14 de marzo
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Mario Alberto Serrano Avelar

Cronista municipal de Tepetlixpa

@MarioA_Serrano

Tepetlixpa como es bien sabido, es tierra de músicos; no al estilo de Tlapala en donde las agrupaciones son famosas y socorridas sino en una forma más tradicional, como una suerte de clanes en los que se cruzan familias y saberes, herencias y gusto, sobre todo el gusto.

   El patio era de tierra apisonada, o al menos así lo tengo en la imagen; lleno de sillas, tinas de metal, trastes, todo el pequeño universo que es una casa, pero de entre todos los objetos destacaban unos bafles de considerable tamaño colgados de la pared, siempre inundaban la calle con música tropical, sobre todo danzones y mambo.

Esa imagen sucedía mientras bajaba rumbo al mercado viejo por la calle de Pablo Sidar, como es una bajada de suave pendiente, al llegar a la mitad, el mismo declive de la calle dejaba ver el patio y la música.

Esa es la imagen que siempre traigo a mi mente cuando pienso en el maestro José de la Rosa, mejor conocido por propios y extraños como “El Basilisco”. Porque siempre que bajaba por su calle, el maestro, director de la banda y orquesta “De la Rosa”,escuchaba su música favorita a volumen considerable.

   Pero no por mera pose, don José, como muchos de sus compañeros tenía una forma de vivir apasionadamente su oficio.

    Los bafles siempre me parecieron como una forma de compartir al mundo, al menos al que, como yo, pasaba por enfrente de su casa, que la música es el alma y condimento de la vida.

Tepetlixpa como es bien sabido, es tierra de músicos; no al estilo de Tlapala en donde las agrupaciones son famosas y socorridas sino en una forma más tradicional, como una suerte de clanes en los que se cruzan familias y saberes, herencias y gusto, sobre todo el gusto.

   De ahí que hoy en día estén surgiendo una serie de agrupaciones modernas (pienso rápido en las bandas de rock MussaMx o El fusil de Pancho) y que aún perduren en la memoria las famosas orquestas de los hermanos Ortíz, la de Andrés, recientemente fallecido, o la de Julio, y que la nómina de los antiguos músicos aún siga pendiente por recuperar sus voces y anécdotas.

De las últimas tengo un par que más parecen ensoñación.

A don Marcelino Buendía, casi vecino de don José, lo veo escuchar con auténtico deleite la obertura de Guillermo Tell, de Giacomo Rossini en un pequeño radio de pilas mientras desyerbaba su huerto de limones y romero.

La vibrante energía de las trompetas seguro que le hacía recordar que en su tiempo él fue justamente un virtuoso de ese aliento.

Poco a poco iré desgranando algunas de esas imágenes-anécdotas, de momento, lo que me interesa es señalar que, como don José, que ya descansa en paz, al igual que don Marcelino, mis paisanos que se han dedicado al arte de la música, tienen valiosas historias personales que en conjunto son parte del patrimonio cultural de Tepetlixpa y de la región en general.

De lo último estoy absolutamente convencido y trato de voltear a experiencias exitosas que han sucedido en otras partes del mundo en donde los “músicos viejos” son objeto de reconocimiento, respeto, inclusión y dignificación.

Una de esas experiencias, es la Velha Guarda da Portela, la “Vieja Guardia de Portela”.

   La Portela es quizá la más antigua escuela de samba de Río de Janeiro, Brasil. El proyecto buscó reunir a los músicos más viejos que animaban esa organización para darles su debido reconocimiento.

A partir de los años 70, el músico Paulino da Viola comenzó a trabajar cerca de ellos, lo que les dio visibilidad y en cierta medida los volvió a poner en el circuito musical.

En los primeros años de este siglo, también se agregó al proyecto de dignificación la cantante Marisa Monte, renovando y creando interpretaciones que son auténticas joyas, como la versión de Dança da Solidão.

El contexto de todo el proceso lo pueden ver en el documental O Mistério do Samba (2008, dirs. Lula Buarque de Hollanda y Carolina Jabor) que deja ver el profundo amor que le tienen a la música los cariocas.

Pero regreso a mi pueblo y región.

Mis paisanos también tienen esa pasión y entrega de sus pares brasileños, porque ambos tienen un porte y forma de ser, que acaso sean universales entre los que han elegido a la música como forma de vida.

Eso me lleva necesariamente a otras imágenes.

 Hace ya muchas fiestas de enero, mi tío Ignacio Serrano pasaba tocando el saxofón con alguna comparsa de chinelos;  para mí como niño era increíble verlo transformado por la música.

Con su instrumento, el tío era casi otro hombre, alegre, apasionado, lo veía tomar la boquilla de su instrumento con una determinación que siempre me pareció magia: soplar sobre un metal y transformar el viento en sonido.

Transformar el sonido en emociones.

¿Verdad que vale la pena contar más historias como esas?