
Alma Abilene Figueroa
OZUMBA, Méx.- A sus 94 años, Cándido Martínez Castañeda aun se dedica a la pirotecnia, siendo en este municipio pionero de tan peligroso oficio.
Nació el 28 de septiembre de 1926 y desde temprana edad inició sus trabajos en los fuegos artificiales.
En entrevista con AMAQUEME, relató que en 1957 tenia 31 años cuando obtuvo su primer permiso para elaborar cohetes, los cuales daba forma en su casa con el apoyo de su esposa e hijas.
Contó que le dieron el permiso 126, número que aun está pintado en las paredes de su taller y sirve para reconocer la antigüedad que tiene en el oficio.
Cándido recordó que un tío le enseñó a trabajar.
Citó que tenía 40 años cuando se fue a probar suerte a Tláhuac para seguir aprendiendo, y a su regreso ya sabía preparar el trueno y luz.
Contó que tan sólo con ver aprendió a hacer la batería de 21 cañonazos, que en ese entonces nadie las sabía elaborar en Ozumba, además se fijó cómo hacían la bomba de diez pulgadas, que tras varios intentos logró realizar.
Dichas bombas las quemaron en el estado de Hidalgo.
Como parte de sus anécdotas, señaló en el Hotel Vasco, ubicado en Cuautla, Morelos apoyó a la filmación de la película “Qué bonitas son las tapatías”, donde conoció a muchos artistas y todos le dieron propinas por el excelente trabajo que hizo.
Su trabajo ha llegado hasta Oaxaca y Guerrero, donde es reconocido por la calidad que tiene y aún le buscan para solicitarle sus servicios.
Reconoció que debido a su edad está perdiendo el sentido del oído, sin embargo sus conocimientos siguen intactos, pues aún tiene la capacidad de hacer cohetes.
Su legado ha llegado ya a su cuarta generación.
Su esposa, María Vergara Medina refirió a AMAQUEME que en los inicios era ella quien le ayudaba, pues el material para las luces se molía en el metate y también lo acompañaba a los viajes que hacía para quemar cohetes.
Mencionó que trabajaban en su casa haciendo clorato, mecha, silbato, embarillado y eran sus hijas quienes apoyaban en esas labores, luego se sumaron sus hijos.
Su nieto, Gilberto Martínez Ortega, también contó a la reportera su experiencia en el oficio y dijo que fue a los siete años que empezó a experimentar con cosas sencillas, sin peligro, ayudando en los procesos que no implicaban riesgo, como torcer cartón, encerar hilada o hacer armazones de toritos.
Externó que poco a poco realizó cosas más complicadas, notando con ello que la pirotecnia era un negocio rentable para llevar el sustento a la familia.
Asimismo consideró que el factor clave en el negocio es garantizar la seguridad de pirotécnicos y público, asegurando los espectáculos y la seguridad de las personas que los contratan.
“Anteriormente todo el proceso se hacía con instrumentos de la casa, en el metate se molían los ingredientes para realizar los cohetes, ahora la pólvora se muele en un barril, como molino”.
Dijo que lo que comenzó como un conocimiento empírico ya es más científico, pues se usan químicos para efectos especiales.
“Para mí es un honor, es un gusto y también es un desastre, pues mis papás fallecieron por este oficio”, resaltó.
Aseguró que su oficio representa un constante riesgo.
“Son dos caras en la moneda, la desgracia, la pena, la tristeza, por un lado, pero también la gloria cuando nuestro trabajo cumple las expectativas y lo buscan a uno por ello”, aseveró Gilberto.
Resaltó que en todos los trabajos que elabora, su vida está de por medio, pero con las medidas necesarias se olvida de los riesgos y crea arte.
Apuntó que la Secretaría de la Defensa Nacional les exige varias medidas de seguridad como no usar luz eléctrica, ni gas, tampoco celulares, ropa sintética, instalar en las entradas a los polvorines barras de descarga para quitar la energía estática que porta el cuerpo humano, así como pararrayos y malla aislada en los techos.