesores que buscan acercar a sus alumnos a la lectura lo hacen mediante las novelas o el cuento, pero valdría la pena acercarlos a la no ficción.
Y obviamente, ese comentario fue un llamado de atención no sólo a los profesores sino a todo amante de la lectura.
¿Por qué leer crónica?
Porque ofrece una ventana a la condición humana que esta era de las fotos de 40 megapíxeles, el video 4HK y el dron no puede ofrecer a pesar de su sensación de veracidad irrebatible.
Porque la crónica, como dijo Martín Caparrós, “aprovecha la potencia del texto, la capacidad de armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión”.
Porque puede ser literatura.
Porque parafraseando el inigualable título de la ya obligada antología de Jorge Carrión, es “Mejor que Ficción”.
Muchas gracias a la FILEM por invitarme nuevamente. Y sobre todo, gracias a los tres lectores de esta columna.
Los dejo para seguir escribiendo crónicas y leyéndonos en la próxima.