
Mario Alberto Serrano Avelar
Cronista Municipal de Tepetlixpa
Facebook: Tepetlixpa: En la Cara del Cerro
“Se contaba que mucho tiempo antes, tanto que ya no se recordaba exacta la fecha, se acudía al cerro para pedir por las aguas.
Pero ahora es algo más que el agua, y al mismo tiempo no deja de pedirse por el vital líquido.”
Había una vez un pueblo de campesinos cuyo gran compromiso año con año consistía en subir a la cima de un cerro sagrado para avisar a la comunidad que estaba próximo el Carnaval.
Llegaban de madrugada y encendían una lumbrada para quitarse el frío de su tierra, penetrante como navaja.
Mientras los primeros rayos de la mañana los alcanzaban se repartían café y pan; luego, los más esforzados comenzaban a quemar un alba de cohetones al pie del voladero.
Despierten amigos, ¡despierten!, es hora, llega el día, ¡preparen las calles!, adornen las yuntas, unzan las volantas para traer lo necesario.
Cada explosión cimbraba los barrios y desperezaba a los que por alguna razón hubieran perdido la cuenta en el calendario.
¡Despierten!, ¡ya es hora! El pueblo se quedaba de un pieza con cada explosión pensando si acaso no fueran cañones y balas de una nueva revolución, pero luego, al percatarse de lo que se trataba comenzaban su mañana sonriendo, ya pronto vendría su fiesta, era cosa de estar listos.
Mientras tanto, en la cima del cerro, después de haber quemado todos los cohetes, el más viejo les enseñaba como tañer las campanas.
-Así hijos, aprendan bien porque cuando yo me muera ustedes deben seguir.
Se hace así, muevan el badajo una y dos, una y dos, y el esquilón suavemente, porque es toque de cuelga, no lo olviden nunca hijos míos.
Al compromiso llegaban muchos campesinos.
No era a fin de cuentas un solo día el que estaban ahí arriba compartiendo café y pan dulce.
Ya habían hecho lo propio cuatro fines de semana antes, cada vez para diferente tarea, primero que nada para limpiar el cerro, luego para traerle luz y música.
Se contaba que mucho tiempo antes, tanto que ya no se recordaba exacta la fecha, se acudía al cerro para pedir por las aguas.
Pero ahora es algo más que el agua, y al mismo tiempo no deja de pedirse por el vital líquido.
Mientras se contaban esas historias de sus abuelos, un vaporcito de vaho les salía de sus palabras.
Eran las cuatro de la mañana, el «lucero» les daba la hora sobre los volcanes.
El carnaval vendría pronto.
Hoy día, el pueblo de campesinos casi ha desaparecido y sólo un puñado de esos hombres van a cumplir lo que sus padres les enseñaron, «desde hace mucho tiempo».
Llegan pocos pero puntuales y alegres hay que decirlo, porque a pesar de las tragedias del sismo y la pandemia, otra vez repicaron su campanita, «una que hicieron unos viejitos para llamar al Carnaval».
La tocan y echan sus cuetes como una forma de aferrarse a un tiempo que sigue íntegro pero rodeado de un escenario tan impensable que por lo mismo parece la cosa más extraña del mundo.
Pero justo esa contradicción es la que define Amecameca.
Los contrastes, los contrarios, las capas de tiempo que como cebolla, se van desmadejando para dejar que algunas tradiciones se mantengan y otras surjan casi de la nada; incluso para que otras desaparezcan sin dejar rastro ni añoranza entre la vecindad por su pérdida.
Los campesinos de esta época son bien pocos.
Pero trajeron desde Atenco sus demanditas e hicieron su misa.
Otros recibieron a las primeras peregrinaciones en la calle de San Juan, unos más dejaron sus ofrendas en cada una de las estaciones del viacrucis.
Algunos campesinos ofrecieron su danza en la puerta del cerro, la ermita de Santa Elena donde hace más de un siglo se pedía por el eterno descanso de Agustín de Iturbide.
Otros cargaron a sus santos en una tilma como sus más antiguos abuelos hicieron con sus dioses.
Y mañana otros campesinos más, de los poquísimos que aún hay en este pueblo enorme-ciudad chica, junto con todos los oficios y profesiones bajarán al Señor del Sacromonte de su cerro, porque es deber “de los de fuera”, hacer eso.
A su modo claro, es su tributo y agradecimiento porque sismo, pandemia y calamidades no han logrado detener esta tradición del sureste del Estado de México.
Ya pasan de las cuatro de la mañana; hoy ya no es el lucero sino un smartwatch el que indica la hora, pero en el calendario de la memoria todos sabemos que ya es hora, que ya es tiempo del Carnaval.