13 de marzo
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Mario Serrano Avelar

Cronista Municipal de Tepetlixpa

Hace años reflexionaba sobre cuál ha sido la historia política de mi pueblo.

En la coyuntura que estamos a punto de presenciar este fin de semana, quisiera volver sobre el papel que han tenido los políticos de Tepetlixpa en un proceso electoral que supere su parroquia.

A muchas personas choca, aburre o simplemente no quieren observar, que en la política, tan importante es el ambiente y redes de poder, las intrigas y triquiñuelas, los acuerdos en lo oscurito y el músculo político real de una persona, como eso tan ambiguo llamado contexto histórico y social.

Un ejemplo sin par de este contexto sucedió hace más de ochenta años.

El abogado Isidro Fabela fue designado gobernador del estado en 1942.

La llegada de Fabela se debió al asesinato de Alfredo Zárate Albarrán, gobernador constitucional, ese mismo año en una cantina.

A partir de Fabela, la poca o mucha influencia que tenían los militares y ex gobernadores como Filiberto y Abundio Gómez se fue a pique.

El general Filiberto a finales de los años 30 era dueño de la hacienda de Atlapango después de una turbia maniobra que ni el famoso abogado Demetrio Sodi pudo destrabar. 129 hectáreas de labor y 120 de monte, valuados en 1926 en 17,610 pesos, pasaron a manos del general gobernador, quien luego las cedió al senador Carlos Riva Palacio, que de hecho también fue gobernador entre 1925 y 1929.

En ese momento, el secretario del ayuntamiento de Tepe, Manuel Mario Escalante gozaba de todas las simpatías de este grupo político.

Junto al diputado local, el senador ya mencionado, el alcalde de Chalco Jesús Álvarez y buena parte de los trabajadores de la fábrica de Papel de San Rafael, el joven Escalante (tenía 34 años) eran parte, si no del primer círculo, al menos de uno muy cercano a lo que se comentaba en palacio de gobierno.

Sin embargo, después de Fabela el contexto cambió radicalmente.

El partido en el poder se volvió exageradamente corporativista y los alcaldes de Tepetlixpa quedaron dentro de dicha estructura sin mayor ámbito de participación que no fuera lo estrictamente local.

Salvo el presidente Gregorio Rodríguez Rojas (el primero en ser tres veces presidente) que aún era convocado a los banquetes dados por el gobernador cuando venía a la región y al que medianamente se le consideraba cuando iba a Toluca, a la mayoría de sus sucesores se les fue relegando a participar ampliamente en los asuntos de Tepe, las veces que quisieran o pudieran, en los ámbitos que mejor se acomodaran… pero nada más.

José Contreras, Rosendo Méndez y Wulfrano Pastrana, por ejemplo fueron en su momento presidentes del Comisariado Ejidal. Julio Soriano del de Bienes Comunales. Ponciano Vidal antes de ser presidente fue regidor; el coronel Vicente Trinidad Flores, mayordomo del Santuario del Dulce Nombre de Jesús.

   En su senectud, José Contreras, incluso fue juez conciliador.

 Quizás estos nombres no suenen fuera de los lectores tepetlixpenses, pero justamente, ese es el punto.

La carrera política de estos personajes comenzó y acabó en su pueblo.

Ajenos al teje y maneje de la política nacional y estatal, aunque varios de estos alcaldes fueron flamantes militantes del PRI, la verdad es que poco o nada tenían que aportar en una elección de gran calado.

Cuando la elección de 1950 en la que el ganador fue Salvador Sánchez Colín (1951-1957) resulta pasmoso ver la correspondencia oficial y partidista que prácticamente notifica del proceso, invita a votar por y finalmente, informa del triunfo.

 “Gracias señor presidente, compañero”. Nada más. No digo que no hubieran alcaldes que incluso fueran conocidos de los gobernadores (como el ya finado Jacinto Pérez), pero eso no bastaba para que, por ejemplo, luego de su mandato fueran invitados a un cargo en la administración estatal.

 Ni soñar con la federal.

Ningún ex alcalde de Tepe por ejemplo, ha sido diputado.

Evidentemente no se pueden pedir peras al olmo.

En la ya citada elección de Sánchez Colín, Tepetlixpa aportó poco menos de mil votos de los doscientos mil y pico que llevaron al triunfo al ingeniero agrónomo. Pueblo chico, padrón chico; no era estratégico en ese entonces, ni puede que ahora para el padrón.

El punto entonces es observar qué sucedió con la clase política local en lo que la misma historia nos comparte.

Pertenecer a un grupo político, facción o tribu no garantizó (y quiero escribir no garantiza) beneficios a largo plazo.

Es el momento lo que cuenta y vale.

Ayer y hoy se solicitó operar a favor del candidato ungido, aunque sus posibilidades de triunfar fueran mínimas.

Y ojo, no hablo en tiempos modernos.

En la muy difícil elección federal de 1940, varios tepetlixpenses se vieron dentro del grupo que buscaba que Juan Andrew Almazán llegara a la presidencia.

 La pasión que generó tal campaña encendió como pocas veces el ánimo de mis paisanos, que vivieron un tremendo conflicto político y social en el que se tiraron quizá por primera vez volantes difamatorios, se cruzaron fenomenales broncas y chismes y lo más importante, los que aspiraban a algo en el feudo municipal de inmediato tomaron postura, ora alabando a Cárdenas y Ávila Camacho, ora haciendo denuncias ante la Procuraduría General de la República o vaya, cuadrándose casi servilmente frente al partido oficial.

Si usted ha llegado hasta este párrafo, sin lugar a dudas me concederá que el asunto tiene una actualidad y vigencia sorprendentes.

Asuntos del poder, ingenuidad del que esto escribe. Usted póngale la etiqueta que deba.

 Lo cierto es que desde aquí pido que, sea cual sea el resultado de las elecciones del próximo domingo, los políticos y su clase política de Tepetlixpa comiencen a tomar mejores posiciones y no sólo sean parte del proceso electoral.

 Se los deseo sinceramente.

A todas y todos los que están en ello, mucha suerte y éxito.