12 de marzo
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Minerva Pérez soto

AMECAMECA, Méx.- Hace unos días tuve la oportunidad de salir a desayunar con mi hijo, fuimos a un modesto lugar, muy limpio y agradable y con muy buen sazón, nos dimos tiempo para elegir el platillo y un buen café, mientras llegaba lo ordenado platicamos sobre cosas simples: amigos, trabajo y cosas divertidas por hacer; mi hijo de cuando en cuando miraba su celular y regresaba conmigo, -cosa que agradezco, yo en esos lapso de tiempo veía a mi alrededor e invité a mi compañero a que checáramos a las personas que nos antecedían en el desayuno, posterior comentábamos que tres de cada cuatro comensales tenía teléfono a la mano y parecían enviar algún texto, la comunicación verbal entre los integrantes de la mesa era casi nula y no más allá de compartir una imagen, o meme tal vez, porque parecían gozar una sonrisa al ver la pantalla del celular.

La llegada de nuestro desayuno interrumpió nuestra tarea y disfrutamos ampliamente el sabor, color y textura de los alimentos. Este tiempo en el restaurante, en lo personal me hizo reflexionar y hablar con mi acompañante sobre nuestro cada vez más reducido vocabulario, que ha decir de los expertos en el tema, no llega a más de 200 palabras y que en mucho han sido substituidas por imágenes o emoticonos que ofrecen las redes sociales; hemos dejado a un lado toda regla ortográfica y de la prosodia ignoramos su existencia, el lenguaje verbal es cada vez más corto y pareciera que esto obliga a la utilización de palabras  altisonantes y ofensivas, es casi común escucharlas en la población joven  y no tan joven, es más, parece que se está normalizando; es frecuente escuchar decir: “…estos zapatos están chingones, cabrones, chidos, a toda madre…. Cuando se podría expresar …  esos zapatos están muy bonitos, cómodos, muy suaves, lindos, elegantes muy deportivos, bien diseñados, confortables,…” En este intercambio de ideas sobre  lo observado en los comensales del restaurante con mi hijo, concluimos que, cuando menos esa mañana, el celular y las redes sociales evitaron que varios de los ahí presentes no disfrutaran la imagen visual del espumoso café, no se permitieron ver el color pálido del jugo de naranja, porque ya no es temporada de este cítrico, es más, hice la broma de que la taza de café americano debió sentirse ofendida porque su delicioso aroma no alcanzó a capturar la atención de quien lo pidió.

Ver a la mayoría de personas en el restaurante atendiendo obedientes las “sugerencias” del algoritmo, me hizo pensar en do el control que sobre una gran parte de los conciudadanos de distintas edades tiene el internet a través del teléfono celular, y que  toda la información que recibe el cerebro humano, así como la rapidez con que llega, no permite el análisis, ni discriminación de la misma, este hecho podría estar saturando la mente de chicos y grandes, limitando las posibilidades de reacción y buen desempeño de la zona cerebral que se encarga del proceso verbal, además de traer cansancio, insomnio, estrés y poca o deficiente relación social sana, personalmente y en persona, como ahora se dice.

Un tema por demás polémico, que sirvió para medir el promedio de vocabulario y la calidad de nuestra expresión verbal que poseemos mi hijo y yo.

  Siempre agradezco un emoticono como saludo, pero aprecio más un sincero apretón de manos.

  Recordemos que somos seres gregarios, pero esto no siempre puede ser por la internet.