13 de marzo
51

De pelos y huellitas

Nasrhu López Rascón

Julieta es una de las perras más carismáticas que he conocido en mi vida, si no es que la más.

Apareció junto con la manada que mi hermana adoptó después de que fuera echada a la calle a pocas cuadras de mi casa.

Ya hablamos de esa historia hace dos entregas.

Se trata de una hermosa perra tipo Golden Retriver color miel con tupido pelaje y buen tamaño, pero lo que realmente llama la atención es su bellísima cara y su maravillosa sonrisa; sí, es una perra que se ríe.

Le decimos la amiga de todos porque hace migas hasta con las piedras, por supuesto ha sabido ganarse un lugar con todos los perros de la casa, sin importar a qué manada pertenezcan; y con quien sí se profesa un amor más allá de toda lógica es con el burro Pol (así, Pol el polvoso), verlos jugar cada mañana es un espectáculo que me invita a ponerle buena cara al día.

Siempre es la misma rutina: Pol empieza a rebuznar desde su establo pidiendo que ya le abran la puerta, pues el sol ya alumbró el día; quitándose las lagañas Violeta o yo le abrimos la puerta, y él, muy propio, se queda quietecito esperando a que nos alejemos para empezar a salir con esa parsimonia propia de un burro sin aflicciones.

Camina calmadamente hacia el mismo cuadro del jardín -que más bien convirtió ya en un terregal sin pasto- y con sus “adorables” pezuñas comienza a rascar sobre la rascada superficie, así como para alistar el arenero.

Después de esos prolegómenos, acomodando la tierra aquí y allá… ¡zas! dobla las patas de adelante, se echa de ladito y a revolcarse sabroso boca arriba, rascando la espalda en un lado a otro con las patas al aire.

Mientras todo esto sucede, Julieta lo mira sentadita a un costado, vigilante de que ningún perro ose interrumpir el delicioso baño de tierra de Pol con sus impertinentes ladridos o husmeando más cerca de lo prudente.

¡Ay de aquel can que se le ocurra acercarse a molestar al burro! Julieta arremete con sonoros ladridos y los echa pa’tras.

Una vez que nuestro burro -alguna vez blanco- termina su rutina, se levanta, se sacude y busca a Julieta, quien ya está a la espera de que Pol la empuje con su cabezota para comenzar el escarceo de cuellazos y brincos entre uno y otra.

Se corretean, se entrelazan, Julieta se tira al piso panza arriba y Pol le busca el pecho y la panza con los dientes.

Y así se la pasan un rato cada mañana, su momento de amortz interespecie.

Hago el paréntesis de que Pol también es un burro rescatado, mi hermana lo adoptó después de que la persona que lo sacó de su condición de maltrato ya no pudo resguardarlo y se lo ofreció; de eso ya pasó más de un año.

Ahora nuestro burro es un consentido, mañoso y panzón ¡pero encantador! Obviamente se ha convertido en un importante miembro de la familia.

Volviendo a Julieta Sonrisas, también es un costal de mañas, sobre todo se da su maña para hacerse querer; si alguien hace honor a las pataventuras es ella: vaga como pocas, se le puede encontrar lo mismo jugando con Pol que andando por las calles de Amecameca; tan hija de la calle es que Violeta tuvo que quitarle la plaquita del collar, pues recibía ocho llamadas diarias avisándole que su perra estaba en tal o cual esquina, para que fuera a recogerla.

A menudo se escapa y cruza un río que -como todos nuestros ríos- está asqueroso, porque se usa de drenaje y basurero.

Se pueden imaginar el tufo que se carga cuando aparece mojada hasta el pecho con una capa de gris drenaje, eso sí, moviendo la cola para que le abramos y ¡poder irse a echar al sillón!

Hábilmente se escurre dentro de la casa y no hay manera de sacarla, se echa en el piso patas pa’arriba, te pone el pechito y abre esa ancha sonrisa que por un momento nos hace olvidar de donde viene, hasta que el olorazo nos regresa al momento en que esta mañosa se está haciendo la simpática para no ser corrida al jardín.

Y cuando anda en la vagancia, hace el recorrido de las siete casas para que en cada una le den su bocadillo, sólo así se explica lo gorda que se ha puesto de un tiempo para acá; no me sorprende, con eso de que sabe hacerse la chistosa, seguro consigue aquí y allá.

De hecho, le comenté hace poco a mi hermana que si a una perra veo apta para la sobrevivencia es a la gorda Julieta, tiene todas las ventajas de una perra de casa, bien cuidada, con todas las libertades de una perra vaga.

 Eso sí, muy propia para ir a hacer sus pipís y popós, ella nomás en su terreno y sin que nadie la vea, se va por ahí a un rinconcito entre pastos y árboles y ahí deja su abono.

¿Cómo ven? ¿Así o más lista?

A veces me ha tocado estar trabajando en la cafetería que tenemos en el centro y de repente veo la patita empujando la puerta, y sí, es Julieta haciendo la visita; ahí se queda hasta que cerramos y si llevo carro el regreso es de lo más divertido para ella, pues se sube y va todo el trayecto de regreso con la cabeza asomada echando ladridos.

En cambio, si me vuelvo en bicicleta, ni me pela, agarra su onda y se va siguiendo a alguna de las muchachas que trabajan en nuestro local, o simplemente, como buena pata de perro, jala pa’ donde le da la gana.

 Salvo cuando molestan a Pol o está de malas -últimamente me parece que el calor la irrita- no le ladra a ningún perro y, difícilmente, muerde a un humano, menos si anda de callejera.

Así es mi gorda cochina adorada Julieta, una perra inteligente, plena, libre y chiflada, en eso consiste su encanto, en su absoluta confianza en la vida ¡Cuánto perrito merecería vivir así, sin traumas!

Pero las Julietas son las menos, por cada perro feliz como ella hay 250 en el relleno sanitario, sobreviviendo como pueden, el tiempo que pueden, abandonados, desnutridos y enfermos, sin ánimo para mover siquiera la colita. Esa es la realidad que se nos estrella en la cara: vivir con calidad es un privilegio, y aplica no sólo a los perritos, nuestra raza no canta mal las rancheras. Pero en esas honduras ya mejor ni me meto, terminaríamos este relato con muchas lágrimas. Nos leemos en la próxima, ya saben qué hacer si ven animalitos en desgracia o en peligro…

De pelos y huellitas

Nasrhu López Rascón

La amiga de todos

Julieta es una de las perras más carismáticas que he conocido en mi vida, si no es que la más.

Apareció junto con la manada que mi hermana adoptó después de que fuera echada a la calle a pocas cuadras de mi casa.

Ya hablamos de esa historia hace dos entregas.

Se trata de una hermosa perra tipo Golden Retriver color miel con tupido pelaje y buen tamaño, pero lo que realmente llama la atención es su bellísima cara y su maravillosa sonrisa; sí, es una perra que se ríe.

Le decimos la amiga de todos porque hace migas hasta con las piedras, por supuesto ha sabido ganarse un lugar con todos los perros de la casa, sin importar a qué manada pertenezcan; y con quien sí se profesa un amor más allá de toda lógica es con el burro Pol (así, Pol el polvoso), verlos jugar cada mañana es un espectáculo que me invita a ponerle buena cara al día.

Siempre es la misma rutina: Pol empieza a rebuznar desde su establo pidiendo que ya le abran la puerta, pues el sol ya alumbró el día; quitándose las lagañas Violeta o yo le abrimos la puerta, y él, muy propio, se queda quietecito esperando a que nos alejemos para empezar a salir con esa parsimonia propia de un burro sin aflicciones.

Camina calmadamente hacia el mismo cuadro del jardín -que más bien convirtió ya en un terregal sin pasto- y con sus “adorables” pezuñas comienza a rascar sobre la rascada superficie, así como para alistar el arenero.

Después de esos prolegómenos, acomodando la tierra aquí y allá… ¡zas! dobla las patas de adelante, se echa de ladito y a revolcarse sabroso boca arriba, rascando la espalda en un lado a otro con las patas al aire.

Mientras todo esto sucede, Julieta lo mira sentadita a un costado, vigilante de que ningún perro ose interrumpir el delicioso baño de tierra de Pol con sus impertinentes ladridos o husmeando más cerca de lo prudente.

¡Ay de aquel can que se le ocurra acercarse a molestar al burro! Julieta arremete con sonoros ladridos y los echa pa’tras.

Una vez que nuestro burro -alguna vez blanco- termina su rutina, se levanta, se sacude y busca a Julieta, quien ya está a la espera de que Pol la empuje con su cabezota para comenzar el escarceo de cuellazos y brincos entre uno y otra.

Se corretean, se entrelazan, Julieta se tira al piso panza arriba y Pol le busca el pecho y la panza con los dientes.

Y así se la pasan un rato cada mañana, su momento de amortz interespecie.

Hago el paréntesis de que Pol también es un burro rescatado, mi hermana lo adoptó después de que la persona que lo sacó de su condición de maltrato ya no pudo resguardarlo y se lo ofreció; de eso ya pasó más de un año.

Ahora nuestro burro es un consentido, mañoso y panzón ¡pero encantador! Obviamente se ha convertido en un importante miembro de la familia.

Volviendo a Julieta Sonrisas, también es un costal de mañas, sobre todo se da su maña para hacerse querer; si alguien hace honor a las pataventuras es ella: vaga como pocas, se le puede encontrar lo mismo jugando con Pol que andando por las calles de Amecameca; tan hija de la calle es que Violeta tuvo que quitarle la plaquita del collar, pues recibía ocho llamadas diarias avisándole que su perra estaba en tal o cual esquina, para que fuera a recogerla.

A menudo se escapa y cruza un río que -como todos nuestros ríos- está asqueroso, porque se usa de drenaje y basurero.

Se pueden imaginar el tufo que se carga cuando aparece mojada hasta el pecho con una capa de gris drenaje, eso sí, moviendo la cola para que le abramos y ¡poder irse a echar al sillón!

Hábilmente se escurre dentro de la casa y no hay manera de sacarla, se echa en el piso patas pa’arriba, te pone el pechito y abre esa ancha sonrisa que por un momento nos hace olvidar de donde viene, hasta que el olorazo nos regresa al momento en que esta mañosa se está haciendo la simpática para no ser corrida al jardín.

Y cuando anda en la vagancia, hace el recorrido de las siete casas para que en cada una le den su bocadillo, sólo así se explica lo gorda que se ha puesto de un tiempo para acá; no me sorprende, con eso de que sabe hacerse la chistosa, seguro consigue aquí y allá.

De hecho, le comenté hace poco a mi hermana que si a una perra veo apta para la sobrevivencia es a la gorda Julieta, tiene todas las ventajas de una perra de casa, bien cuidada, con todas las libertades de una perra vaga.

 Eso sí, muy propia para ir a hacer sus pipís y popós, ella nomás en su terreno y sin que nadie la vea, se va por ahí a un rinconcito entre pastos y árboles y ahí deja su abono.

¿Cómo ven? ¿Así o más lista?

A veces me ha tocado estar trabajando en la cafetería que tenemos en el centro y de repente veo la patita empujando la puerta, y sí, es Julieta haciendo la visita; ahí se queda hasta que cerramos y si llevo carro el regreso es de lo más divertido para ella, pues se sube y va todo el trayecto de regreso con la cabeza asomada echando ladridos.

En cambio, si me vuelvo en bicicleta, ni me pela, agarra su onda y se va siguiendo a alguna de las muchachas que trabajan en nuestro local, o simplemente, como buena pata de perro, jala pa’ donde le da la gana.

 Salvo cuando molestan a Pol o está de malas -últimamente me parece que el calor la irrita- no le ladra a ningún perro y, difícilmente, muerde a un humano, menos si anda de callejera.

Así es mi gorda cochina adorada Julieta, una perra inteligente, plena, libre y chiflada, en eso consiste su encanto, en su absoluta confianza en la vida ¡Cuánto perrito merecería vivir así, sin traumas!

Pero las Julietas son las menos, por cada perro feliz como ella hay 250 en el relleno sanitario, sobreviviendo como pueden, el tiempo que pueden, abandonados, desnutridos y enfermos, sin ánimo para mover siquiera la colita. Esa es la realidad que se nos estrella en la cara: vivir con calidad es un privilegio, y aplica no sólo a los perritos, nuestra raza no canta mal las rancheras. Pero en esas honduras ya mejor ni me meto, terminaríamos este relato con muchas lágrimas. Nos leemos en la próxima, ya saben qué hacer si ven animalitos en desgracia o en peligro…