12 de marzo
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Mario Alberto Serrano Avelar

Cronista Municipal de Tepetlixpa

*** Al mismo instante que faltó la luz, cayéndose las aves que iban volando, aullando los perros, gritando las mujeres y los muchachos, desamparando las indias sus puestos en que vendían fruta, verdura y otras menudencias, por entrarse a toda carrera a la Catedral ***

¿Cómo se vivió el eclipse en la región? Acá algunos apuntes.

Lo primero fue claro, la gran expectativa.

Dado que no habrá otro eclipse parecido hasta el año 2052 y muchos tenemos presente la experiencia de primer orden de 1991; enfrentar un fenómeno de esta naturaleza no puede ser un asunto menor.

Sin embargo, al menos en el contexto inmediato, también percibí cierta indiferencia.

Puede ser porque la visibilidad del fenómeno en la región fue de 75% y se requerían artefactos especializados para disfrutarlo; pero también porque vivimos una época donde la experiencia de lo real sólo vale si hay registro de por medio. Me explico: cómo no se pudieron tomar fotos al por mayor que compartir en las redes sociales, la experiencia pareciera que no tuvo gran impacto ni validez.

El cronista del futuro podrá entrever que estos años del siglo XXI fueron años “vividos” más en la realidad virtual que en lo que los sentidos podían apreciar y disfrutar.

Narrar el eclipse es muy complicado, no porque no sepamos explicarlo sino porque a lo largo de la historia es difícil en grado extremo retratar las impresiones de lo que sucede.

La noche aparece de pronto, inclusive baja la temperatura.

 Los animales se estremecen, sienten la presencia de la oscuridad y las personas entran en frenesí.

Algunos lloran, otros se emocionan, muchos se quedan mudos.

 Como todos los grandes eventos cósmicos, el ser humano solo demuestra con su silencio su pequeñez ante lo inmenso.

Pero en la región, vamos, no sucedió una magnífica penumbra como hace 33 años.

Más bien se percibió una sombra de raro color ultravioleta sobre el inclemente sol del mediodía; una disminución de la claridad que no era ni la mañana ni la tarde sino un fenómeno único y extraño.

Algunas personas se detuvieron a observarlo con las precauciones que tanto se dijeron en los medios de comunicación.

Algunos otros tuvieron la fortuna de contar con el apoyo de expertos, como sucedió con mis paisanos, que tuvieron telescopios y asesoría del Grupo de Divulgadores de la Ciencia Alzateos en el recién reinaugurado Mirador.

Otros muchos, sin embargo, continuaron sus actividades sin mayor preocupación.

Quizá una oscuridad a medias era como un premio de consolación.

 Quizá, repito, no se pudieron tomar fotos para presumir en el Face.

 Algunas personas más sensibles y observadoras se percataron sin embargo que debajo de los árboles se proyectaban unas lunitas movedizas de singular belleza y les tomaron fotos.

Por la noche comenzaron a compartirse dichas imágenes, subsidio de la insensibilidad que hoy reina, conformación por no haber estado en la paradisiaca Mazatlán o ya de plano, porque compartir una publicación de la NASA no parecía ser demasiado original.

 En muchos sentidos, la experiencia colectiva del eclipse sucedió en las redes, no debajo del rayo del sol.

Ahora paso a otro punto.

 Los cronistas se han dado a la tarea de narrar lo sucedido en un eclipse, sea contando las anécdotas de lo vivido (imaginar una época en donde nadie a excepción de los sabios conocía de antemano qué día y a qué hora iba a suceder el raro fenómeno), ora intentando moralizar y educar a las masas.

Tómese a nuestro Chimalpahin por caso.

 En 1611, viviendo en la ermita de San Antonio en la Ciudad de México presenció un eclipse cuyas impresiones recuperó luego en su Diario.

 “Hoy viernes en la tarde, al sonar las tres campanadas en el décimo día del mes de junio del año de 1611, en ese mismo momento, tal como se había dicho antes, el Sol se cubrió.

Así lo dicen desde hace tiempo los ancianos, que el Sol es comido, porque la Luna se colocó enfrente del Sol, haciendo desaparecer su brillo, cubriendo por completo su resplandor y al obscurecernos, de inmediato se hizo como si fueran las ocho de la noche; se hizo repentinamente de noche y luego aparecieron todas las estrellas en el cielo.”

La larga cita vale porque Chimalpahín no dice mayor cosa sobre lo vivido en los minutos de penumbra, sino que dedica muchísimo tiempo a las explicaciones (son cosa de 17 páginas imagine usted) y para ello, fiel a su costumbre, repasó los códices y tradiciones orales de su cultura lo mismo que los libros de astronomía de sus maestros españoles.

Ochenta años después, en 1691, sucedió otro eclipse cuya magnitud ha llegado a nosotros con mayores matices.

Al mismo instante que faltó la luz, cayéndose las aves que iban volando, aullando los perros, gritando las mujeres y los muchachos, desamparando las indias sus puestos en que vendían fruta, verdura y otras menudencias, por entrarse a toda carrera a la Catedral […] se causó de todo tan repentina confusión y alboroto que daba grima”, escribió ni más ni menos don Carlos de Sigüenza y Góngora, justamente el Cosmógrafo Real del virreinato y reputado en su época como el hombre más sabio del virreinato.

Por eso, nuevamente repito, es muy complicado narrar un eclipse.

Resulta mejor ceder tal lugar a los científicos.

 Los muchos, muchísimos, que fueron entrevistados para dar cobertura al evento pueden ser un buen ejemplo pero me parece aún mayor que el mismo presidente de la república se hiciera acompañar de una buena explicación durante su estancia en Mazatlán.

Pero entonces, terminaremos pontificando sobre el aspecto científico, pero evitando lo anecdótico.

En las crónicas televisivas, un género que al parecer está en mayor peligro de desaparición que las escritas como ésta, se usaron matices poéticos, metáforas y giros que hace 33 años ni de chiste se hubieran tolerado.

Porque el asunto sigue siendo el mismo: ¿qué es realmente lo que se vive en un eclipse? ¿Qué sintieron ustedes al presenciar la oscuridad por leve que ésta fuera?

Ayer pocos niños fueron a la escuela, siendo con todo el día de regreso a clases tras las vacaciones de Semana Santa.

 ¿Por qué las ausencias? ¿para evitar que los chamacos impertinentes desobedecieran de plano las advertencias y quedaran ciegos?, las autoridades educativas giraron circulares en extremo previsoras, como cambiar los horarios de receso, evitar actividades al aire libre entre las 10:50 y las 12:30, impedir que los niños fueran al baño en ese momento, en fin.

 Perdón por lo que sigue pero si bien muchas personas se prepararon para disfrutar en familia el evento, también es cierto que una buena mayoría tuvo miedo.

Sí, miedo, a lo desconocido, a lo imponente, a lo que se dice y no se dice; a lo que diciendo, niega verdades, a las verdades que según, ocultan la única y suprema verdad.

En 1893 El siglo XIX el gran periódico liberal, lanzaba un editorial tan lleno de positivismo que leerlo me conmovió: el eclipse es un evento científico, ignaros; es una oportunidad para estudios científicos de primer orden, fanáticos, no pasará nada, lerdos.

Da precisiones matemáticas, detalla los lentes usados para el estudio, transcribe las calibraciones, en suma quería que la población dejara de pensar que como en el de 1691, vendrían terribles calamidades, sequías, plagas… recordar por cierto, que un año después, en 1692, se vivió un terrible motín en la ciudad de México que 150 años después un periodista aún quería vincular como producto del fenómeno.

Ahora, 2024, quien sabe qué tanto lo hemos entendido.

También vivimos nuestras propias mutaciones y desconfianzas. Hoy por la mañana no huelga decirlo, la principal búsqueda en Google era “¿qué hacer si me arden los ojos”.

¿Ya sabemos qué es un eclipse? ¿Cómo lo podemos contar? Gracias y hasta la próxima.