
Arqueólogo: Jaime Noyola Rocha
Cronista municipal de Chalco
Los sacerdotes de los dioses que participaban en la ceremonia del Fuego Nuevo, que procedían de México y de todos los pueblos anahuacas, tomaban esa lumbre y la enviaban a través de hombres veloces, que corrían portando teas de pino encendidas y llevaban con gran prisa el fuego a cada pueblo.
Los mexicas llevaban el fuego al templo de Huitzilopochtli y lo depositaban en un enorme incensario que estaba colocado frente a su dios y ponían mucho copal. De esa fuente tomaban y llevaban el fuego a los aposentos y templos de sus dioses y de ahí tomaban y llevaban el fuego todos los vecinos de la ciudad.
El fuego que los hombres veloces habían llevado a todos los pueblos y depositado en aras en los templos frente a sus dioses tutelares y los vecinos de los grandes centros tomaban el fuego y los llevaban a sus casas, al igual que todos los pueblos sujetos, cuyos vecinos procedían de la misma forma.
Los informantes del padre Sahagún decían que era impresionante la muchedumbre de fuegos en los pueblos, cuando los vecinos recibían el fuego de los pebeteros dispuestos en sus templos.
Y era la costumbre que todos los vecinos renovaban sus alhajas, hombres y mujeres se vestían con nuevos ropajes, adquirían en el tianquiztli pequeñas esculturas de barro de sus dioses, renovaban petates, piedras del tlecuil y molcajetes en señal de que comenzaba un nuevo siglo.
Dicen los viejos sabios que entre toda la población existía una atmósfera de gran alegría, hacían grandes
ceremonias, diciendo que ya había pasado la pestilencia y el hambre, mataban codornices y ofrecían incienso a los dioses, haciendo un ritual en sus patios, orientándose hacia las cuatro partes del mundo; después metían sus ofrendas al fuego y sólo comían tzouatl, comida elaborada con miel y huautli (amaranto), entonces ayunaban y
no bebían agua hasta medio día.
Después de mediodía sacrificaban algunos cautivos, hacían fiesta y renovaban las hogueras.
Sahagún dice que la ceremonia en los templos se hacía usando la Tabla de la Cuenta de los Años, que era muy antigua y que su invención se atribuía al dios Quetzalcóatl. Dicha tabla comienza al oriente, donde están los años ácatl y al primero de ellos le llaman ce ácatl (1-Caña), y de ahí continuando hacia el
norte están los años técpatl, y al primero le decían ome técpatl (2-Pedernal); luego al poniente siguen los años calli
(casa) y el primero es yei calli (3-Casa) y luego van al sur, en donde están los años tochtli
(conejo) y al primero le llaman nahui tochtli (4-Conejo); y luego giran de nuevo hacia el oriente que corresponde
a macuilli ácatl (5-Caña) y así van dando cuatro vueltas hasta que llegan a trece, acaban así donde comenzó la cuenta; y luego vuelven a uno de los años pedernal, iniciando esta trecena de años con ce técpatl, y de esta manera dando vueltas, dan trece años a cada una de las cuatro partes del mundo y entonces es cuando se cumplen 52 años, es el momento en que se celebraba el jubileo de la Atadura de los Años y se saca fuego nuevo en la forma antes descrita. Luego vuelven a contar como al principio.
El padre fray Bernardino de Sahagún reunió a muchos viejos porque había discrepancia sobre el momento del inicio del año indígena con respecto al calendario cristiano y después de muchas discusiones
concluyeron que éste comenzaba el segundo día de febrero.
Al efectuar este ejercicio de lectura y parafraseo de la obra del franciscano para ofrecerla a los lectores
de este periódico, quiero hacer una última reflexión sobre el impacto que debió tener esta gran ceremonia de renovación, en la cual todas las familias se desapegaban del pasado con toda su carga, tirando sus dioses y sus enseres al agua y pasando el trago amargo del tránsito entre un siglo y el siguiente,
apagando todos los fuegos viejos y tomando de la fuente sagrada el fuego nuevo que abría para ellos un nuevo horizonte esperanzador que recibían con indescriptible alegría, banquetes y ofrendas
a los dioses.