
Mario Alberto Serrano Avelar
Cronista Municipal de Tepetlixpa
Durante el equinoccio, el mismo Popocatépetl funge como esa marca de cambio de estación. Debido a su altura e imponencia, obviamente el resultado es mucho más impactante, puesto que el sol aparenta salir del cráter del volcán justo al amanecer del primer día de primavera.
Fue en una reunión que hacíamos los días miércoles cuando nuestro amigo, el profesor Esteban Cortés Faz nos enseñó la imagen por primera vez.
Nos contó que iba rumbo a su trabajo cuando por alguna razón volteó a ver al Popocatépetl y se percató de un extraño halo de luz que rodeaba la punta del coloso; sin pensárselo dos veces regresó por su cámara y tomó aquella fotografía.
Los miércoles por la noche de hace ya varios años nos reuníamos en senda cafetería de Tepetlixpa el profesor Faz, el ingeniero Esteban Vergara Cortés, mi padre y yo para discutir apasionadamente la historia de Tepetlixpa.
Mientras comíamos algo alentados por nuestro amigo Alejandro López, dueño del local, hacíamos mil y una especulaciones sobre una frase inigualable del profesor: “los que caminaron antes que nosotros”.
La fotografía que nos enseñó la tomó el 21 de marzo del 2007.
Lo que nos brincó de inmediato fue que para que el sol “saliera” por el cráter debía existir una alineación entre diversos elementos del paisaje.
El profesor, cuya materia no puedo decir que favorita, pero sí apasionada, era geografía, nos siguió dando pistas para entender dónde y cómo estaba ubicado este pueblo de Tepetlixpa.
Lo demás ya pertenece a nuestros recuerdos personales, pero desde 2009 fuimos entendiendo mejor qué sucede los días 21 de marzo, el equinoccio de primavera, en el principal lomerío de Tepetlixpa, el atrio de la Parroquia de San Esteban.
El equinoccio marca el cambio de estaciones del año; su principal característica es que durante ese día, la noche y las horas de luz duran exactamente lo mismo.
El conocimiento que nuestros ancestros tenían del paisaje y sus ritos los llevó a poner sobrada atención a esos eventos puesto que eran las marcas necesarias para sus calendarios astronómicos y rituales.
Al llegar el equinoccio de primavera, la tierra estaba lista para comenzar el proceso de siembra.
Sin embargo, en ese entonces no existía como ahora un calendario del que se van desprendiendo los días y semanas como hojas.
Resultaba necesario apoyarse de algún recordatorio por así decirlo, que les indicara sin falla el momento exacto de cada tiempo.
Ahí es donde surgieron dos objetos del paisaje ritual: el marcador y la ubicación de los poblados.
Como el profe Esteban diría en sus espléndidas clases de geografía, lo que debemos entender es que las poblaciones antiguas no se asentaban en cualquier lugar solo porque sí.
A diferencia de nuestras prácticas de “paracaidistas” y colonias que aparecen de la noche a la mañana por oportunismos políticos, en la antigüedad se debía “leer” a profundidad el paisaje.
Por dónde salía el sol, de dónde fluía el agua, qué cerros guarecerían al pueblo e inclusive qué espíritus o vientos recorrían sus palmos.
De ahí que resultara fundamental contar con un marcador, esto es, montañas, riscos, piedras, monumentos o cualesquiera otro objeto que sirviera para marcar el paso del sol en determinadas épocas del año, sobre todo los equinoccios y solsticios.
Si aún me leen resulta obvio que en Tepetlixpa sucedió exactamente lo mismo pero con un marcador de primer nivel, puesto que durante el equinoccio, el mismo Popocatépetl funge como esa marca de cambio de estación.
Debido a su altura e imponencia, obviamente el resultado es mucho más impactante, puesto que el sol aparenta salir del cráter del volcán justo al amanecer del primer día de primavera.
Tepetlixpa no es el único lugar desde donde se aprecian estos fenómenos tan impactantes.
En realidad, hay más de 40 sitios documentados en toda la región, aunque la ventaja irrebatible de Tepe es que no es necesario ir a algún paraje en la montaña, subir una loma excesiva o internarse en el bosque.
Basta subir a la parroquia pocos minutos antes de las siete de la mañana, esperar que el día esté despejado y disfrutar de un maravilloso fenómeno que dura un par de minutos pero que sin duda nos deja pensando mucho sobre la historia y conocimientos de aquellos nuestros más antiguos antepasados.
Porque los marcadores no sólo sirven como una “pestaña” de un reloj primitivo.
En realidad trazan una imaginaria línea que al intersectar otros elementos del paisaje dan la idea del espacio ritual y sagrado que tuvieron los pueblos verdaderamente antiguos como Tepetlixpa, que en este 2023 cumple 700 años de su fundación.
Con el equinoccio y el “nacimiento del sol” en el cráter del volcán, lo que surge es una línea que desde el coloso irá marcando durante el día el eje del viejo pueblo; al alba el Popo, por la mañana el cerro de las Tres Cumbres, que tal es el nombre que tiene el cerro que desplanta el lado oriente del pueblo; al mediodía la Parroquia de San Esteban y por la tarde, el sol se posará sobre el cerro de la Escobeta, que es límite con el vecino municipio de Juchitepec.
Por otro lado, estos fenómenos hacen que la Sierra Nevada se convierta en otra referencia, una línea perpendicular que también marca el cambio de temporadas. A partir del equinoccio, el sol irá “bajando” sobre dicha línea de la Sierra Nevada hasta llegar a un punto por el sur que será su tope en el verano.
Luego, volverá a “subir” por esa línea hacia el norte para llegar hasta el Iztaccíhuatl durante el invierno.
La sombra de esas tres líneas en tres momentos del año es el mapa ritual de Tepetlixpa sobre la tierra que ocupa.
La explicación más precisa es que Tepe está ubicado con una exactitud pasmosa sobre el paralelo 19° Norte, exactamente la línea sobre la que está el Popocatépetl.
La maravilla reside en que los ancestros hicieron un cálculo que les permitió ubicar exactamente donde debía estar su pueblo.
Fue como si hubieran tirado un cordel y plomo desde las alturas para que coincidieran los solares y antiguas edificaciones con el coloso, su indudable guardián místico, porque al mismo tiempo, eso les aseguraba una mejor protección contra los embates del clima y tomar posesión de un espacio en términos más profundos que los meramente legales, militares o políticos. ¡La sabiduría ancestral y originaria en acción!
Con esto último, creo que cualquier explicación sale sobrando y por eso aquí me pongo punto final. No me queda sino invitarlos a que cuando tengan oportunidad vengan a presenciar este fenómeno, les apuesto que los va a dejar sin palabras.
¡Hasta la próxima!