
Cronista municipal de Tepetlixpa
@MarioA_Serrano
Recuerdo claramente que gritó con una fuerza que nos dejó pasmados, como si él sólo pudiera contener la llovizna que ya tupía duro; luego se arrebujó el gabán (me sigue pareciendo un verbo bellísimo aunque ciertamente anticuado eso de “arrebujar”) y se fue a la plaza a seguir el protocolo.
Recuerdo que el quiosco era un círculo elevado pero no mucho; apenas un metro desde la plancha de cemento que era la plaza cívica.
Una plancha literal con grietas por aquí y por allá, y tan extensa que parecían caber todos los cedros del pueblo en ella.
Alrededor del círculo de lo que recuerdo, era el quiosco (aunque en ese entonces escribir “kiosko” no parecía una blasfemia), había una herrería simple y sencilla cuya función era evitar que te quebraras la cabeza si te asomabas mucho por la orilla.
Ahí en el minúsculo quiosco/kiosko recuerdo que se realizaba el grito. Aunque cada trienio proponía cambios según algo indefinible como el estado de ánimo, el temporal o sepa dios la razón.
Recuerdo por ejemplo, que el presidente Víctor Peña insistió en su gobierno finisecular y finimileniar, por eso de que sucedió antes del año 2000, salir a las viejas escaleras de la presidencia municipal con un enorme gabán y dar el grito ahí mismo.
Recuerdo claramente que gritó con una fuerza que nos dejó pasmados, como si él solo pudiera contener la llovizna que ya tupía duro; luego se arrebujó el gabán (me sigue pareciendo un verbo bellísimo aunque ciertamente anticuado eso de “arrebujar”) y se fue a la plaza a seguir el protocolo.
Pero regreso, porque el quiosco era el primer recuerdo de este texto y luego el barandal de hierro.
Luego entonces, recuerdo clarísimo que llovía, recuerdo nimio porque septiembre y para más detalle el 15 está consagrado al dios-aguacero para que su aguas oportunas eviten que el exceso de patriotismo nos queme el alma.
Total, recuerdo, parece que ya dije antes, que el quiosco era pequeño, casi chaparro.
Ahí se subió el cabildo, que ya puestos en una revisión purista, es una palabra todavía más añeja y medieval que “arrebujar”.
El presidente entonces era el ya finado Jacinto Pérez; usaba una chamarra de piel, cómo no voy a recordar ese detalle, aunque en realidad, sólo lo recuerdo a él y ni a uno solo de sus regidores y/o funcionarios que lo acompañaban.
Recuerdo que la masa humana nos llevó a mis amigos y a este columnista hasta los pies mismos del quiosco chaparro, bien inmueble que para quien no sea de Tepetlixpa, hay que aclarar que no es ni por asomo el que sobrevive, que se han construido alternativamente desde 1932 unos seis quioscos, tal es la euforia quiowquística que genera entre mis paisanos arreglar o modificar la plaza cívica. Total, ahí estábamos.
Recuerdo el alboroto y que cuando llegamos, mi amigo R. de quien no diré su nombre para que sus alumnos no hagan raja de su época de chamaco latoso, entró gritando a la plaza “¡Viva Bin Ladin!”, así tal cual, no porque no supiera de geopolítica, que por eso fue un excelente estudiante de la vocacional, sino porque así sonaba mejor. “¡Arriba Bin Ladin!”, y los señores nos veían con cara de “chamacos tontejos” pero sin preocuparse del terrorismo ni de otras violencias que caray, en esa época existían claro, pero poco.
Entonces, el presidente Pérez, que dicho así suena horrible y poco verosímil, así que va de nuevo, el “güero” Pérez, como cariñosamente lo llamábamos en cortito, comenzó la arenga patriótica que se viene repitiendo desde 1812 gracias a don Ignacio Rayón.
¡Viva Hidalgooooooo!
Y hasta nosotros, chamacos molones que hacían raja del recién sucedido ataque a las torres gemelas tronamos en coro: “¡vivaaaaaaa!” No necesito recordar el resto porque el guión se ha repetido por más de 200 años: “¡Viva Allendeeeeeeee! ¡Viva Aldamaaaaaa!”, pero entonces comenzó el alboroto.
Ahí mero a los pies del quiosco que sería derribado, he dicho, unos cinco años después para alzar otro, más monumental y al triple de tamaño respecto de la plaza.
Recuerdo la confusión, la gritería, los empujones y a mi amigo R. siendo arrastrado por la corriente humana.
¿Acaso algún agente de Baby Bush que lo detenía por elogiar al talibán odioso?
“El Güero2 paró la arenga y bajó la vista hacia la concurrencia.
“¡Aquí es!, aquí están, ¡policía!” y una nueva marejada nos empujó a los demás amigos (que hacíamos una bola al menos de 15 chamacos) hacia los pies del H. Ayuntamiento, que estaba entre indignado, divertido, expectante y sin duda, más despierto por el chisme que por la recién leída acta de la Independencia que el cabildo solemne incluía en el ya señalado protocolo.
Recuerdo que el detenido era un conocido nuestro, un cuate que vivía del otro lado, allá por la Texcalera, y todo había sido una fenomenal bronca que sólo el dios de los borrachos del día 15 supo por qué comenzó.
Recuerdo al cuerpo policial entrar a saco y pensé, carajo, así se habrá visto el momento exacto en que las tropas insurgentes entraron a la Alhóndiga de Granaditas para ajustar cuentas con los gachupines.
La policía empujó, redujo, sometió.
El presidente volvió lentamente a lo suyo.
Los cohetes siguieron dándole sabroso en la vieja plancha de cemento, las personas de las orillas, por cierto, ni se enteraron.
Entonces, recuerdo olorosamente, me cayó encima un vaso de cerveza de la trifulca que me hizo ver claramente que el futuro de un cronista sería justo así: entre los guamazos, las autoridades legalmente constituidas y la pachanga a la que no puedes entrar plenamente por deber al oficio.
Me recuerdo, escurriendo de cerveza, despistado, pensando en que me iban a dar una regañiza en mi casa, más que por el impuro olor, porque mi chamarra “buena” estaba hecha un asco.
Recuerdo como me cayó la cerveza en la cara, pero eso es tan personal que ni siquiera sé por qué escribí esta última oración.
Recuerdo que nos fuimos hasta donde la policía tenía sometido al rijoso.
“Vamos a ver”, me dijo mi amigo Román, no por un ímpetu noticioso sino porque el detenido era medio pariente suyo.
Recuerdo que el detenido estaba sereno, orgulloso como el padre Hidalgo estaba minutos antes de ser fusilado en Chihuahua un año después del grito de Dolores. Y claro, recuerdo que llegó su papá, del muchacho, no del padre Hidalgo, claro es, para ver por qué el borlote.
Ah, ¡Georges Perec tan malamente copiado en esta columna!
Recuerdo pues que el señor llegó al sitio, vio a su hijo reducido por un cuerpo policial que aún traía sus uniformes de gala y abrió tamaños ojotes: “¿pues qué hizo este ca****? (me autocensuro pues Perec, al que estoy emulando, que yo recuerde no necesitó usar groserías en sus novelas y textos experimentales, que ya de puro experimento entendías cabalmente lo que el gran francés quería hacer con la lengua).
El comandante le informó al señor padre del rijoso, que su chamaco había hecho un borlote de Dios Santo, como si se le hubiese metido en el alma el fantasma de un arruinado peón de Pénjamo, recordando, amables lectores, que si el cura Hidalgo juntó 100 mil insurgentes de la noche a la mañana en esa región de la ex Nueva España, fue porque justo en el bajío habían más desempleados y arruinados por las medidas políticas españolas, factor externo como digo en mis clases, de la independencia nacional.
Perdonarán mi perífrasis, pero me gana a veces el impulso de profe.
Recuerdo en fin, que se le dijo al papá lo que hizo su chamaco, lo que debía en multa y lo que le esperaba de no pagar.
“¡Tanto dinero!” exclamó en esa irrepetible y francamente imposible de explicar voz y tiple que tienen los tepetlixpenses cuando hablan.
Y no recuerdo si su expresión fue de duda o de espanto. Sólo recuerdo que el muchacho de la Texcalera, del que no recuerdo su nombre pero sí su rostro compungido, agachó la cabeza.
Entonces su papá dijo, tronante como si él debiera decir el grito y no el “Güero” Pérez, que ya descansa en paz de esas obligaciones cívicas. “¡No!, ¡no! ¡no! Nada de pagar. ¡Llévenselo y que se quede ahí en la cárcel para que aprenda el ca****”
Recuerdo finalmente que la policía cargó a nuestro cuate a la patrulla con un deber cívico y prontitud tales, y que su papá se reintegró a la verbena con una dignidad como la del intendente Riaño (el mismo que metió a todos los gachupines en la Alhóndiga de Granaditas), que ahí mismo barajé la opción de dedicarme a contar historias como estas.