12 de marzo

***De niño, el casi octogenario viajaba en ferrocarril de San Lázaro a este municipio; el recorrido se hacía en tres horas

Jorge Martínez Cordero

TENANGO DEL AIRE, Méx.- Armando Molina Martínez, actualmente de 79 años y más de 50 de vivir en este municipio recordó con nostalgia los días cuando el tren pasaba muy cerca de su casa o llegaba en él desde la Ciudad de México.

   Dijo que repentinamente un día dejó de pasar así nada más.

   También recordó el tiempo cuando de muy niño viajaba desde su casa en la colonia Portales con su madre y su hermano mayor a San Lázaro, donde tomaban el tren en punto de las 08:00 horas para llegar a la estación Tenango cerca de las 11 de la mañana para visitar a uno de sus tíos que vivía entonces cerca del centro.

   Armando confesó que el viaje era toda una odisea porque para él era muy largo y le daba tiempo de comer, dormir, despertar y volver a comer hasta llegar a su destino, donde pasaban el fin de semana.

  Ya en esta comunidad, confesó que disfrutó con sus hijos cuando el ferrocarril pasaba a pocos metros de su domicilio, por el espectáculo que representaba para él que les causó muchas veces alegría y una extraña sensación en todo el cuerpo debido a la vibración que provocaba “la bestia” al correr sobre las vías.

   Contó que desde niño siempre le gustó el rumbo y, de grande, llegó a vivir con su esposa, a la tierra fría de los volcanes.

Dijo que donde actualmente tienen su casa, a escasos 50 metros de las actuales vías por donde corría el tren, tuvo la mejor vista para contemplar su paso, pero un día ya no volvió a pasar.

Sin embargo, señaló que en las antiguas vías que se encuentran más al centro del municipio, todavía le tocó ver las locomotoras arrastrando vagones de carga y de pasajeros.

“Siempre me gustó llevar a mis hijos a ver el tren; era una sensación indescriptible lo que ese pesado transporte provocaba en cada uno de los niños que presenciaban su paso; cuando se escuchaba el silbato siempre fue un gran júbilo para chicos y grandes”, asentó el entrevistado.

   Aseguró que sus hijos crecieron con esas estampas que el tiempo les regaló.

   El reportero de AMAQUEME también recogió el testimonio de Elia Hernández, de 81 años, esposa de Armando, que como él, siempre le gustó ver el paso de la “bestia”, escuchar cómo corrían las ruedas de metal sobre las vías y cómo les temblaba el cuerpo por la vibración provocada.

Leticia Molina, una de sus hijas, externó que de niña salía con sus hermanos y todos los demás niños del lugar, corriendo cuando escuchaban el silbato del ferrocarril, porque les provocaba emoción.

“Hace como unos cuatro años vinieron a tirar grava en las vías que tenemos cerca de la casa porque avisaron que de nuevo pasaría por aquí el tren, pero sólo quedó en eso y nada más”, comentó.

Refirió  que hace como tres años llegó una locomotora y la pararon justo frente a la casa de sus padres; pensaron que regresaría el tren, pero pasaron los días y luego se la llevaron nada más.

Leticia comentó que el lugar sigue conservando una especie de magia, porque hasta ahí han llegado todo tipo de personas a tomarse fotos, desde estudiantes, quinceañeras y hasta novias.