
Mario Alberto Serrano Avelar
Cronista Municipal de Tepetlixpa
Facebook/Tepetlixpa:EnlaCaradelCerro
Poca información tenemos de Manuel Mario Escalante. Sabemos que era oriundo del municipio de Tolcayuca, Hidalgo, que desde 1932 vivía en Tepetlixpa en compañía de un hermano menor de edad, su esposa Amparo, un bebé e inclusive que tenía una sirvienta.
Por cuanto a su vida pública, que era miembro de la Liga Socialista de Obreros y Campesinos del Estado de México.
Esta otrora poderosa agrupación era dominada por los hermanos Carlos y Agustín Riva Palacio así como por otros personajes como Wenceslao Labra y era la que designaba todos los cargos de importancia en el estado.
Hasta 1942 prácticamente nadie era gobernador o diputado sin su anuencia.
Pertenecer a dicho grupo le brindó oportunidad a nuestro personaje de codearse con los grandes políticos de esos años.
Eso sin duda influyó, como en muchos políticos jóvenes tocados con buena estrella, en volverse muy pagado de sí mismo.
Me refiero a que Manuel andaba armado, solía vestir su buena chamarra de dril y pantalones de casimir en un pueblo donde todos vestían calzón de manta y huaraches; si podemos decirlo así, era bravo.
En 1933 ya se desempeñaba como secretario del ayuntamiento de Tepetlixpa, cargo que ejerció con su particular estilo y haciendo uso de sus contactos políticos de tal manera que para los fuereños que no conocían Tepe, el verdadero alcalde era él, no el nepantlense Sotero Pérez.
Sin embargo, en 1935 la buena estrella de Escalante se acabaría de una manera abrupta.
Desde mayo de ese 1935 un grupo de acaudalados comerciantes y agricultores del pueblo, muchos de ellos ex presidentes municipales denunciaron ante la presidencia de la república que habían sido despojados de más de cien hectáreas por parte del poderoso grupo de los Riva Palacio.
Manuel Mario, miembro conspicuo de dicho clan, comenzaba a no ser querido en Tepe.
En su contra, además de estar en el odioso partido dominante, pesaban sus malos modos y no menos importante, su condición de fuereño.
El domingo 7 julio de 1935 se llevaron a cabo las elecciones para cambiar al Congreso local; los candidatos eran Jesús Álvarez, que recién se había desempeñado como alcalde de Chalco y también era parte de la poderosa Liga Socialista, y por el otro el desconocido Félix Galicia que estaba impulsado por el PNR, antecedente del PRI.
Al momento de los resultados, el grupo opositor a la Liga manifestó su descontento por el triunfo de Álvarez alegando fraude y encendiendo la caldera poselectoral a niveles de miedo.
El día martes por la noche, una turba de más de cien personas se reunió en el barrio de Buenavista para comenzar un tumulto que no tenía por objeto la presidencia municipal sino la casa de Escalante, ubicada a pocos metros del antiguo mercado.
En esos años, la hoy avenida Nacional era la carretera federal y el mercado tenía apenas tres meses de haber sido inaugurado, de manera que el espacio era amplio y puedo imaginar muy bonito por el aliño de la obra.
El tumulto atravesó medio pueblo entre gritos y mentadas de madre para las autoridades y el diputado electo pero no pasó a mayores; Escalante redactó un acta en donde se lee que “no salió a enfrentar a la turba por miedo de perder la vida”.
Sin embargo, como reza puntual el dicho, cuando te toca ni aunque te quites.
Al día siguiente por la tarde Escalante se hallaba en una tienda tomando unos “amargos” con el profesor José Sánchez Mendoza, una auténtica personalidad de aquellos ayeres que sumaba entre su buena oratoria y carisma, el hecho de ser parte de la recién puesta en marcha Escuela Socialista del presidente Cárdenas.
Después de algún altercado por sus ideas políticas y al calor del aguardiente, Escalante abofetea al maestro y éste sale a la calle para pedir auxilio.
La secuencia a partir de este momento podría ser de un thriller por si un día alguien se anima a hacerlo: El querido profesor va gritando en las calles; el comandante de policía, Pablo Pérez, sale a ver qué pasa y se topa con el furioso secretario que viene echando bala por la calle, con tan mala suerte que recibe un balazo en su pie.
El comandante también pide apoyo y entonces el polvorín que venían acumulándose desde el domingo estalla.
La turba se deja ir sobre la casa del secretario donde se había hecho fuerte y comenzó una refriega que no se había visto tal desde los tiempos de la revolución. Sacaron máuseres, escopetas, retrocargas, una que otra pistola y piedras para disparar sobre la casa del político.
Tuve la enorme fortuna de haber entrevistado a dos sobrevivientes de dicho evento que ahora ya fallecieron y su testimonio me aclaró muchísimo tan escandaloso momento.
Don Elías Serrano y don Agustín de la Rosa, cada uno por su parte, me refirieron cómo se apostaron algunos tiradores bajo los dinteles de las ventanas, cómo trajeron escaleras para intentar forzar el sitio del secretario y finalmente, que cuando la balacera amainó un poco, Escalante salió de su casa cargando a su bebé para evitar que le dispararan en pleno.
Sólo que antes de que intentara romper su sitio, Escalante ya había asesinado a dos jóvenes y herido de bala a un hombre más.
Si el recurso de tomar un rehén le funcionó al principio, cuando Manuel Mario acabó todo su parque tomó la peor decisión de su vida y salió corriendo de la casa tratando de alcanzar la plaza cívica.
La turba lo alcanzó cerca de la actual esquina de Pablo Sidar y Nacional. Eran las siete de la noche, la oscuridad caía plena sobre Tepe.
Según el parte oficial, Escalante murió de tres pedradas en el rostro, un machetazo que le dieron en la cabeza y al menos cuatro balazos en el tórax e ingle.
Don Elías, que tenía 17 años cuando presenció el evento, me contó además que un hombre se le fue encima al cuerpo y comenzó a darle de golpes con el famoso “aguantador”, el palo que se usaba para cargar botes de agua.
Con los años pude identificar a algunos participantes del crimen siguiendo una serie de pistas en archivos, expedientes judiciales y chismorreos.
El hombre del aguantador por ejemplo, era el padre de uno de los jóvenes que Escalante balaceó cuando pretendían entrar a su casa y su historia por cierto, a partir de ese terrible acontecimiento tomó un vuelo que podríamos llamar “mala suerte”.
A este penoso evento de la historia de Tepetlixpa se le llamó al paso de los años, “El Zafarrancho”; para desgracia de mi querido municipio, su magnitud fue tal que inclusive tuvo cobertura de un periódico de Los Ángeles que destacó el horrible crimen en su primera página.
Las consecuencias fueron muchas, pero sólo les comparto para ir acabando, que a raíz de este suceso, Sotero Pérez pasó a ser en la historia política no sólo como el primer alcalde emanado de Nepantla, sino también como el único que hasta la fecha ha renunciado al cargo.
El cuerpo quedó, dice el parte “boca arriba, las piernas pegadas a la cadera” y como un objeto que también es un recordatorio de que no debemos de volver a cometer nunca una situación como ésta, su sombrero pegado a su cabeza, testigo mudo de una carrera política que pudo ser brillante y se apagó sin embargo en la polvosa calle de un pueblo inconforme.
Ojalá nunca se repita un acto como éste y ésta sea la última crónica de cuando a un secretario de ayuntamiento lo mataron a balazos.