Mario Alberto Serrano Avelar
Cronista Municipal de Tepetlixpa
**Los que nos dedicamos a la crónica o al menos su servidor desearía, ofrecerles una pieza en donde se huela el ambiente, se sienta la tensión de los eventos, donde se escuchen hasta los grillos o ruidos de los coches**
Guillermo Prieto publicó hacia 1853 Memorias de mis tiempos, una crónicaque desborda su género gracias al talento del maestro y su ansiedad por escribir literalmente todo.
En sus páginas lo mismo caben las jugadas políticas de altos vuelos y las desgarradoras escenas de la guerra que el cotilleo, en suma, el sonido de la pura vida. Más que leer, uno siente las calles, personas, manías, los sabrosos chismes de palacio, el veleidoso ritmo de las modas y una innumerable cantidad de temas que convierten la obra en cuestión en una suerte de enciclopedia (una palabra que ya huele a muerto, por cierto) sobre de un periodo pocas veces atendido por nuestra memoria: el México recién desempaquetado de 1825 a 1853.
Don Guillermo, nacido en 1818 tuvo una suerte emparejada con su honradez. Creo que ahí está la clave de su obra, ser honrado consigo mismo siempre. Vale conocer que el hombre fue un liberal puro que salvó la vida a Juárez, pero también fue su enemigo político. Sufrió destierros y penurias, infamias y malos tratos, pero salvo en su ancianidad cuando sí se sabe que tenía un humor de perros, siempre fue vivaz y agudo. Sus artículos son dardos para los personajes públicos pero en términos generales siempre trató como se debe tratar a los que piensan diferente de uno, con respeto. Al único personaje que siempre trató con befa fue a Antonio López de Santa Anna, pero no como muchos espontáneos hacen hoy día en el Facebook llenando de lodo al prójimo, sino porque Prieto en verdad sufrió el exilio y prisión por parte del dictador a causa de sus artículos e ideas.
El cronista siempre tuvo una vida modesta. Varias veces fue funcionario público, inclusive alcanzó a ser Ministro de Hacienda y se desempeñó como diputado federal varias ocasiones, pero cuando murió en 1897 lo hizo absolutamente pobre, jactándose, pero no solo de palabra como muchos, sino con hechos, que jamás tomó un peso de los 300 millones de pesos del erario público que pasaron por sus manos.
Las Memorias de mis tiempos me hacen pensar en el oficio del cronista. Aunque en las más de quinientas páginas que tiene la edición que poseo hay pasajes flojos y textos que murieron pronto, en el tomo hay más luz que tinieblas. Fidel como se nombró el propio Prieto hizo justo lo que una crónica desearía: que el lector se sienta testigo de lo narrado.
Cuando habla de los léperos que habitaban el Centro aún no llamado histórico, al lado de las cazuelas de comida de fuerte olor a grasa, entre gritos y tranzas, banderitas de colores y babeante y rico pulque, uno prácticamente respira ese México de antaño.
Eso es lo que los que nos dedicamos a la crónica o al menos su servidor desearía, ofrecerles una pieza en donde se huela el ambiente, se sienta la tensión de los eventos, donde se escuchen hasta los grillos o ruidos de los coches.
La crónica, y quizá con más énfasis la municipal tiene como meta el registro de acontecimientos, pero ya que traje a cuento a don Guillermo Prieto, su objeto no sólo puede ser el de una bitácora; de alguna manera se relata y documenta para el futuro.
En las Memorias… por ejemplo, se apuntan datos de la personalidad y vida de muchos prohombres que ciertamente eran asuntos privados, pero que por tratarse de personajes públicos que están en la mira de todos acaban por ser relevantes y para nosotros, más de ciento setenta años después, aclaradores: Valentín Gómez Farías, por ejemplo. Tales y tan constantes eran sus exabruptos con colegas y sobre todo con sus enemigos políticos, que le valieron el apodo de Valentín Gómez Furias.
Eso es lo que los cronistas deberíamos rescatar; sin embargo, no quiero decir que vamos a recabar chismes, infundios, maledicencia ni difamación. La crónica lo mismo que el periodismo malamente se ha comparado con la difusión que se hace no de información sino de datos, sobre todo en el “poderoso” Internet. Las redes sociales transmiten y comparten, pero su velocidad no es garantía en realidad de nada salvo de inmediatez. Un buen oído, un buen mensaje, una buena filtración valen porque iluminan, y cuando pasa el tiempo, si además de lo anterior tuvieron buena pluma, seguro que pasaran a formar literatura.
Lo digo nuevamente por el ejemplo de don Guillermo; su crónica del saqueo del Parián, en 1828, es una delicia por su capacidad de información, la dosificación de sabrosas anécdotas y testimonios como por la narración en sí. Uno ve como se incendiaron los más de cien locales que contaba el famoso mercado que se ubicaba en pleno Zócalo capitalino. Los léperos arrebatándose telas, monedas, pedazos de maderas finas, cuchillos, lámparas, chocan con las fuerzas del orden y sin embargo todo es caos… pero en medio de los hechos uno comprende que tal saqueo no fue mero vandalismo sino un odio que la población albergó contra los españoles que sólo de nombre habían dejado de ser los dueños del país, pues seguían acumulando esa forma absoluta del poder que es el dinero.
Pues bien, esperemos entonces que en este año se construyan más crónicas de este azaroso mundo, al tiempo que hago votos porque el periodismo se mantenga como un oficio y no como un entretenimiento. Evidentemente cambian los formatos y los gustos del público, pero la esencia de la comunicación y del detalle no pueden transigir con las modas ni con la fidelidad de los tres lectores de esta columna, a quienes envío un fraternal abrazo…
Y ya que abrí el paréntesis, aprovecho para mandar un saludo a mi amigo y tocayo Mario Eduardo Torres Galván, que recién se tituló como licenciado en ciencias de la comunicación en la UNAM, con una tesis sobre el paisaje de Amecameca en el cine mexicano. Le deseo mucho éxito en la profesión que eligió y agradezco la dedicatoria que tuvo a bien hacerme en su trabajo de investigación; su texto está muy interesante.
Me despido deseándoles un feliz año, lleno de prosperidad, salud y parabienes. Cumplan todos o al menos la mayoría de sus propósitos. Hasta la próxima entrega.
