Mario Alberto Serrano Avelar
Cronista Municipal de Tepetlixpa
La palabra clave de Halloween es “Víspera”. Si hacemos cuentas, el Halloween sucede justamente, la víspera del Día de Todos Santos, es decir, el 1 de noviembre. En Europa tal fecha era un símbolo de cambio climático.
El 31 de octubre es el día de Halloween, una celebración extranjera con arraigo en México y otros países. Los invito a conocer sus orígenes y significados.
Según sir James George Frazer en su clásico libro La rama dorada, la palabra proviene del inglés antiguo All-hallow Even, de donde derivó al moderno Hallowe´en que significa “Víspera de todo lo sagrado”. El nombre de hecho nos remonta a épocas ancestrales de la Europa precristiana donde se celebraban festivales que servían para marcar el paso del verano al otoño; en ellos, nos recuerda el gran antropólogo, se encendían grandes fogatas y las personas bailaban alrededor.
La palabra clave de Halloween es “Víspera”. Si hacemos cuentas, el Halloween sucede justamente, la víspera del Día de Todos Santos, es decir, el 1 de noviembre. En Europa tal fecha era un símbolo de cambio climático. Entre nosotros en realidad, también existe dicho símbolo, aunque no en primero de noviembre, sino el 4 de octubre, cuando las antiguas tradiciones anunciaban el “cordonazo de San Francisco” que daba paso al primer frío de la temporada.
Pero volviendo al punto, en el origen de Halloween, se pensaba que los espíritus de los muertos regresaban a las casas, y no tanto por nostalgia o convivio sino también con deseos de revancha, ajustes de cuentas u otras formas negativas.
El asunto es que, dado que lo hacían en el momento que comenzaba el intenso frío, el fuego y la bienvenida eran básicos pues no se podía hacer una criba para saber quién era bueno y quien era malo de esos revenidos.
Frazer, cuya obra sigue siendo un deleite pese al reto que es enfrentarse a su monumental tamaño, dice en una parte de especial belleza: “¿podrían el hombre honrado y la mujer buena negar a los espíritus de sus muertos la bienvenida que dan a sus vacas?”.
El origen de esta peculiar fiesta es como se entiende, una suma de festejos profanos, arraigados en el paganismo mágico y completamente lleno de superstición, como evidentemente todo culto a los muertos suscita.
Hasta aquí hemos observado una cierta semejanza entre el Halloween y el Día de Muertos, pero la diferencia central está en que aquellos primitivos pastores celtas, al comprender y aceptar que los espíritus regresaban, ponían su confianza en que, con ayuda del fuego, la magia de la naturaleza y otros rituales mágicos como la imprecación (lanzar conjuros y blasfemias para alejar a los malos espíritus) o la occisión (la muerte ritual y violenta, o sea, el sacrificio), no se recibía sino se combatía a los espíritus.
Hoy día, evidentemente, ya no vemos así al Halloween. Comprendemos que es una fiesta en donde niños y adultos se disfrazan de espíritus, demonios, seres malignos y salen a pedir dulces.
Es una tradición extranjera pero que se ha amalgamado a nuestras propias costumbres de manera casi natural. En parte, por lo que arriba leyeron, porque ambas celebran en esencia el regreso de los muertos, pero también porque es una válvula social.
Porque, viéndolo objetivamente, el Día de Muertos podrá ser todo lo festivo que gusten, pero ante todo es como dicen en mi pueblo, un compromiso.
Hay gastos, se debe preparar comida, comprar flores, ir al panteón. Incluso la tradicional “Calavera”, en los años pretéritos, era un compromiso social más en la que compartir los productos de “la mesa” era un excelente pretexto para visitar a los compadres o parientes.
En Tepe, disculpen la digresión he documentado el que personas de la cabecera iban a Cuecuecuautitla para llevar en una canasta “la calavera”; iban caminando, cómo iba a ser de otra manera, y la plática posterior era otro pretexto para desempolvar el náhuatl.
El Halloween, incluso en sus formas más ambiguas, esas que han merecido que se lo tache de culto al demonio, nació como rito, pero acabó en diversión. Hay desde luego mucha tela de donde cortar.
En una sociedad como la estadounidense donde no hay arraigo familiar y las personas pueden ir de un extremo a otros de su país sin sentir con ello mayor pérdida, resultan necesarias formas de arraigo que al mismo tiempo ataquen las presencias fantasmales, pues las continuas mudanzas deja espacios deshabitados que fácilmente pueden ser ocupados por presencias espectrales que se adueñan del lugar, disuadiendo a posibles nuevos inquilinos de arraigarse ahí.
Las películas de terror ocupan por eso como naturales escenarios las casonas señoriales, los pueblos y las ciudades antiguas o pequeñas, porque representan lugares de desplazados, es decir, lugares que han sido ocupados por presencias demoniacas; un lugar que fue pero ya no es más. Vestirse de espectros, brujas, fantasmas o personajes de terror funciona más como un elemento mágico, que al evocar ataca, que al replicar anula, que al imitar destruye… situaciones muy alejadas del argumento esgrimido por las religiones protestantes para denunciar que al vestirse de demonios lo que consiguen es adorar al demonio mismo.
Yo veo al contrario un deseo, arraigado en las culturas paganas más antiguas, de conjurar los males adelantándose a los males: magia homeopática o imitativa, lo llama Frazer al que vuelvo a citar desde luego: “el intento hecho por muchas gentes en todas las épocas para dañar o destruir a un enemigo, dañando o destruyendo una imagen suya”.
Creo que ya nadie lo piensa así, pero hay que reiterarlo: Halloween no es propiamente un interés por implantar una cultura, y el mero hecho de disfrazarse no hace que se pierda una tradición. No podrían los niños por sí solos perder la tradición si sus padres no contribuyeran a que se pierda, por ejemplo, dejando de poner ofrenda o peor aún, dejando de ir al panteón.
En suma, porque el Halloween es una forma muy oportunista que ha adaptado nuestra cultura para contar con un momento más de pachanga; de obtener la mayor cantidad de oportunidades para divertirnos, evadirnos, y excedernos, irónicamente, a costa de las tradiciones.
Concluyo lanzando una idea que me viene rondando la cabeza desde hace mucho tiempo: la tradición fomenta diversiones excesivas, pero sin éstas, nuestras tradiciones habrían desaparecido desde hace mucho tiempo.
