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19 de mayo

Mario Alberto Serrano Avelar

Cronista Municipal de Tepetlixpa

Si lo comparamos con la sensación térmica de los pasados tres días, cuando el termómetro registró 3 grados, entenderemos que efectivamente el clima está en crisis y que no es un problema de lejos sino de todos nosotros.

Hablar del clima parece una necedad, cuando no una muestra fehaciente de nuestra incapacidad para comenzar pláticas. “¿Qué tal el frío?” es desde luego la peor manera de comenzar una charla pero justo es reconocerlo, la más eficiente.

            Lo cierto es que más allá de sus funciones para la vida social, el clima será en los próximos años no sólo el tema sino la asignatura obligada de propios y extraños.

    Desde mi percepción, en estos dos años en los que la vida se va reintegrando a su cauce después de la pandemia, es cuando realmente se aprecia en nuestra región el impacto del cambio climático.

Hagamos un recuento rápido de este 2023, por ejemplo, del momento en que las lluvias al fin aparecieron sobre los resecos campos de la zona, sobre las últimas lluvias que amenazaron a las tardías cosechas y ahora mismo sobre el penetrante frío que azota nuestras comunidades.

   Evidentemente en este tema todos somos culpables en un grado mayor que el que queremos lanzar a terceros.

Las bodegas que expenden desechables han incrementado su presencia en la región por la sencilla razón de que son un lucrativo negocio con un producto que a todas luces nos mata, pero que seguimos usando hasta el cansancio.

La crisis de los basureros está a la vuelta de la esquina no sólo por la incapacidad de procesar. Por poner un ejemplo, más de 10 toneladas diarias en un municipio pequeño como Tepetlixpa, sino porque cada día es destino final de productos más complicados en su manejo como los electrónicos, las placas de procesadores, baterías de litio en estado final y justamente, las demenciales cantidades de unicel que terminan fragmentadas en el subsuelo.

            Pero vuelvo sobre el clima, ya que la postura de profeta airado es sumamente desagradable y me puede regresar la filípica en mi contra.

            El Servicio Meteorológico Nacional tiene ubicadas seis estaciones de monitoreo climático en la zona.

Al analizar sus estadísticas me encuentro con datos muy impactantes. Las mediciones se han realizado desde 1951 y en algunos casos más precisos como Amecameca, desde 1969 concluyendo poco antes de la pandemia, en 2017.

            En estos registros encontramos que la temperatura máxima en estos tres decenios osciló entre 20 y 24.3 grados centígrados, un aumento que parece mínimo pero que no lo es.

Vale recordar que conforme los Acuerdos de Paris y sus estimaciones, si la temperatura del planeta se eleva 1.5 grados, se perderían la mitad de la población de plantas, el 4% de vertebrados y el cultivo de maíz disminuiría en 3% su producción mundial.

De manera que el que “se sienta más calor” o que “el frío esté más canijo” no es para nada una buena señal.

Según la misma fuente del Meteorológico Nacional, fue el 19 de octubre de 1980 cuando se registró la más alta condición de calor en la zona de referencia: 33.5 grados centígrados.

En Achichipico, población del vecino estado de Morelos que representa la estación ubicada en el extremo sur de la región, el aumento de temperatura se comenzó a registrar, con oscilaciones de 2 a 3 grados, justamente en la década de los 2000 al 2010.

Estos datos estadísticos quizá no dicen nada, pero los invito a pensar en este 2023 cuando en la época de estiaje y canícula se llegaron a alcanzar los 36 centígrados.

Si los reportes públicos llegaran al año pasado nos daríamos cuenta del terrible escenario que se nos viene por delante.

            Lo anterior por cuanto al calor, pero qué pasa con el frío como el de los últimos días.

A finales de noviembre de 1974 se tiene la temperatura más baja registrada, cuando el termómetro llegó a los -8 grados.

Recordemos que en 1967 se registró una nevada en la capital del país, lo que nos indica condiciones más bien extraordinarias del clima de entonces.

Pero vuelvo a mi punto, si lo comparamos con la sensación térmica de los pasados tres días, cuando el termómetro registró 4 y 3 grados, entenderemos que efectivamente, el clima está en crisis y que no es un problema de lejos sino de todos nosotros.

            El clima está relacionado con las poblaciones en muchos sentidos, sobre todo en el fundacional y la forma de habitarlos.

Les pongo el caso de mi municipio Tepetlixpa.

 La parte conocida como “El Plan” ubicada al noreste de la cabecera es por mucho la parte más fría del municipio, ahí son frecuentes las heladas y la sensación térmica es crítica.

Dentro de mi trabajo como investigador del archivo histórico municipal tuve oportunidad de revisar con atención los datos agrícolas de hace 80 años.

Todo embona con una lógica que no es sino el sentido común de entender a la naturaleza y no pelear con ella, algo que ciertamente hemos perdido por completo. El cultivo principal de esa zona era el trigo.

También lo fue en tiempos de la Revolución y desde luego fue la base de la época virreinal, cuando “El Plan” en realidad eran los predios de las haciendas de Atempa y Atlapango dedicadas precisamente al cultivo de trigo.

Si era trigo la principal actividad agrícola es porque ese grano resiste mejor las bajas temperaturas.

Por eso los frutales se concentraron en la parte sur, por eso el pueblo de Tepe no creció hacia esa parte y por el contrario, se fue dando en la peculiar forma que tiene, sin centro, al cobijo del cerro “Tres Cumbres” en la parte sureste.

Aunque me falta investigar más, tengo la hipótesis de que el antiguo barrio de San Jerónimo pudo haberse despoblado a mediados del siglo XIX por una cuestión de clima.

Si eso resulta cierto, quizá ahí explique por qué surgió “La Texcalera”, prácticamente colindante con el histórico barrio hoy desaparecido, porque en una loma pedregosa había forma de resistir mejor al clima.

El cambio climático ha llegado, me pregunto entonces, ¿dónde quedó nuestra memoria?, ¿dónde hemos dejado nuestra responsabilidad y sentido común?

Aprovecho este espacio para saludar a mi amigo el ingeniero Tomás Villanueva, que hace esfuerzos increíbles por mejorar la comunidad y el planeta en el que vivimos con acciones para cuidar como nuestros abuelos hicieron, este lugar que nos han prestado para vivir.

Asimismo a los tres lectores de esta columna.

Que pasen felices fiestas y nos seguimos leyendo próximamente con más historia, costumbres y cultura de nuestra querida región.