12 de marzo
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Mario Alberto Serrano

Cronista Municipal de Tepetlixpa

enlacaradelcerro.wordpress.com

  • Hayde bajó al cráter en plena actividad usando una flamante máscara inspirada en las que recién se habían usado en la Primera Guerra Mundial, pero los densos vapores y la ceniza hicieron que se desmayara en pleno descenso y sus acompañantes apenas lograron sacarlo con vida.

El 6 de diciembre de 1921, los regiomontanos quedaron de una pieza con el encabezado que El Porvenir “El periódico de la frontera”, tiraba a ocho columnas: “Después de un reposo de siglos, el Popocatépetl tendrá pronto una fuerte y violenta erupción”.

Hay que remontarnos a 1919 cuando el segundo volcán más grande de México comenzó su actividad después de al menos un siglo de calma por una razón que se ha filtrado a la tradición oral.

Estoy seguro que la han escuchado un par de veces: “en tiempos de la Revolución” un personaje colocó poco más de 150 cartuchos de dinamita en el cráter y tras explotarlos el Popo despertó con furia, vomitando ceniza y fuego sobre los pueblos del derredor.

La historia no es tan desacertada, incluso podemos ponerle nombre y fechas. Desde 1854 el general jalisciense Gaspar Sánchez Ochoa se ostentaba como “dueño” del Popocatépetl en virtud de una concesión que obtuvo para explotar el azufre y nieves de la montaña.

 Hacia 1919 tuvo la mala idea de colocar dinamita en algunas partes de la pared del cráter y eventualmente, la explosión dañó al domo, lo que aceleró la actividad después del plácido letargo que el coloso tuvo durante el siglo XIX.

¡El Popo en erupción! ¡El Popo ha despertado! Se trataba no sólo de una nota espectacular sino de un evento inimaginable para los lectores de hace cien años porque en su pasado inmediato no había ninguna referencia o recuerdo de algo parecido.

 Desde luego, en 1883 sucedió la mortífera erupción del volcán indonesio Krakatoa, pero en una época sin medios de comunicación globales la noticia apenas tuvo ligeras menciones en nuestro país.

De manera que nuestro Popocatépetl “despertó” con una furia considerable a fines de 1919, dando paso a una serie de noticias y reportajes de tan sensacional acontecimiento.

De principio se registraron las tremendas lluvias de ceniza y fumarolas grises como borbotones de piedra pulverizada.

Al gobernador de Sinaloa se le comunicó en enero de 1920 en una ficha de alta urgencia que el Popocatépetl había arrojado tal cantidad de ceniza que su cono estaba deformado y “numerosos caminos han desaparecido quedando en su lugar barrancos y lodazales siendo imposible aventurarse por ellos”.

Nótese cómo el evento llamó la atención de diversos actores en todo el país.

A finales de abril de 1921, el gobierno del presidente Obregón comenzó a tomar en sus manos el asunto y dispuso una constante observación del volcán desde la Estación Meteorológica de Tacubaya, pero en una época sin dispositivos tecnológicos digitales no había de otra que organizar ascensos al Popo para observar de viva mano lo que ahí sucedía.

De ahí, que fuera el geólogo Francisco de León el primer especialista que exploró el cráter para constatar que efectivamente arrojaba ceniza en grandes proporciones e inclusive piedras de gran tamaño, pero dictaminó que no había ninguna certeza de que eso significara una erupción inminente.

Entre mayo y septiembre de ese año, sin embargo, las cosas fueron cambiando porque además de incrementar la cantidad de ceniza y gases se reportaron “roncos truenos subterráneos”.

El “viejo volcán” antes de 1921 representaba una maravilla imponente digna de ser dominada por el ser humano a través de expresiones culturales, deportivas o empresariales como el próspero negocio de Sánchez Ochoa.

La verdad es que al volcán se le menospreció según la idea del progreso como un objeto, impresionante desde luego, pero que por eso mismo debía ser puesto bajo las órdenes de la humanidad.

Previo a su gran despertar, al Popo se le rindió homenaje en un variado catálogo de poemas, rimas, crónicas y textos entre los que destaca por su fama el “Idilio de los Volcanes” de José Santos Chocano, poema que resucitó la leyenda de los volcanes convirtiéndose en un hit de fines de siglo.

En todas las descripciones domina un estilo romántico y muchas veces cursi propio de la época.

 El gran periodista, escritor y editor católico don Victoriano Agüeros, por ejemplo, no se cansó de escribir alabanzas a la “cándida nieve” del coloso, que en su pluma parece un dócil pastor de juguetonas nubecillas corriendo por los cielos. Los periódicos, sobre todo le dieron flama a las grandilocuencias.

El Popo es ni más ni menos una mutación del mismo don Porfirio, o bien Huitzilopochtli, Atlas, o como escribiera el licenciado Rafael López en pleno furor de las fiestas del Centenario en 1910: “las invencibles torres de Dios”, los “pilares que sostienen las espléndidas techumbres de los cielos”.

Hasta 1921 pues, el Popo era como el venerable abuelo protector del Valle de México que había recibido a todo tipo de visitantes propios y extraños, pero de pronto, sin que nadie lo entendiera cabalmente, rompía su carácter bonachón para convertirse en un monstruo que salpicaba fuego, gases horribles y nubarrones de ceniza.

De ahí, que además de Francisco de León, en 1921 subieron hasta el “abra” (cráter) del volcán, el italiano Imanuel Prielandael: “desde el cráter se nota a simple vista un notable fuego interior… y cuando los vapores coronan el cono se ven resplandores rojizos”, dictaminó; y el australiano George Hayde, que justamente estaba comisionado por el gobierno para hacer un estudio serio y científico de la reciente actividad.

Hayde bajó al cráter en plena actividad usando una flamante máscara inspirada en las que recién se habían usado en la Primera Guerra Mundial, pero los densos vapores y la ceniza hicieron que se desmayara en pleno descenso y sus acompañantes apenas lograron sacarlo con vida.

Eso sucedió el 13 de diciembre de 1921. Cuatro días después, la prensa satirizaba que el flamante australiano simplemente no acababa de enviar ningún reporte al gobierno.

Fuera de ese malinchismo en cuanto a los científicos se refiere, las noticias de hace cien años nunca pararon en tomarle parecer a los pobladores, “los pelados”, “la indiada” o ya de perdida los “vecinos de la montaña” como los llama El Porvenir, lo cual es una desgracia para los que rascamos la memoria.

 Sin embargo, en los dos o tres casos que sí lo hicieron, los habitantes de la región alzaban los hombros y decían que pues sí, en la noche se veía un resplandor rojo saliendo del volcán; que sí, echaba mucha humareda, que sí, pero sobre todo, qué cuál era el problema.

Para los que vivimos a la sombra del Popo, la convivencia con el volcán de algún modo nos ha inoculado contra las fantasías y fines del mundo que encienden las alarmas entre los que viven fuera.

En 2001 cuando por mucho fue mayor la lluvia de ceniza y de lava que la de estos días, fueron más las personas que acabaron por resignarse o alzar los hombros dando paso a la frase que más de tres lectores de esta columna conocerán: “mejor que eche humo, que respire a que se tape”.

 Quizá ya nos hemos acostumbrado efectivamente.

Quizá sólo nos engañamos para hacer de tripas corazón.

Mientras tanto vayamos sacando las cámaras para que dentro de cien años nuestros bisnietos tengan mucho material con que seguir documentando estos despertares del gran Popocatépetl.