
Al contrario que otros países, la mayoría de las naciones latinoamericanas enfocan la celebración de su independencia en el inicio del proceso, en vez de en la consumación. Ese momento de heroísmo es el que veneran con pasión los mexicanos el 15 y 16 de septiembre, los días de 1810 en que los nativos y criollos se alzaron en armas para desprenderse, tras más de tres siglos de ocupación, del yugo español.
Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, los habitantes del que entonces se llamaba Virreinato de Nueva España -que se extendía desde lo que hoy es Costa Rica hasta la frontera actual entre Estados Unidos y Canadá, aunque sin abarcar todo el territorio- se fueron impregnando de las ideas de la Ilustración europea, que promovían la libertad, la igualdad y los derechos individuales. Es por ello que, años antes de que sucediese el simbólico Grito de Dolores, los intelectuales criollos empezaron a cuestionarse el sistema colonial y a solicitar reformas a la Corona.
Con esto, en la primera década del 1800, comenzó en la ciudad de Querétaro un movimiento conspirativo y clandestino para imaginar nuevas formas de gobierno y dejar de lado, finalmente, la larga opresión colonial por parte del entonces rey de España, Fernando VII.
UNAS CONDICIONES PERFECTAS
Los procesos de independencia no son sencillos, ni mucho menos inmediatos. En el caso de México, el cuarto país americano en conseguirla, la consumación no llegó hasta poco después de una década, en la que hubo lugar y tiempo para numerosos acontecimientos tan o incluso más importantes que ese 28 de septiembre de 1821 en el que Agustín de Iturbide firmó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano.

Hacia finales del siglo XVIII, el Imperio español se extendía por más de 20 millones de kilómetros cuadrados y era el principal actor en el ámbito geopolítico europeo, con el comercio de productos provenientes de América y Asia como principal pilar de su éxito. Sin embargo, en 1808, un ambicioso Napoleón Bonaparte que buscaba unificar Europa bajo su autoridad invadió el territorio español y colocó a su hermano José I Bonaparte en el trono, trasladando a Fernando VII a Bayona en calidad de prisionero.
Fue entonces cuando el Imperio español empezó a perder territorios y, con ello, a debilitarse: de hecho, la mayoría de las colonias españolas adquirieron su independencia durante el siglo XIX. Esto, sumado al anhelo de emancipación de los mexicanos, que llevaban años esperando ese momento, llevó a la Nueva España a alcanzar un punto de tensión que detonó por completo el 16 de septiembre de 1810.
¿QUÉ PASÓ EL 16 DE SEPTIEMBRE DE 1810 EN MÉXICO?
El sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla -quien fue posteriormente bautizado como Padre de la Patria- había estado participando en las conversaciones clandestinas de Querétaro desde 1809, junto a otros grandes personajes heroicos que más tarde también ocuparían un lugar especial en el imaginario de los mexicanos: «La Corregidora» Doña Josefa Ortiz de Domínguez, su esposo Miguel Domínguez, Ignacio Allende, Juan Aldama, los hermanos Epigmenio y Emeterio González, entre otros. En estas reuniones, reclutó partidarios y construyó armamento para preparar una insurrección.

La madrugada del 16 de septiembre de 1810 por fin las aspiraciones parecieron estar más cerca de hacerse realidad, cuando Hidalgo, tras saber de la conciencia del Gobierno Virreinal acerca de las conspiraciones en su contra, tocó la campana de Dolores y pronunció el famoso Grito de Independencia, en el que expuso sus «vivas» a la Virgen de Guadalupe, a la Iglesia católica, a la independencia y a América, y sus «muertes» al mal gobierno, a las injusticias y a los gachupines -los españoles nacidos en España-, según la versión del discurso respaldada por el Gobierno de México.
A partir de ese hito, comenzó en Dolores el levantamiento de armas en pos de la Independencia de México, pero pronto se extendió la revolución a otras regiones del país, con líderes como José María Morelos, quien posteriormente conquistó la mayor parte del sur y centro del país, y el antes mencionado Juan Aldama, quien participó en las jornadas de Guanajuato y Monte de la Cruces, así como en la derrota de Puente de Calderón, en 1811, en la que el sacerdote Hidalgo fue juzgado y fusilado.
Dos años más tarde, con Morelos a la cabeza del movimiento de independencia, ocurrió uno de los eventos más importantes del proceso: el Congreso de Chilpancingo, en el que se redactó la primera Constitución del país, conocida como la Constitución de Apatzingán. En ella, se estableció la división de poderes en legislativo, ejecutivo y judicial, así como la educación obligatoria y gratuita; además, se concedió el voto a todos los hombres mexicanos. Pero esta manifestación de emancipación no tardaría demasiado en salpicar a Morelos, porque el 22 de diciembre de 1815 el líder enfrentaría el mismo futuro que su compañero de lucha Miguel Hidalgo.
Durante todo el proceso de independencia, era habitual la correspondencia entre los líderes de las tropas mexicanas y los del ejército español, también llamado ejército realista. Es ahí donde aparece la figura de Agustín de Iturbide, un jefe militar realista que se unió a la causa de los mexicanos a través del contacto con Vicente Guerrero, uno de los cabecillas del movimiento insurgente.

Él propuso mantener vigente la constitución, los fueros de la iglesia y el ejército y convocar un congreso con representantes de todas las provincias, condiciones que fueron aceptadas por los grupos que querían la independencia. Con ello, se elaboró el Plan de Iguala, en 1821, que se hizo valer con la creación del Ejército Trigarante, al que otros líderes insurgentes se fueron uniendo para garantizar el cumplimiento de los tres pilares del documento: Religión, Independencia y Unión.
Así, tras la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, y con la firma al día siguiente de la primera Acta de Independencia del Imperio Mexicano -hubo otra tras el fusilamiento de Iturbide en 1824 en la que se utiliza por primera vez el término «República» para referirse a México-, el país consumó lo que anhelaba desde hacía décadas: su independencia del Imperio español.