14 de marzo
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Cronista municipal de Tepetlixpa

@MarioA_Serrano

 (Parte I)

Ese “llegar tarde” de alguna manera (por desgracia) es normal cuando estamos en lugares periféricos, pero se puede potencializar si el alcance de los muros va con las ideas de la historia, costumbres o identidad de cada comunidad específica.

En 1921 Roberto Montenegro comenzó a pintar su mural “El árbol de la vida” en el templo de San Pedro y San Pablo de la Ciudad de México; con ese acto formalmente da inicio el enorme movimiento artístico conocido como muralismo.

 A partir de esa fecha, que como se ve ya rebasó el siglo, el muralismo se ha mantenido como el movimiento más longevo del arte mexicano, situación que responde a muchos factores, el primero de ellos que el gobierno mexicano, desde ese lejano 1921, no ha sido capaz de fomentar un proyecto cultural capaz de reemplazarlo.

Hay que entender que durante los años 20 y 30 del siglo pasado, la promoción del arte mexicano justamente comenzaba y acababa en los murales: reflejaban una posición política, servían como bandera del nacionalismo revolucionario, idealizaban al pueblo mexicano y su historia, además de que eran un excelente atractivo estético y turístico para que los visitantes extranjeros se deleitaran con esas impresionantes muestras de arte público.

            De unos años para acá el muralismo en una versión sui generis ha inundado diversas comunidades de México y lo que nos interesa aquí, de nuestra Región. Si digo “sui géneris” es porque la técnica debería definir al mural: utiliza la encáustica o el temple, que se puede explicar sencillamente en que mientras el aplanado aún está fresco se realizan los trazos y casi inmediatamente aplicar pinturas para que éstas penetren en la estructura misma del muro; una vez que el aplanado seca, el mural queda adherido al mismo y por ende, su duración será considerable.

            En contraparte, los murales que se realizan en nuestras comunidades, casi en su mayoría usan pinturas acrílicas previo trazado de los dibujos.

            Cuando hablamos de arte no podemos ser puristas y lo aclaro ahora mismo para evitar malentendidos. El mismo muralismo de los años 20 no fue sino una síntesis entre las técnicas del fresco europeo y las propias técnicas prehispánicas; si lo traigo a cuento es porque sería necio pedir una “originalidad” en el transcurso del que voy a llamar “Movimiento Muralista de los Volcanes” pero considero que sí se vuelve necesaria una o varias reflexiones al respecto.

¿Expresarse o enseñar?

Cuando el muralismo apareció hace un siglo, sirvió como una forma de arte masivo y al mismo tiempo como una suerte de ilustración didáctica para el pueblo. Ver pinturas en gran formato en lugares tan emblemáticos como el Palacio Nacional servía como una forma de estar enseñando la Historia de México continuamente.

A partir de esta idea debemos entender si el “Movimiento Muralista de los Volcanes” también está cumpliendo (con un desfase de casi un siglo de diferencia) una labor similar.

Ese “llegar tarde” de alguna manera (por desgracia) es normal cuando estamos en lugares periféricos, pero se puede potencializar si el alcance de los muros va con las ideas de la historia, costumbres o identidad de cada comunidad específica, porque el movimiento estaría ayudando a reforzar valores comunitarios.

Pese a todo sigue existiendo una diferencia notable entre el simple adorno y el enfrentar una temática propia y local. En lo personal me parece que en ello radica la indiscutible virtud de lo que sucede en Tepetlixpa con “La Ruta del Tabarán” que ha apostado por temas propios de la cultura tepetlixpense, aunque por otro lado va a enfrentarse al natural desgaste de los temas en el corto plazo.

Sin embargo, la paradoja es que a un artista no se le puede constantemente estar señalando la temática de su obra con el riesgo de que al final, todo lo elaborado termine siendo una mera propaganda.

El tiempo: ¿no estamos llegando muy tarde a la práctica de pintar murales?

El muralismo correspondió a una época específica del arte mundial y el contexto histórico. Una Revolución acababa de concluir, una personalidad enorme como la de Vasconcelos tuvo el poder de convocatoria suficiente para llamar a artistas de talla indiscutible e incluso, un presidente de la república (Álvaro Obregón) fue lo suficientemente sensible a las artes para “soltar” el dinero que hacía falta en tamaña empresa.

El muralismo, surgido con esas credenciales, integró con los años lo que se ha llamado “Escuela Mexicana de Pintura” e influenció a la pintura moderna de Estados Unidos, lo cual no fue poca cosa, pero que en los siguientes treinta años, como consecuencia natural del desarrollo de otros pensamientos y el contexto mundial, fue superándose en cuanto a temas, alcances, reflexiones e ideas.

            Entonces, si aún me siguen, el problema del muralismo en los volcanes podría ser temporal: estar llegando demasiado tarde a una manifestación que ya dio todo de sí.

 El dilema sin embargo podría y puede ser superado si pensamos no en el antiguo muralismo de temas indígenas (o excesivamente lleno de temas folklóricos o costumbristas) sino en lo que postula el “arte urbano”, que desde los ochenta del siglo pasado apuesta por valores de identidad, orgullo, pertenencia y apropiación de los espacios.

 Vale la pena llegados a ese puntos repensar lo que significa “arte urbano” y reflexionar lo que dice mejor que yo el académico Ramiro Noriega respecto a que la creación puede no implicar hacer algo nuevo sino “reformular dispositivos” y sobre todo, lo más importante, que el foco ya no está en lo novedoso sino en la capacidad de ver o de ser ciego ante algunas realidades que nos rodean.