12 de marzo
35

Mario Alberto Serrano

Cronista Municipal de Tepetlixpa

Aunque al inicio salieron a relucir varios, muchos celulares para registrar un par de minutos de video del concierto, poco a poco se fueron apagando y el público tuvo oportunidad de enfrentarse a la mejor manera que existe para disfrutar de la música clásica: en vivo, sin intermediarios, sin bocinas ni electricidad.

Al acabar su participación, la noche se dejó sentir sobre la plaza. Más que noche, un azul cobalto y manchas naranja confundiendo el límite entre la oscuridad y la silueta de los cerros. Para ser finales de noviembre no hacía frío, los asistentes se levantaron sin ese agarrotamiento que provoca estar expuesto a la intemperie.

            Pero desde antes que el público se levantara, entre la sillería quedó esa suspensión del tiempo que tenemos ante situaciones fuera de lo común, porque evidentemente, no todo el tiempo se puede ver a una orquesta sinfónica interpretar música clásica en la plaza central de tu pueblo. Entonces, ante un espectáculo de esa naturaleza, ¿cómo se reacciona?

            Y como no hay una respuesta precisa, hay que ir atrás nuevamente, porque en medio de los últimos compases de Sensemayá, la indescriptible obra maestra de Silvestre Revueltas, un perro comenzó a ladrar casi al pie del director. “Perro en do mayor” dijo un malísimo pero oportuno comentario un asistente.

El intérprete de una viola no pudo dejar de sonreír.

En lo inaudito de tener un concierto afuera de tu casa lo mismo caben la sorpresa, el absurdo, la incomprensión y lo ridículo, porque antes de oír a Revueltas, Moncayo y Schubert primero oímos a una camioneta que ajena al evento, simplemente se paró con su propia música a todo volumen en el otro extremo de la plaza justo cuando la orquesta iba a atacar. Ese fue por cierto el único momento en que el director de la orquesta, el maestro Samuel Pascoe, puso cara de preocupación.

            Fue el día 26 de noviembre cuando la Orquesta Sinfónica “Estanislao Mejía” de la Facultad de Música de la UNAM se presentó en Tepetlixpa en el marco del Festival Nikan Ka.

Se trata de una agrupación integrada en su mayoría por jóvenes estudiantes de esta institución que de algún modo están haciendo tablas en el mundo de las orquestas y la mal llamada “música académica”.

De manera que pasando las cuatro de la tarde, mientras preparaban la parafernalia de un evento de esta naturaleza, entre abrir los  atriles, ubicarse correctamente en la respectiva sección de metales, alientos, percusiones o maderas, el público convocado ya comenzaba a procesar sus propias experiencias de estar ahí e imaginar lo que vendría.

Y eso no es una mera anécdota de este cronista, puesto que el punto central ante la música clásica en todas sus variantes siempre será ganarle a esos cinco segundos de duda y prejuicio de que es una música “aburrida” o que no se va a entender. Si el público persiste, si le apuesta, si se queda, seguro no va a sentirse decepcionado.

Sería injusto decir que esta fue la primera vez para Tepe frente a estas expresiones; quisiera recordarles a los tres lectores de esta columna que hace menos de treinta años, durante la fiesta de enero se presentaba una banda filarmónica que también interpretaba música de concierto con director, batuta, partituras, trajes y demás elementos, gracias al gusto que varios señores de ese entonces, liderados por el ya difunto Salvador Quiroga, tenían por la música clásica. Lamentablemente la práctica se fue perdiendo, creo, porque esos cinco segundos de duda y prejuicio se convirtieron de hecho en 5 minutos y hasta 5 horas.

Pero éste sábado más de cuarenta mujeres y hombres jóvenes, cada uno con un estilo muy personal, pero vestidos de negro, se dispersaron en la parte baja del escenario para comenzar un rito absolutamente alejado de su cotidianidad.

Ensamblarse entre el ruido de la calle, autos, perros e inclusive de los pájaros del parque debió ser un reto, sin embargo, es de agradecerles que no por estar en la plaza de un pueblo, iniciando con un público escaso, dejaran de seguir punto a punto las formalidades ya tradicionales de un concierto: que el primer violín ensamble, que el director entre hasta que se indique, que éste a su vez dé paso a un director invitado para hacer su propia conducción o que se presentaran, en brevísimas pero interesantes piezas del mismo Revueltas, dos sopranos y un tenor.

Fue la tarde del sábado una muestra de los amplios repertorios que la música clásica tiene para aquellas personas que se dejan conquistar por ella, que están dispuestas a ponerse en ese estado de suspensión del tiempo que digo más arriba. Porque no es una música condescendiente, no te explica a la primera, no te regala nada.

Antes bien te exige, necesita que te concentres, que te olvides de todo, pudiera ser inclusive, que te abandones a ella.

Por eso, vale la pena rescatar que aunque al inicio salieron a relucir varios, muchos celulares para registrar un par de minutos de video del concierto, poco a poco se fueron apagando y el público tuvo oportunidad de enfrentarse a la mejor manera que existe para disfrutar de la música clásica: en vivo, sin intermediarios, sin bocinas ni electricidad.

El ser humano y la música frente a frente, sola, como dos extremos de la misma esencia.

Interesante y loable propuesta de los organizadores del Festival Nikan Ka que en su 4 edición programó esta participación por primera vez en Tepetlixpa. Sobre todo porque las actuales políticas culturales que se dan en el país, le apuestan el todo por el todo a la cultura comunitaria y como efecto colateral, van impidiendo que otro tipo de manifestaciones artísticas y culturales se acerquen a pueblos y barrios. Y lanzo una pregunta, ¿si las audiciones del señor Quiroga se hubieran mantenido hasta el día de hoy?, ¿cuántos fans de música clásica habrían hoy en este pueblo?

No es que la música clásica, por cierto, sea elitista o que tenga una carga intelectual que la haga incomprensible en un pueblo; como todas las artes, lo único que necesita es una oportunidad.

En este caso, la que tuvieron algunos niños de sentir que de los movimientos como alas de ave del director todos los instrumentos cobraran vida; que también es posible leer papeles aunque no tengan letras; que existen instrumentos raros que suenan a víboras reptando (el clarinete bajo) y oír de viva voz de un director de orquesta (educado en Princeton y Boston) por qué razón no se debe aplaudir entre el cambio de movimientos de una sinfonía.

De entender, vamos, por qué una obra compuesta en 1822 (la Sinfonía no. 8 “Inconclusa” de Franz Schubert, bien ejecutada en la parte final del evento) aún puede sonar con una belleza inconclusa que nos conmueve.

Ante experiencias como estas, evidentemente todos somos niños, así que muchas gracias a los organizadores y patrocinadores, ojalá nos sigan proporcionando eventos de esta y todas las naturalezas.