12 de marzo
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Erika Patricia Romero Arjona

Son las 05:00 horas del seis de marzo del 2023, me despierto, en un momento cúspide de mi sueño, buscando el baño y haciendo un conteo mental de las actividades que debo realizar hoy.
Soy mamá de 2 hijos, un niño casi adolescente y una mujercita con una adolescencia tardía.

Esto es lo que me dejo la pandemia de COVID del año 2020.

Ahora debo empezar a forzar al más joven a levantarse para presentarse a la secundaria, porque se le ha complicado el horario, no sabe que en mis tiempos mi hora de despertar era la misma que hoy, busco el celular y apago una de las alarmas, empiezo a planchar la ropa de mi “peque”.

La mayor, se alista para irse a la escuela. Siento la pesadez en los ojos, veo mis ojeras por el agotamiento; hay días que me siento muy enferma y días en donde yo sola me contesto que sólo es parte de la madurez o bien el proceso de envejecer.

Pretendo siempre ver el lado bueno de las cosas, pensar con madurez, pensar con responsabilidad, analizar con lógica en torno a la nueva función que realizo en el trabajo. ¿qué paso con esta mujer profesionista? Y yo misma me contesto, la responsabilidad nos obliga a transformarnos, a mimetizarnos con el entorno en donde te desenvuelves, ni en mis más volados pensamientos me vi a mi misma como una policía, como un bombero, como una enfermera.

Hablo específicamente de estos tres empleos que son finalmente los más castigados con los horarios, los que provocan culpa con los hijos, con la pareja y hasta con tus amigos.

Alguna vez me imaginé ser una poderosa y representativa profesionista.

¡¡Qué alejada de la realidad!! soy poderosa y representativa solo para mi familia, pero en ocasiones con la misma gente que apoyo.

Es complejo explicarlo, es una acción bonita. Como las veces que un mendigo te pide una limosna y tú te sientes con la obligación de apoyar, dar y compartir. Como el ver un niño desvalido y querer consolarlo. Cuando ves llorando a un niño porque su gato esta atorado en la pared del vecino.
Yo no soy policía por vocación, por formación o por amor, fueron las circunstancias, el destino o bien mis ansias siempre de creer en mí.

Soy socióloga, soy una pensadora social, una analista y el destino me jugó una broma y me obligó a crecer.

Quienes se imaginan que los policías son personas ignorantes, pusilánimes, cerrados, cuadrados, misóginos, homofóbicos, etc, se equivocan completamente, hay profesionistas sumamente preparados. Alguna vez algún maestro nos habló de roles y de actores sociales y hoy ratifico que efectivamente somos actores de un proceso social extraordinario.
Las mujeres tenemos injerencia y aunque a veces duele no ser consideradas en cargos importantes y que no nos tomen en cuenta de acuerdo a nuestra preparación escolar, me siento orgullosa de ser una digna representante en mi familia.

La primera vez que me puse el uniforme de policía, aclaro esto porque llevó trabajando en esta institución desde hace 18 años y tengo ya casi 5 años como personal operativo.

Fue un shock porque era la hipster loca que iba a platicas, era conferencista, hablaba y representaba al jefe que idealizaba mi discurso, que amaba el cafecito y las galletas y viajar en el transporte público de un municipio a otro.

Que así conversaba con un sacerdote, una ama de casa, un estudiante, un abogado, un empresario, un presidente municipal, maestro y demás actores sociales, era la que llegaba a la casa para hacer tarea con sus hijos.

Y después tuve que adoptar y adaptarme a las circunstancias que me aventaron como personal operativo, dejando mi orgullo de lado y poner todo mi empeño en aprender algo nuevo y diferente, no complicado, pero sí laborioso.

Saber el quehacer policial, chocar de frente con mis principios y con mi engañosa realidad, ver el otro lado, en donde todos nos negamos a estar.

Conocía a varios mandos, yo decía que eran mis amigos, pero estando ahí como operativa, el respeto que inspiraba como un civil se reclasificó como un “tú y yo” somos iguales.

No es queja, simplemente es una realidad, cuando eres operativa, se maneja una nueva jerga verbal y expresión corporal.

Aquí, aprendes a respetar los grados, los niveles, las jerarquías, los conductos, el mando, la comisión, el encargo. No se permite “brincarse los conductos y no ser institucional”
Debes convertirte en un robot, te debes conducir con prudencia y precaución. Evitar mantener comunicación con medios, evitar comentarios malintencionados, aquí no debes tener hambre, frío, calor, asco, enfermedad.

Las enfermedades se adquieren por error, jamás por el empleo que haces, únicamente aquellos que son por riesgo laboral, por funciones.

Enfermedades como la diabetes, el cáncer, hipertensión, ansiedad, depresión, problemas renales, problemas hepáticos, etc fueron derivados de tus malas decisiones, por no cuidarte, por no comer, por no dormir, por enfermedad mental, el trabajo no tiene nada que ver.

¿Embarazarte? Hay no, eso no debe ser, que sea la última vez, si no tendré que proponer tu cambio. Puedo comentar mil cosas, buenas malas, frustrantes, pero cuál ha sido esa realidad.
La realidad es que me convertí en una mariposa con alas pequeñas, como una oruga, de aquella película de “bichos”, aquella que decía frambuesita, porque el proceso de metamorfosis que esperaba alcanzar, era ser una bella mariposa monarca y ahora me miro, me percibo como un ser inferior.

Es lo que me ha dejado las pastillas para la ansiedad, es lo que me dejó la enfermedad.

Aunque dentro de esa reflexión bizarra mi orgullo me dice que no, que soy una diosa empoderada que ha logrado permear en un ambiente plenamente varonil, que se ha mezclado mi experiencia, sensualidad, carisma y conocimientos en aquellos que me rodean, porque he sido empática, he desprendido sororidad, he dado reconocimiento de la otredad, he buscado voces y palabras en mujeres que, como yo, han tenido que salir de las cenizas y buscar un modus vivendis.

Mujeres que no nos cerramos a los cambios.
Mi mente es un debate completo, por un lado, me siento fuerte con mi disfraz de mujer policía, pero por el otro, me siento vacía porque no es la mujer que reconozco de la vida, la que disfruta una taza de café, una charla amena, hablar de política, hablar de la sociedad, la que lee un libro, que comparte una copa de vino y temas de mujeres.

Mi trabajo tan amado, me ha provocado vacío existencial, me ha dejado tiempos y culpas. Me ha dejado enfermedad, me ha obligado a callar mis corajes, a tragarme el orgullo y cambiar mi mentalidad, repetir el discurso memorable, eres “institucional” así vienen los preceptos de la Ley, normas y reglas.

Aquí no es válido no estar de acuerdo.
Lo peor del asunto es que estamos carcomidos por la fachada idealista del concepto de género que hasta entre nosotras como mujeres nos atacamos en una guerra brutal de egos.

Haciendo énfasis que mujeres juntas, ni difuntas.

Y a minutos de conmemorar otro año más del día Internacional de la mujer, vuela mi mente en aquellas generaciones que hay y que su concepto de vida es tan inusual, mujeres policías enfrentadas con mujeres jóvenes con el concepto agresivo de lucha permanente.

Es ver una pelea burda en donde solo cambia el ring y se publicita, comercializa y prostituye.