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13 de junio

Mario Alberto Serrano Avelar

Cronista Municipal de Tepetlixpa

** El incendio que azota la falda del Iztaccíhuatl desde el pasado viernes ha sido probablemente el más fuerte de nuestra historia reciente, y el peor dadas las condiciones y contexto en el que sucede. **

Más de 250 cincuenta brigadistas, poco más de siete kilómetros cuadrados de bosque destruido por las flamas, instituciones de los tres niveles de gobierno, más de tres ayuntamientos (entre ellos Tepetlixpa) aportando apoyo directo, más un sinnúmero de donantes que hicieron lo propio, son apenas la punta de una numeralia que debería darnos vergüenza realizar.

            A estas cifras habría que añadir, por cierto, la infinidad de publicaciones, fotografías, comentarios y opiniones al respecto que se han lanzado desde las nuevas tribunas públicas de las redes sociales. Buenas para enterarse del “chisme” pero que apenas si sirven para descargar un poco de la conciencia de lo que nunca hemos hecho en la vida real.

El incendio que azota la falda del Iztaccíhuatl desde el pasado viernes ha sido probablemente el más fuerte de nuestra historia reciente, y el peor dadas las condiciones y contexto en el que sucede.

Me refiero a que, si es cierto que fue una negligencia provocada por excursionistas que no tuvieron la menor precaución por apagar sus fogatas, estaríamos frente a un acto doloso de consecuencias aberrantes.

A ese imperdonable acto debemos agregar el clima tan atroz que azota la región en pleno cambio climático. Cada acto está perfectamente eslabonado con los demás y la cadena resultante es el espejo de nuestra realidad.

Un excursionista que pensemos no apaga debidamente su fogata, o que deja tirada una colilla de cigarro o simplemente, que no levantó una botella de vidrio es el inicio.

El fuego, terrible en sí mismo, inenarrable como las llamas que eran visibles desde el centro de Amecameca el fin de semana a pleno mediodía, no es el resultado final sino el mecanismo.

Porque la sequía es resultado del cambio climático, las altísimas temperaturas su reflejo.

Los árboles quemados, un ecocidio que también afectará a una población importante de fauna y flora. Luego, cuando al fin vengan las lluvias será un páramo donde no se podrá realizar a la debida captación, provocando el deslave, erosión y al mismo tiempo, sumará más al cambio climático, por la falta de regulación térmica.

Lamentablemente solo habrá una nueva vuelta de tuerca.

Se trata de un problema complejo, técnico y multisectorial, pues el incendio, viéndolo con más perspectiva, comenzó con la absoluta falta de educación ambiental del que provocó el incidente producto de una insuficiente gestión del turismo de aventura más responsable y vigilado; asimismo, por la inadecuada aplicación de las leyes en la materia, y así podría seguir con un largo e innecesario etcétera.

Los seres humanos seguimos demostrando ser la peor especie que habita este planeta, sobre todo en este nuevo milenio, porque las depredaciones, que siempre han existido, no se habían agudizado tanto como en estos años.

Revisando un poco en el contexto histórico, por ejemplo, uno encuentra que, desde la fundación de la Ciudad de México, los españoles echaron mano de todos los bosques que rodeaban a su futura capital; al agotarlos, comenzaron a hacer lo propio con los “montes de la Sierra Nevada”; aunque siempre hay que ir con tiento…

Tenochtitlán no se erigió con pilotes de concreto, por cierto.

En los años posteriores los incendios existían, pero la principal amenaza eran las talas clandestinas.

Por eso Lázaro Cárdenas creó la figura de los Parques Nacionales (a imitación de los Estados Unidos), para que fueran reservas protegidas de la extracción descontrolada.

A veces vale la pena pensar, si hoy estamos en estas situaciones, ¿qué sería si ni siquiera de nombre hubiera una ley que impidiera la depredación absoluta?

Hoy tenemos que afrontar la gravedad de estos siniestros.

No creo que nadie se haya quedado impávido ante las humaredas, más altas que la misma Iztaccíhuatl, ante las lenguas de fuego que iluminaban dantescamente la línea de la sierra, ante el olor intenso a yerba quemada que baja por las noches para caminar las calles de Amecameca.

No ganamos nada rasgándonos las vestiduras, pero sí es necesario hacer una llamada de atención a estos siniestros y todo lo que conllevan.

Desde su detección oportuna y las instituciones que en ello trabajan, hasta en la gestión de la comunicación, pues, así como hubo el desinteresado y sincero apoyo a los brigadistas, también salieron a relucir los donantes que aprovechan cualquier escenario para buscar reflectores.

Asimismo llama la atención la cobertura nacional del hecho, pues el siniestro sin duda fue más agresivo que las que han sucedido en otras poblaciones y apenas hubo una manifestación pública al respecto. Escuchaba una plática: “si esto fuera Tepoztlán ya habrían llegado hasta los gringos a apoyar”. Tristemente parece cierto.

Y finalmente, pido sensibilizarnos.

Para ello por desgracia solo basta alzar la vista y ver las intermitentes humaredas, pero igual vale asomarse al Sistema de Alerta Temprana de Incendios, de la CONABIO, una base de datos con polígonos bien definidos en una cartografía que abarca todo el país e indica la aparición de puntos de calor mediante análisis satelital.

Ahí podemos ver que cada punto rojo no sólo es una llamada de atención, sino un jalón de orejas por nuestros terribles descuidos y negligentes desprecios a la madre tierra.