12 de marzo
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**Una historia de la radio

Mario Alberto Serrano Avelar

Cronista Municipal de Tepetlixpa

*** En mi municipio hay evidencias de un radio hasta el año de 1946; era propiedad del comerciante y músico Cenobio Espinosa ***

En 1923 se fundaron las primeras estaciones de radio en México: la de El Universal Ilustrado y una que hasta el día de hoy transmite: la X.E.B.. del Buen Tono, ahora conocida como La B grande de México.

El radio fue en muchos sentidos un hito para la modernidad de nuestro país. Después de los duros años de la Revolución y el ostracismo político internacional, se contaba ahora con un artefacto que literalmente podía conectar al país con cualquiera del mundo.

Los radios de aquel entonces solo transmitían en AM por lo que su sonido era muy deficiente, pero que podían captar emisiones muy lejanas.

Como los aparatos eran asimismo rudimentarios, se requerían audífonos para poder escuchar lo que del otro lado se emitía.

La euforia del radio hace un siglo fue enorme. Intelectuales, artistas, comerciantes, todo mundo vio un escaparate de oportunidad en ese aparato modernizante que podía transmitir voz sin hilos ni cables.

Justamente la idea de una “transmisión invisible” fue lo que le voló la cabeza a muchos artistas por imaginar cómo se verían las transmisiones cruzando el aire.

En 1924, hace un siglo, dos poetas lanzaron sendos manifiestos al aire.

 El primero fue el controversial Salvador Novo, que aún era joven y distaba mucho de su papel ácido y burlón de cincuenta años adelante.

En su Radioconferencia sobre el radio, Novo celebraba los beneficios de este medio de comunicación, pues sería fuente inagotable de conocimientos, un educador eficiente, incluso, una forma de criar a los niños:

“Hay que aceptar la muerte de las bibliotecas como fuente de conocimientos” dice en una parte muy exaltada de dicho texto que, por cierto, fue leído en la estación de El Universal antes que publicado.

En el mismo 1924, Luis Quintanilla, un poeta del movimiento estridentista, publicó un poemario llamado Radio: poema inalámbrico en trece mensajes.

En un poema llamado IU IIIUUU IU…” (así titulado porque intenta copiar la estática que provoca el intervalo entre la sintonización de una y otra estación) habla de las muchas voces y discursos que se hallan en el fantástico aparato y justo en el medio dice “la erupción del Popocatépetl sobre el valle de Amecameca”.

Nuestra región, como se observa, seguía siendo en esa época un lugar de atención digna de ser incluida en la modernidad que el radio significaba.

No obstante, la llegada de este fabuloso aparato a la región fue mucho más lenta que la euforia que despertó en las ciudades.

En primer lugar por la falta de luz eléctrica, que llegó cosa de sesenta años después que lo hiciera en Amecameca, municipio donde había luz y alumbrado eléctrico desde tiempos de don Porfirio en 1880.

Esa ausencia de aparatos significó evidentemente un retraso en la modernidad plena y cierta forma de incomunicación con el exterior.

A los alcaldes y algunos ciudadanos letrados les llegaban periódicos y revistas en los que, por ejemplo, se enteraron del avance del fascismo en Europa y el estallido de la Segunda guerra mundial.

Pero no eran comunes ni fáciles de adquirir.

En muchos sentidos, los pueblos pequeños seguían comunicándose con el exterior a base de chismes y pláticas de boca a boca que venían por el ferrocarril o bien, por el autobús, que a partir de 1942 ya corría raudo por la actual carretera federal 115.

En mi municipio hay evidencias de un radio hasta el año de 1946; era propiedad del comerciante y músico Cenobio Espinosa.

En su casa, ubicada a unos pasos del antiguo mercado, el radio se prendía los sábados y domingos para el solaz de las personas, que previo pago, podían entrar a su domicilio y disfrutar de la programación, que ya en la época estaba mucho mejor estructurada y variada.

Los tepetlixpenses de esos ayeres iban a escuchar programas de música, como la recién creada “Hora del Aficionado”, deleitarse con la música de moda, como los boleros y tríos, o bien, disfrutar de la música ranchera, además de tener noticias frescas y comerciales de productos que muy pocas veces iban a ver en la vida real.

Para esta escena maravillosa me imagino sillas y tablones puestos sobre tabiques, en donde señoras, señores, jóvenes y algunos niños se sentarían para disfrutar la maravilla de voces que salían de una caja.

Otras personas en tanto disfrutarían de sus golosinas y se pondrían a platicar, eso sí, a prudente distancia para no interrumpir el deleite fin de semanero.

Habían pasado más de veinte años desde que el medio llegó al país, pero tenerlo tan pleno en un pueblo sería motivo de atención, disfrute… y peleas.

Justo sabemos que el aparato daba “funciones” los sábados y domingos, previo cobro de entrada y además, con venta de refrescos, cervezas y golosinas por una fenomenal bronca ocurrida una noche de abril de ese 1946.

Sucedió que como a las nueve de la noche (¡a las nueve! ¡las funciones eran maratónicas!), un joven de diecinueve años llamado Rosendo acompañó a su amigo Tomás a la calle, “para unas necesidades”, ya se imaginan cuáles.

Estando en la penumbra y en lo suyo, un señor de nombre Febronio empujó a Tomás de lo que resultó una bronca de aquellas.

Rosendo intentó separarlos y como a veces sucede, el que quiere la paz resulta más lastimado.

Después de senda descalabrada y la huida del agresor por las oscuras calles de Tepe, el joven se curó a base de “mercurio dulce y cinta adhesiva”, pero dos días después fue a acusar “administrativamente” a su lastimador porque según dijo, “no quiero perder mi tiempo ni hacerme de enemigos de esa naturaleza”, pero eso sí, exigiendo que “al hechor se le castigue con todo el rigor y se le amoneste que no se vuelva a meter con él”.

Nunca sabremos, como suelo decir, si a las siguientes semanas Rosendo y sus amigos volvieron a disfrutar de esas singulares “funciones” de radio en Tepe, pero en lo personal apuesto que sí.