
Cronista municipal de Tepetlixpa
@MarioA_Serrano
Se ha barajado una cifra digamos exacta, 1 entre 133 mil es la probabilidad numérica de que un temblor se repita en una fecha, pero cuando se le agrega una variable aún más fantástica como el que suceda el mismo día en el que ya había sucedido antes, la probabilidad se eleva a la “improbable” cifra de 2 entre 100 millones.
Algo imposible, pero que a fin de cuentas pasó.
Mientras salía con todas las personas con las que estaba a un lugar seguro, me quedé verdaderamente estupefacto; entonces una señorita me preguntó si me sentía bien, si estaba espantado o qué me pasaba. “No –le respondí- el asunto es que verdaderamente estoy impactado con las probabilidades”.
Luego de ver las noticias y de hacer el consabido recuento de los pormenores y daños, seguí pensando, como estoy seguro que muchos lo han hecho en estas horas, en lo fabulosamente increíble de las probabilidades.
De hecho ya se ha barajado una cifra digamos exacta, 1 entre 133 mil es la probabilidad numérica de que un temblor se repita en una fecha, pero cuando se le agrega una variable aún más fantástica como el que suceda el mismo día en el que ya había sucedido antes la probabilidad se eleva a la “improbable” cifra de 2 entre 100 millones.
Algo imposible, pero que a fin de cuentas pasó.
Cuando escribía la primera crónica de Vivir bajo el volcán pensé que ya era demasiado surreal que hubiera habido una coincidencia entre el terremoto de 1985 y el de 2017; ilusamente imaginaba que escribirlo con giros metafóricos solo quedaría ahí pero ayer descubrí que eso es la magia y realidad (aunque parezca incongruente) de la madre naturaleza, que no te avisará cuándo ni cómo ni en dónde y que lo imposible lo puede hacer real en un segundo.
Por eso escribo estas líneas, porque llevar el registro y memoria de estos eventos también nos alerta sobre el inevitable hecho de que siempre puede haber un terremoto más drástico y salvaje, y a entender, claro es, que después del temblor las comunidades han tenido que hacer lo propio.
De ahí que menciono al vuelo que en 1787 un durísimo terremoto echó por los suelos el viejo templo de San Esteban en Tepetlixpa.
Pero no sólo afectó a mi pueblo sino que afectó como era de esperarse a toda la región.
El templo de Ayapango por decir algo, también quedó inservible, y el del lejano Achichipico tuvo grandes fallas estructurales, como se dice ahora.
Por cuanto a Amecameca, el terremoto en cuestión afectó severamente la bóveda y sus muros y considerando que según los estudios que ahora tenemos de dicho inmueble, los también llamados “paramentos” tenían un espesor de 90 centímetros, ustedes pueden juzgar que el de 1787 no fue un simple estornudo de la tierra.
Tres mil pesos de inicios del siglo XIX costó la reconstrucción de la parroquia de Amecameca, y en el caso de Tepetlixpa, caso que he comentado mucho, he de reconocer, pero que lo sigo haciendo con el ánimo de conmover a propios y extraños, el costo se triplicó en una recaudación larguísima que todavía en 1809 no acababa.
Y no fueron por cierto los últimos terremotos de esos ayeres.
Gracias a una crónica escrita en inglés por un muy observador viajero norteamericano en 1907, sabemos que en 1894 también hubo un temblor fuerte que echó por los suelos la escultura de San Sebastián que coronaba el Arco de Amecameca… pero ojo, aquí opera lo que se llama “crítica de fuentes”, no se trataba del Arco Humilladero sino de los arcos que aún existen en la entrada a la parroquia de la Asunción.
El cronista norteamericano también da noticia de que ese temblor derrumbó un primitivo “templo de San Juan Bautista” junto a otras bardas y daños materiales; por eso el ayuntamiento de la época tomó la decisión de tomar todo ese material y trasladarlo a la plaza central.
Ya dudo de la última parte de la información, pero la crónica también señala que con dicho material, poco antes de la revolución se construyeron unas “casas municipales”, aunque otros documentos y fuentes que he analizado no hacen mención de esa obra.
Temblores pues seguirán habiendo; tan solo en el siglo XIX que es a donde más ojo le he puesto, se registraron cuatro más o menos considerables en 1803, 1874, 1890 y el ya citado de 1894. Por eso tan importante es guardar su memoria y sus historias como entender que por más devastadores y críticos, también son llamados a voltear la vista hacia la prevención, la colaboración y lo comunitario. Repito que lo he dicho muchas veces ya, pero siempre me conmueve cómo le hicieron mis paisanos para sacar adelante una obra monumental como reconstruir su iglesia durante dieciséis años continuos motivados, según fuentes, “por la galantería de adornar al soberano”, es decir, a su santo patrono, aunque seguramente fue por algo más que eso: seguramente por el orgullo, la necesidad, la pertenencia, eso no lo sabremos adecuadamente.
La historia, en fin, y ya me retiro a mis actividades de la mañana, no es una mirada abstracta al pasado, hay que entender por el contrario que es un conjunto de hechos y actos que junto con la naturaleza la construimos y la destruimos continuamente.
Ojalá se encuentren muy bien amables lectores junto con sus familias. ¡Hasta pronto!