
Mario Alberto Serrano Avelar
Cronista Municipal de Tepetlixpa
Entre 1950 y 1957 se ocuparon tres maestros de obra y 24 albañiles para sacar adelante el compromiso de construir la casa del Dulce Nombre de Jesús.
En 1919 el sacerdote Elías Guadalupe Flores abrió el primer libro de caja de El Calvario.
Aunque se venía recaudando dinero desde hacía tiempo con la finalidad de remodelar el futuro Santuario, no existía un control efectivo sobre los recursos. Con ese gesto empieza la historia documental de este edifico tan emblemático de Tepetlixpa.
“Recaudar” consiste en la petición económica, casa por casa, que un grupo de personas hace para prácticamente el asunto que sea.
Aunque la recaudación se practica en varios pueblos desde tiempos virreinales, en Tepe tiene una dimensión propia y aún se realiza.
Gracias a esos libros es que contamos con información fidedigna de cómo se fue construyendo el templo donde se venera al Dulce Nombre de Jesús.
El problema es que, para ser sinceros, existen muy pocos.
La mayoría se destruyeron por el nulo cuidado que se les dio, fueron sustraídos o francamente nunca fueron conservados como un archivo.
Por eso vuelvo a llamar la atención para que las organizaciones, corporaciones y grupos hagan lo posible por escribir su memoria para las futuras generaciones.
Volviendo al punto, les comparto que en estos meses he analizado algunos libros de la década de 1950 que pertenecen al archivo privado de Lucas Suárez. Agradezco por cierto a sus familiares que le han permitido a este cronista acceder a tan valiosos materiales.
Entre 1950 y 1957 se puede considerar la época más pujante de las obras, básicamente porque la economía del país gozaba de excelente salud y eso también llegaba a Tepe.
La obra como ya señalé se había comenzado apenas concluida la Revolución. Para 1940 inclusive se derribó una parte sustancial de la capilla vieja.
En 1950 ya estaba levantada la torre norte pero las obras debían continuar.
Entre 1950 y 1957 se ocuparon tres maestros de obra y 24 albañiles para sacar adelante el compromiso de construir la casa del Dulce Nombre de Jesús.
Primero se contrató al maestro albañil Pedro Molina, oriundo de Tepe. Un año después, sin embargo, fue removido y su lugar fue ocupado por el maestro Elías Vidal.
El último maestro de esa década fue Francisco Muñoz.
Ahora sabemos que Eduardo Galicia era el proveedor del tabique, que Dámaso Evangelista fue el primer carpintero y sobre todo, que los responsables de la obra se llamaron “La Honorable Mesa Directiva Proreconstrucción del Santuario del Dulce Nombre de Jesús”, elocuente nombre que no debemos confundir con la mayordomía, por cierto.
Hay más datos valiosísimos.
En enero de 1951 se registró que Manuel Buendía y socios trajeron la primera peregrinación de Chimalhuacán.
En 1953 aparecen por primera vez mencionadas, las corporaciones (grupos) de Tepe, específicamente la de Blas Ranchos, la de Jacinto Ávila y la de Julio Rojas, todas con el apellido obligado “y socios” que hasta hoy caracteriza a tales grupos que organizan la festividad.
El problema es que no mencionan de qué eran?
No sabemos por desgracia si quemaban cuetes, si eran organizadores de alguna danza o si también fueron castilleros como lo era Pedro Molina.
Por otro lado, se registraron minuciosamente los donativos.
Así sabemos que un grupo de trabajadores de la fábrica de San Rafael aportó doscientos cincuenta y seis pesos y la “feligresía del pueblo de Cuecuecuautitla” ciento ochenta y cinco, ambos en 1951.
Algunos devotos aportaban pero pidiendo el anonimato.
Es el caso de “un óbolo de Amecameca” de modestos ocho pesos, o de “los peregrinos de Tepalcingo”, con veinticinco.
En Tepe todo mundo sabe que el Santuario fue una obra comunitaria, financiada por los peregrinos y pobladores.
Ahora podemos al menos parcialmente ponerles nombre a los donantes.
Los sacerdotes también aportaban y no poca cantidad.
El padre Antonio Águila, oriundo de Tepe dejó la parroquia en 1952 pero hasta el 54 siguió aportando unas limosnas cuantiosas, de entre cuatrocientos y mil pesos. Su sucesor, el padre Jesús Martínez también aportaba en lo personal y como párroco, llevando los donativos recabados en la parroquia de manera mensual hasta 1955.
Hay donantes muy dadivosos y otros que no, por modestos no pusieron su granito de arena.
Los comerciantes Esteban Revilla, Petra Rodríguez de García, Margarita y Cenobio Espinosa también hicieron aportes individuales al final de la década.
En 1956 el libro dice claramente que “no se trabajó”, pero para 1957 inclusive surgen nuevas “corporaciones”.
En 1955, por cierto, surgieron las todavía existentes corporaciones de Dionisio Hernández y de La Juventud que queman los fuegos artificiales durante la semana de la fiesta.
Las mujeres también fueron donantes serias y devotas.
Una mujer solamente registrada como “María Ysabel de Cuautla, Morelos” aportó cincuenta centavos, Angelina Martínez y Consuelo Aranda, veinte y veinticinco pesos respectivamente.
Esperanza Hernández Chimalpopoca, cincuenta, y resalto el dato de Concepción Contreras Ávila por lo anecdótico, sin que se trate de todas las donantes, pues a muchas otras por falta de espacio no las menciono aquí.
Vaya la anécdota de Concepción.
En esos años trabajaba en la Ciudad de México en lo que hoy se llama “trabajo doméstico”; casi no venía a su pueblo por lo mismo, pero el 14 de abril de 1957 fue al Santuario en obras y donó cien pesos, casi la mitad de lo que en ese mismo año donó la mayordomía por las limosnas de la fiesta.